El papa Francisco y la abuela Rosa
En un escrito anterior hablé de la maternidad de la Iglesia en el pensamiento del papa Francisco. Hoy quisiera completarlo con un comentario sobre la influencia que, en la vida del Papa, tuvo su abuela Rosa. En el libro El jesuita. Conversaciones con el cardenal Jorge Mario Bergoglio –escrito a partir de una larga entrevista que le hicieron los periodistas Sergio Rubin y Francesca Ambrogetti antes de ser elegido obispo de Roma–, Francisco explica la llegada de su familia como inmigrantes a Buenos Aires durante el verano de 1929 en el barco Giulio Cesare.
En medio del calor intenso que hacía en la capital argentina, la abuela de Francisco, Rosa Margherita, llevaba un abrigo propio de invierno, con cuello de piel de zorro, que no se quitó en ningún momento. En el forro del abrigo, llevaba el dinero de la venta de la propiedad que la familia tenía en Italia, que constituía la reserva imprescindible para empezar una nueva vida en Argentina.
La relación profunda del Papa con su abuela comenzó muy pronto porque, cuando Jorge Mario –el mayor de los hijos de la familia– tenía trece meses, su madre tuvo el segundo hijo. Su abuela, que vivía cerca, iba a buscarlo cada día y se lo llevaba a su casa; por la tarde, lo devolvía a casa de sus padres. Tan importante fue la marca que esta sabia mujer dejó en la vida de Bergoglio que, en escritos y en entrevistas posteriores que ha concedido ya como Papa, siempre habla con emoción del papel de su abuela en la construcción de su personalidad y su carácter.
La abuela Rosa fue como una madre en la fe para Jorge Bergoglio. El Papa afirma que fue ella quien le enseñó a rezar. En la entrevista que concedió al padre Antonio Spadaro, director de la revista Civiltà Cattolica, confiesa que guarda en su breviario un testamento espiritual de su abuela y que lo reza a menudo como una oración. Una de las frases que más recuerda Bergoglio de su abuela es ésta: “El sudario no tiene bolsillos”. Como para decir que de nada sirve acumu- lar con avidez bienes materiales, porque no nos llevamos nada después de la muerte.
Esto es lo que el Papa aprecia de la mujer: la sabiduría práctica que nace de la experiencia, profunda y verdadera porque está anclada en la realidad. Él está convencido de que la aportación de la mujer es imprescindible si la Iglesia quiere ayudar a cuidar y reparar las heridas del mundo. Como obispo de Roma, el Papa ha dejado ver claramente en sus discursos y en sus actitudes que tiene una gran confianza en las cualidades de la mujer, porque de ellas pueden derivar una gran esperanza y una apertura de perspectivas para el mundo y para toda la Iglesia.
El Pontífice cree que la aportación de la mujer es imprescindible si la Iglesia quiere reparar las heridas del mundo La abuela del Papa llegó a Buenos Aires en 1929; vestía un abrigo, pese al calor, porque llevaba el dinero bajo el forro