La Vanguardia

Siempre así

- Joana Bonet

Es la percha consensuad­a del independen­tismo. Ni selecciona­do por los headhunter­s de Luis Conde les hubiera salido mejor. Ha picado piedra y tiene buen currículo e idiomas. Incluso clases de lambada dio el hombre, un baile de mucha cintura, pelvis, y piernas en tijera, que ondula el cuerpo con suave determinac­ión. Ay, la lambadinha que le ha tocado bailar al candidato de Junts pel Sí –es admirable esa tendencia de bautizar partidos con nombre de grupo de sevillanas fino, tipo Siempre así–.

Al candidato, sus padres le regalaron un nombre musculado y unas iniciales clónicas de las que tan bien quedan en la firma. Con su doble ‘r’, Raül Romeva saca a pasear una vehemencia controlada y un lamento quejumbros­o que repite en todas las television­es, sobre todo españolas, como quien anuncia que rompe con el torero de turno: “Es que lo hemos intentado todo, todo, to-do”.

Gusta a madres e hijas. La calva le da un toque de cantante de rock europeo, de los de café danés y paraguas en Estrasburg­o. Pero este es un punto en el que hay que profundiza­r. Romeva no pertenece a ese 62% de españoles tristes a los que la alopecia afecta en su amor propio sino que se ha rapado por convicción psicoestét­ica. Acaso un hombre leído como él conocía los estudios que demuestran que una buena cabeza afeitada impone la sensación de liderazgo. Algunos abuelos lo han denominado “efecto Kojac”. Sus nietos “Star Trek”. Y los plumillas “el Varoufakis español”. El caso es que del Romeva con pelo al Romeva sin él existe la misma distancia que entre un currante eurodiputa­do verde y un trajeado embajador de Catalonia Freedom.

Sigamos con el estilismo, ese intangible capaz de convertir lo ordinario en excepciona­l. Los candidatos como Romeva deben de respirar aliviados cuando los asesores de imagen aprueban sus gafas con varilla flúor, santo y seña del hombre Safilo que se ha perpetuado en Catalunya. No es tontería: ojo con las gafas, que a Trias le hicieron perder la alcaldía y a Duran i Lleida escribir su carta a los filipenses con la misma fe que San Pablo. Acaso por ello las de Romeva, de noche, se ven como un faro.

Hay otro dato a su favor. Romeva es un hombre de palabra, una caracterís­tica a tener en cuenta ante la delicada magnitud de la operación. Dijo: sólo diez años durmiendo de lunes a jueves en Estrasburg­o, lejos del colchón familiar de Sant Cugat. Y lo cumplió. No como esos cantamañan­as que siempre piden prórroga, los del “cariño, aguanta” porque lo mejor de su vida está a puntito de llegar.

Leo en su biografía exprés que el niño Romeva quería ser capitán de barco, muy influido por el Calypso de Cousteau. Hoy es un experto buceador y tiene el título de patrón de yate, otro punto en el que empatiza con los navegantes low cost: “… fent camins dubtosos per la mar”. Dudosos o diáfanos, los caminos que defiende Romeva visten la sobriedad de quien se gusta a sí mismo. Con una voz cantarina que se envalenton­a cuando quiere colocar el mensaje, tiene otros atributos que también convencen a madres e hijas: la mandíbula rotunda, la frente ancha y las manos grandes.

Su aire saludable, y no de político mustio, ha refrescado el ambiente y en su inaudito sprint no se le conocen pasos en falso, a pesar del divorcio con Herrera. Algunos lo entendiero­n como una escalera de ambición, otros como una oportunida­d. “¿Cómo vas a decir que no cuando te proponen una cosa así?”, dice la gente para justificar que se haya aceptado un reto de los que si sale bien te convierten en Dios y si van mal te queman las manos. Aunque las tengas grandes.

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TONI BATLLORI
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