De todo hace treinta años

De todo hace veinte años”, escuchaba, tiempo ha, de quienes tenían ya sesenta años o más. Pero con el aumento de la media de edad, pronto oiremos “de todo hace treinta años”. O cuarenta…

¿Qué pasó en el año 1985, hace ahora tres décadas? Pues, por ejemplo, que España firmó su entrada en la entonces Comunidad Económica Europea, Mijaíl Gorbachov accedió al poder al frente de la Unión Soviética, México sufrió un terrible terremoto, la actriz y cantante Whitney Houston saltó a la fama y fueron hallados los restos del Titanic en el fondo del océano Atlántico.

Para muchos pudo ser también “el año de nuestra vida” o simplemente “un año más”, lo que tampoco está mal.

Quien esto firma empezó su colabora- ción regular en esta insigne cabecera de prensa.

Pero, en adelante, quienes tengan cincuenta o más años no podrán evitar su sorpresa cuando piensen que de muchas cosas “hace treinta años”. Y nos iremos acostumbrando a ella, una vez superado el susto que se tuvo antes, en los cuarenta, cuando por primera vez se descubre, con melancolía y también algo de angustia, que de lo más querido y divertido “hace ya veinte años”.

En esta edad de la vida el joven se da cuenta de que ya no lo es, porque ve la distancia que lo separa de uno que realmente lo es, y sobre todo empieza a ver a los de su edad ya mayores, con calva y panza, arrugas en las manos e indómitas patas de gallo.

Aún les quedan unos años, veinte más, para pasar por la seria experiencia de empezar a ver viejos a los de tu edad, o, peor, a algunos menores incluso que nosotros…

Son las tres décadas –las de cuarentón, cincuentón y sesentón– en que la vida pone a prueba nuestra madurez para afrontar la edad, sintiéndonos aún jóvenes sin serlo, y antes de no tener ya edad, cosa que se cuenta por años, sino ser eternamente mayores, o como dicen los niños, viejos. Septuagenario existe, aunque nadie quiere enterarse. Pero digamos con Friedrich Nietzsche y su “eterno retorno”: “¿Era esto la vida? ¡Bien! ¡Otra vez!”.

Mientras tanto, preparémonos, porque de todo hace –o hará– treinta años. Y que estemos para contarlo y tomárnoslo, si se puede, a risa.