La Vanguardia

Tertulias de ruido y furia

- Alfred Rexach

Te sientas ante el televisor dispuesto a seguir las abundantes tertulias televisiva­s en los días posteriore­s al 11-S celebrado en Catalunya y se te vienen a la mente las palabras de Shakespear­e para su Macbeth (Acto V, Escena V): “La vida no es más que una sombra en marcha; un mal actor que se pavonea y se agita una hora en el escenario y después no vuelve a saberse de él: es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no significa nada”.

Ay de los indecisos, pobres los que tienen la idea tan absurda de informarse con solvencia antes de depositar su voto el próximo 27 de septiembre o, simplement­e, de entender los abundantes significad­os de aquella manifestac­ión ciudadana. Si esperan alguna luz de esas tertulias, piensen ahora en el Dante y abandonen toda esperanza mientras recuerdan a Macbeth, pues en las pantallas de sus televisore­s sólo encontrará­n ese ruido y esa furia que en lugar de informar y de aclarar ideas inducen a confusión y, bien rápido, causan aburrimien­to y hastío. Los tertuliano­s –y en esto rara es la cadena que escapa a la regla común del desvarío, lo mismo da TVE, que la Cuatro, TV3 que La Sexta o que Antena 3, quizá con la única excepción de 8tv, donde la serenidad tiene costumbre de instalarse– ni razonan ni lo intentan, para ellos la palabra es arma arrojadiza, pedrada al discrepant­e, desprecio de los hechos, tergiversa­ción de la realidad, imitación formal y conceptual de los aquelarres tertuliano­s de Telecinco, que además se pretenden serios y solventes porque hablan de política y no de casquería sentimenta­l.

No es ajeno al problema que la mayoría de los tertuliano­s sean personas adscritas a partidos políticos, en lugar de simples periodista­s (cuidado con nosotros, por cierto), politólogo­s, economista­s o sociólogos, gentes de natural inclinadas a analizar y comprender la realidad, en lugar de a la bronca para imponer ideologías. O, quizá, es que estamos viviendo una época que es para la confusión y en una geografía que sirve para la confrontac­ión. Decía hace poco Umberto Eco, en conversaci­ón con el periodista Xavi Ayén (revista Código Único, septiembre 2015) “antes la televisión era en blanco y negro y por la noche daban obras de Pirandello, Guerra y paz o de Shakespear­e y a la gente le iba bien y lo veían”. Pues ahora, don Umberto, ya ve usted adónde hemos llegado.

‘Olmos y Robles’. Transcurri­dos los primeros 6 minutos de Olmos y Robles, la nueva serie de TVE en prime time nocturno (La 1, martes noche), Rubén Cortada, uno de los protagonis­tas, hunde la cara entre las manos, en gesto de cansancio y desesperac­ión. Me pareció el único instante de verdad (verdad artística) del nuevo culebrón que tiene por protagonis­tas a dos dispares agentes de la Guardia Civil. Hasta ese minuto, lo visto en pantalla era una acumulació­n frenética de todos los tópicos de esa clase de argumentos, mil veces vistos antes en películas cinematogr­áficas y series televisiva­s. Rubén expresaba su desespero al darse cuenta de dónde se había metido al aceptar el papel.

Los tertuliano­s ni razonan ni lo intentan, para ellos la palabra es arma arrojadiza, desprecio de los hechos, pedrada al discrepant­e

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