La Vanguardia

Breve guía de artistas

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Como no podía ser de otra manera, el concepto que lo cose todo da lugar a un vago discurso lleno de generalida­des. El director artístico, Thierry Raspail, habla de “un moderno ampliado pero inacabado que no cree en sus promesas de felicidad”. El comisario, Ralph Rugoff, acota el propósito del certamen a que “genere preguntas y cambie el punto de vista de los visitantes” sobre la vida moderna. Lo que queda claro es que de la idea inicial y decimonóni­ca del “vivir moderno” no queda gran cosa: hoy el asunto se asocia a algo más bien incierto e inquietant­e y parece haber perdido toda connotació­n redentora. Como reza la pintada de la americana Jessica Diamond (Nueva York, 1957) que abre la expo en el MAC: “Hasta cuando duermes hay máquinas volando por encima de ti. ¡Ah…, ese mundo moderno, en cualquier momento podrían caerse!”. El discurso de presentaci­ón de los comisarios tuvo el gran mérito de no mencionar dos términos, “relato” y “propuesta”, al parecer ineludible­s en este mundo tan repleto de vacío y apariencia, e incluyó el ingenuo recital de una asociación coral de ciegos y mal videntes cuya tierna humanidad fue una agradable sorpresa. En el MAC dos decenas de pantallas de vídeo cargadas de bostezos reciben al visitante. Hay una instalació­n de He Xiangyu, que ahora trabaja en Berlín, es uno de los artistas chinos consagrado­s a la crítica del materialis­mo occidental, tema recurrente entre su generación. Nació en 1986 en Dandong, la ciudad escaparate junto a Corea del Norte, donde adquirió renombre en 2009 al cocinar 127 toneladas de Coca-Cola con ayuda de un ejército de currantes. Su instalació­n presenta a veinte personas y tres animales bostezando a cámara lenta, algo que transmite... mucho sueño. Curiosa e incisiva instalació­n la del ruso Arseny Zhiliayev, que tenía seis años cuando se disolvió la URSS y ha

montado una habitación retratando lo que define como “el complejo estético de la oligarquía postsoviét­ica”, una especie de parodia de las muestras estalinist­as contra el arte burgués que organizaba en los años treinta Alexey Fedorov-Davidov. “Como entonces, ahora se trata de mostrar el contexto social del arte”, explica Zhiliayev, que nació en Voronezh y trabaja en Moscú. Su habitación de los horrores contiene una mezcla estrambóti­ca de obras de arte que refleja lo que sería el uni- verso del coleccioni­sta nuevo rico; un cuadro de Malevitch y un busto romano (auténtico) por aquí, y un sofá estilo isabelino con una composició­n de Warhol por allá…: “un retrato de la nueva oligarquía que adquiere obras de arte con el asesoramie­nto de expertos y cuyos gustos vienen exclusivam­ente dictados por el precio de lo que adquieren”. La nueva arquitectu­ra moscovita, con sus recreadas iglesias ortodoxas, sus rascacielo­s y sus monumentos de mal gusto a Pedro el Grande, forma parte de ese complejo. “Un desastre”, resume el autor. En fotografía tres nombres a destacar; el nigeriano George Osodi (Lagos, 1974) y el sudafrican­o Da

niel Naudé (Ciudad del Cabo, 1984) en La Sucrière, y el canadiense Jon

Rafman (Montreal, 1981) en el MAC. Con su resumen de la serie Oil

Rich Niger Delta, Osodi relata el drama visual de la explotació­n petrolera, con su ola de violencia, desigualda­d y desastre ambiental. Naudé recorre África y la India retra- tando vacas. Respecto a Rafman, circula por el mundo de la mano del

Google Street Views en busca de sorpresas. Y las encuentra. Pese a la limpieza que la compañía realiza periódicam­ente de sus imágenes con miras a ofrecer “un panorama objetivo y sin historia”, el autor demuestra que por ahí se cuela mucha vida cotidiana: marginació­n, violencia, droga, prostituci­ón, una humanidad que escapa a la orwelliana higiene de Google. En La Sucrière topamos con la obra del campechano Michel Blazy (Mónaco, 1966), que expone objetos que fueron atesorados y adorados como modernos hace bien poco pero que ya son obsoletos: máquinas de fotos, ordenadore­s, calzado, teléfonos móviles. Del interior de todos esos objetos desechados nace, arraiga, una vegetación que crece y prospera entre plásticos y circuitos. Subraya que el asunto de esos objetos floridos es más trabajoso de lo que parece, algo que hay que cuidar como un bonsái.

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. Objeto florido, de Michel Blazy

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