La Vanguardia

“La dictadura aún dura porque es cómoda para la mayoría”

Nací en Corea del Norte hace 34 años: lo peor de la dictadura es tener que hacerte el idiota para sobrevivir, pero a muchos también los vuelve adictos a no pensar. El dictador tiene poder absoluto y, con él, miedo absoluto, por eso inicia purgas paranoica

- LLUÍS AMIGUET

Hay algo bueno en Corea del Norte? En el terror absoluto surge también el amor absoluto: junto a hijos que denuncian a sus padres hasta conseguir que los ahorquen, la inmensa mayoría encuentra en la familia el apoyo para seguir viviendo. Si yo estoy aquí es gracias a la mía.

¿Cómo logró escapar? La dictadura comunista no acabó con las clases sociales, sólo las sustituyó por las suyas. Instauró el songbun, que clasifica a las familias según su lealtad original al sistema. Si el abuelo fue un revolucion­ario que luchó junto al Gran Líder, todos sus descendien­tes serán ya de la casta privilegia­da; y si sólo fue un triste campesino, sus hijos y nietos seguirán siendo parias.

¿Ustedes eran de la casta superior? No del 1% más cercano a la familia del Líder, pero sí de la élite provincial. En Corea, todo el mundo está por debajo o por encima de ti y ese sentimient­o condiciona ya toda tu vida.

Si era usted de la élite, ¿por qué huyó? Mi padre era un alto mando militar, pero cayó en desgracia y se suicidó: se envenenó y tuvimos que sobornar a los médicos para que le diagnostic­aran un infarto. Por suerte, su último destino estaba en la frontera china. Yo a los 17 años la veía desde mi casa. Y logré escapar.

¿Su madre la ayudó? Mi madre ganaba mucho dinero con el contraband­o, que allí está más o menos tolerado. Mamá lograba todo lo que quería con sobornos.

¿Qué hizo usted al llegar a China? Seguir huyendo: de la policía norcoreana en el exterior; de la china y de las mafias que me intentaron prostituir en peluquería­s. Logré papeles falsos y trabajé de ciudad en ciudad durante diez años hasta que me gané bien la vida como traductora y decidí irme a Corea del Sur.

¿Y su familia? Logré convencer a mi madre y a mi hermano, que ya estaba enamorado de una norcoreana con buen songbun, de que huyeran. Y tras otra penosa odisea, conseguimo­s reunirnos.

¿Y hoy viven felices en Corea del Sur? Mi madre sólo encontró trabajo de limpiadora y mi hermano echaba de menos su vida como contraband­ista. Se sentían tan desplazado­s que mi hermano casi se vuelve al Norte.

¿Volver al horror? ¿Por qué? Su porqué explica también que la dinastía de los Kim lleve ya 60 años aterroriza­ndo a los coreanos: cuando renuncias a la libertad, la vida puede llegar a ser psicológic­amente muy có- moda, aunque sufras penalidade­s.Y, para mi hermano, era más fácil seguir siendo un privilegia­do contraband­ista en la dictadura que estudiar en la exigente universida­d surcoreana.

Pero en Corea del Norte se pasa hambre.

No sabemos que hay otra posibilida­d –a mí me hicieron creer en el cole que el Amado Líder no necesitaba ni ir al lavabo– y creces convencido de que tienes la gran suerte de ser norcoreano.

¿Cuándo acabará?

Eso le pregunto yo. El fin no llegará desde el exterior, porque Corea del Norte tiene armamento atómico, aunque nunca lo usaremos.

¿Por qué está tan segura?

Porque el dictador hijo, Kim Jong Un, es un depravado niño mimado, pero nunca iniciaría una guerra atómica que acabe con su poder y su vida regalada. Antes escaparía con su dinero.

¿Qué es lo más depravado del dictador?

Las escuadras del placer de la élite reclutan a las jóvenes más guapas de los colegios y les miden desde niñas hasta los pezones para brindarlas a su entorno. Y sus familias llegan a estar orgullosas de ellas; pero lo que le lleva a cometer los peores crímenes es el miedo: el poder absoluto conlleva miedo absoluto y le vuelve paranoico.

¿Y las privacione­s: el hambre y el miedo?

Como todos las sufren, duelen menos. Tu sentimient­o de felicidad depende de cuán desgraciad­os veas a los demás y en Corea del Norte el único de verdad feliz es el Amado Líder.

¿Vivir así no es insoportab­le?

No tanto. Nos enseñan desde la cuna a ser insolidari­os, a despreciar a los de casta inferior y a competir denunciand­o a tus compañeros. Para mi hermano también era más fácil seguir siendo un privilegia­do contraband­ista que competir en la exigente universida­d surcoreana.

La libertad tiene un precio.

Por eso, a los norcoreano­s, acostumbra­dos desde la cuna a que les ordenen qué deben hacer en cada segundo de su vida, les cuesta tanto adaptarse al mundo libre, como a mi hermano.

¿Cómo le convenció de no volver?

Le animé a venir con mamá y conmigo a EE.UU. Yo ya conocía a Brian, hoy mi marido.

Enhorabuen­a.

Y ahora intentamos empezar de nuevo todos juntos en EE.UU., el país que nos enseñaron a odiar desde pequeños y el responsabl­e de todo lo que salía mal en Corea.

¿Corea del Norte y Corea del Sur tienen alguna cosa en común?

Aún compartimo­s una moral muy exigente con el individuo, cuyo máximo terror es fallarle a su comunidad, por eso el suicidio es un grave problema en Corea del Sur.

¿Pensó usted alguna vez en suicidarse?

No, porque en Corea del Norte el suicidio está prohibido. Al suicida se le considera desertor ante el enemigo y toda su familia es degradada y castigada por su suicidio. Nadie lo comete.

¿Qué era lo peor de vivir bajo los Kim?

Lo más humillante para mí es que, para sobrevivir, tienes que hacerte el idiota.

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LUIS TATO

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