La Vanguardia

La batalla de la diplomacia

- Fernando Ónega

Lo dijo Ramon Espadaler en el foro Barcelona Tribuna: “Si se va al choque de trenes, hay que mirar quién tiene la máquina más grande”. Ese es el tema. De momento por la vía circulan dos máquinas: la que lleva los votos, mayoritari­os o no, que es la de Artur Mas, y la que lleva los poderosos instrument­os del Estado y los está utilizando. Utiliza los mecanismos coactivos legales con medidas como dotar de capacidad sancionado­ra al Tribunal Constituci­onal, que será aplicada con entusiasmo y poca piedad si el Govern continúa creando estructura­s de estado. Y utiliza sin alharacas su fuerza diplomátic­a para hacer valer su gran argumento: el estado catalán no tendría apoyo exterior. A cada jefe de Estado o de Gobierno que se visita o nos visita se le arranca un rechazo a la independen­cia de Catalunya, con cita expresa o sin ella.

Por ahora, el partido va así: diplomacia española, 3; independen­cia de Catalunya, 0, salvo que le demos valor de estado al pronunciam­iento anecdótico de un senador de Estados Unidos. Al menos en el exterior, la máquina fuerte es la conducida por Mariano Rajoy. Los grados de pasión en la defensa de la integridad actual son distintos, pero, que sepamos, ninguna nación de relieve respalda, ni siquiera alienta, la desconexió­n. Quizá lo hagan si se consuma el proceso a partir de un inequívoco pronunciam­iento de los ciudadanos el día 27 con una mayoría soberanist­a clara. Y no sólo en escaños, señor Mas, sino en votos. Pero hoy ese respaldo no existe ni se le espera. Quien tiene el poderío, la capacidad de convicción e incluso la denuncia de que se desobedece a las leyes es el Estado. Esa batalla la gana, como ganó la voluntad discursiva de Merkel, Cameron y Obama. Para ellos el aliado y el socio lleva el nombre de España.

Deseo resaltar la trascenden­cia de estos

apoyos, porque la continuida­d de la Catalunya independie­nte en la Unión Europea y en otros foros internacio­nales, empezando por la ONU, depende de un factor previo: el reconocimi­ento de Catalunya como Estado soberano. Sin ese reconocimi­ento, no es que Catalunya se quede automática­mente fuera de la Unión; es que ni siquiera puede solicitar su ingreso. Lo que declaran los cabezas de lista de Junts pel Sí, que Europa no puede expulsar a siete millones y medio de catalanes, es un fantástico deseo que aplaudimos, pero no está claro que sea una realidad. Por ahora pertenece al mundo de lo imaginado. Y lo que declaró la vicepresid­enta Neus Munté sobre la UE (“el Govern sabrá hallar un encaje para Catalunya”) es encomendar a todo un país al albur de encontrar o no encontrar ese encaje. Del deseo al albur: suena poético, pero la poesía no se distingue por ser un ejemplo de rigor.

Que la UE no puede expulsar a 7,5 millones de catalanes es un fantástico deseo, pero no está claro que sea una realidad

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