La batalla de la diplomacia
Lo dijo Ramon Espadaler en el foro Barcelona Tribuna: “Si se va al choque de trenes, hay que mirar quién tiene la máquina más grande”. Ese es el tema. De momento por la vía circulan dos máquinas: la que lleva los votos, mayoritarios o no, que es la de Artur Mas, y la que lleva los poderosos instrumentos del Estado y los está utilizando. Utiliza los mecanismos coactivos legales con medidas como dotar de capacidad sancionadora al Tribunal Constitucional, que será aplicada con entusiasmo y poca piedad si el Govern continúa creando estructuras de estado. Y utiliza sin alharacas su fuerza diplomática para hacer valer su gran argumento: el estado catalán no tendría apoyo exterior. A cada jefe de Estado o de Gobierno que se visita o nos visita se le arranca un rechazo a la independencia de Catalunya, con cita expresa o sin ella.
Por ahora, el partido va así: diplomacia española, 3; independencia de Catalunya, 0, salvo que le demos valor de estado al pronunciamiento anecdótico de un senador de Estados Unidos. Al menos en el exterior, la máquina fuerte es la conducida por Mariano Rajoy. Los grados de pasión en la defensa de la integridad actual son distintos, pero, que sepamos, ninguna nación de relieve respalda, ni siquiera alienta, la desconexión. Quizá lo hagan si se consuma el proceso a partir de un inequívoco pronunciamiento de los ciudadanos el día 27 con una mayoría soberanista clara. Y no sólo en escaños, señor Mas, sino en votos. Pero hoy ese respaldo no existe ni se le espera. Quien tiene el poderío, la capacidad de convicción e incluso la denuncia de que se desobedece a las leyes es el Estado. Esa batalla la gana, como ganó la voluntad discursiva de Merkel, Cameron y Obama. Para ellos el aliado y el socio lleva el nombre de España.
Deseo resaltar la trascendencia de estos
apoyos, porque la continuidad de la Catalunya independiente en la Unión Europea y en otros foros internacionales, empezando por la ONU, depende de un factor previo: el reconocimiento de Catalunya como Estado soberano. Sin ese reconocimiento, no es que Catalunya se quede automáticamente fuera de la Unión; es que ni siquiera puede solicitar su ingreso. Lo que declaran los cabezas de lista de Junts pel Sí, que Europa no puede expulsar a siete millones y medio de catalanes, es un fantástico deseo que aplaudimos, pero no está claro que sea una realidad. Por ahora pertenece al mundo de lo imaginado. Y lo que declaró la vicepresidenta Neus Munté sobre la UE (“el Govern sabrá hallar un encaje para Catalunya”) es encomendar a todo un país al albur de encontrar o no encontrar ese encaje. Del deseo al albur: suena poético, pero la poesía no se distingue por ser un ejemplo de rigor.
Que la UE no puede expulsar a 7,5 millones de catalanes es un fantástico deseo, pero no está claro que sea una realidad