La Vanguardia

Combatían y leían

- IMAGEN CEDIDA POR EL ARXIU FOTOGRÀFIC DE BARCELONA

Esta fotografía ilustra un aspecto original y particular de nuestra guerra civil: milicianos republican­os que combaten ponen de manifiesto su interés por la lectura. No es una jornada cualquiera, sino la Diada del Llibre. Corría 1938, y aquel año, al igual que en 1937, se celebraba excepciona­lmente el 15 de junio.

Hay gente que se extraña al enterarse de que en tiempos de guerra siguieran funcionand­o con normalidad los cines y los teatros y los bailes; así pues, era natural que no dejara de festejarse el libro.

El magistral resumen de historia de Catalunya que nos acaba de regalar el profesor Josep Fontana deja bien claro que desde sus orígenes la sociedad catalana se sintió íntimament­e unida a la esencia de la cultura, en sus diversas manifestac­iones, quizá el signo más distintivo de su identidad como pueblo.

Es, pues, en tiempos difíciles, excepciona­les y trágicos en los que se manifiesta semejante arraigo. Y durante los tres años de guerra incivil fueron notables y repetidos los actos que lo demuestran.

Cuenta Julià Guillamon, en su logro por situar en la justa medida lo que representó Edicions Proa, que su fundador Josep Queralt reaccionó así ante los bárbaros bombardeos fascistas de 1938 que pretendían aterroriza­r la población civil: “Como respuesta a los bombardeos italianos sobre Barcelona, publicó los dos últimos volúmenes de la Biblioteca A Tot Vent y la traducción de Josep Lleonart del Faust de Goethe”.

Era una acción individual, cierto; pero no era menos cierto que la Generalita­t, de la mano del dinámico, imaginativ­o e incansable conseller Jaume Miravitlle­s, desplegó una labor de considerab­le aliento en la misma dirección.

Vayan algunas acciones representa­tivas. Fue creado el servicio de biblioteca­s en el frente. Se editaron unos libros de formato bien reducido para que cupieran en el macuto del combatient­e, como fue el caso de En dono fe… de Antonio Ruiz Vilaplana. Entre 1936 y 1938 la Generalita­t publicó unos doscientos títulos, que sorprenden por su cualidad física e intelectua­l; mayormente clásicos, aunque también de autores del momento, verbigraci­a Joan Oliver o Alfons Maseras. También un Cancionero Revolucion­ario. Se pegaban por doquier unos carteles que pedían: “No llenceu els diaris”. Y es que era menester su aprovecham­iento, al haber creado unos camiones que enlazaban la ciudad con el frente para de esta suerte prestar un servicio de correos y de prensa. El miliciano republican­o recibía las cartas y podía enterarse de las noticias.

Así pues, dentro de la amplia e intensa gestión cultural que desplegó la Generalita­t, en la que conciertos y exposicion­es también cumplieron una relevante misión, la presencia del libro fue indicativa del perfil de la sociedad catalana. No era una improvisac­ión, sino un estilo que venía de lejos y bien enraizado.

Jaume Miravitlle­s desplegó desde la Generalita­t una acción entusiasta y de mucha categoría

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Los milicianos aprovechan la Diada del Llibre para echar un vistazo a las ofertas

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