Desigualdad y política económica
El aumento del desempleo debido a la gran recesión originada en la crisis financiera de 2007-2009, continuada en Europa con la crisis de la deuda soberana, ha puesto sobre el tapete con fuerza el tema de la desigualdad. Janet Yellen, presidenta de la Reserva Federal, en octubre del 2014 planteó en un discurso si el aumento de la desigualdad en EE.UU. era compatible con la tan preciada igualdad de oportunidades. En EE.UU. la participación en la renta del 10% de la población más adinerado, e incluso más para el 1% más rico, ha aumentado considerablemente a pesar de que los salarios medios se han estancado.
En España, el aumento de la desigualdad ha sido muy destacable, en gran parte debido al acusado incremento del paro, el mayor en la UE después de Grecia, y que se ha concentrado en los trabajadores con los salarios más bajos. Un 60% de los puestos de trabajo perdidos entre el 2007 y el 2013 corresponde a trabajadores con contratos temporales. La crisis rompió la tendencia a la disminución de la desigualdad. En el periodo 2007-2011 el aumento de la desigualdad en los ingresos laborales se explica en tres cuartas partes por el aumento del desempleo, y en una cuarta parte por el aumento en la dispersión salarial. Notablemente, y debido a la protección proporcionada por las pensiones, el riesgo de pobreza se ha transferido del segmento de edad más avanzada de la población a los jóvenes.
Las causas del aumento de la desigualdad no asociadas al ciclo económico son complejas. Van desde la globalización, el cambio tecnológico y cambios en las estructuras sociales, a las políticas económicas. La entrada de economías emergentes, como China o India, ha presionado a la baja los salarios de los trabajadores poco cualificados de las economías desarrolladas. El resultado es que un segmento de las clases medias de estas economías ha sufrido las consecuencias de la globalización, mientras que en China la clase media está en auge. Por otra parte, la globalización y la tecnología digital expanden el mercado para el talento, impulsando el fenómeno de las superestrellas. Por ejemplo, el valor de un jugador de fútbol de primera categoría es mucho mayor hoy en día, gracias a los medios de comunicación digitales globales, que en un mundo dominado por la televisión nacional, o, si nos remontamos más atrás en el tiempo, que en un mundo sin televisión. En relación con la estructura social, en EE.UU. se ha producido un aumento de las parejas en las que ambos miembros tienen salarios altos, lo que significa que sus hijos también tendrán unos ingresos altos gracias a las ventajas del entorno y educación. En el extremo opuesto, el aumento del número de familias monoparentales incrementa el riesgo de pobreza. Las intervenciones de política económica también influyen. En EE.UU. se redujeron los tipos impositivos marginales durante el mandato de Reagan y, para fomentar el consumo en una época de salarios estancados, se facilitó el acceso al crédito a las clases medias en la época de Clinton.
Las consecuencias del aumento de la desigualdad son importantes. La desigualdad puede corromper y poner en peligro a la democracia. La historia está repleta de ejemplos de movimientos populistas surgidos después de crisis económicas profundas que habían empobrecido amplios segmentos de la población. Algunos de estos movimientos acabaron destruyendo la democracia. En Estados Unidos, a finales del siglo XIX, las concentraciones que llevaron a la formación de grandes conglomerados (trusts) fueron consideradas una amenaza. De hecho, una de las primeras motivaciones de la política antitrust era controlar dichas concentraciones. La desigualdad también puede debilitar la economía, disminuyendo la confianza y la cohesión social, causando un impacto negativo en el capital humano de una gran parte de la población. Las relaciones entre desigualdad y crecimiento económico suscitan un vivo debate, todavía no resuelto, en la literatura académica.
Las acciones políticas deberían estar orientadas por unos objetivos sociales claros en términos de crecimiento y redistribución. Hay políticas, como la defensa de una competencia vigorosa en los mercados, que son buenas tanto para estimular el crecimiento como para mejorar la equidad. Hay que plantearse si queremos igualdad de oportunidades o de resultados; si es mejor combatir la raíz de la desigualdad directamente (por ejemplo, la falta de un acceso igualitario efectivo a la educación), o hay que centrarse en sus consecuencias mediante la redistribución de la riqueza con impuestos y subsidios. En su discurso, Yellen destacó cuatro componentes para la mejora de la igualdad de oportunidades económicas: proporcionar recursos para los niños, una educación superior asequible, fomentar la participación en empresas, y un tratamiento adecuado de las herencias. Esta es una receta enfocada a EE.UU. pero que ofrece un punto de partida para la reflexión. Tanto en Catalunya como en España la prioridad inmediata es la lucha contra el desempleo mediante el desarrollo económico; en el medio plazo, esta no será exitosa si no se pone la educación en el centro de la actuación pública.