¿Solzhenitsin o Stalin?
Polémica en Vladivostok por una estatua del escritor, atacada por un seguidor del dictador
Cuando el Nobel y disidente soviético Alexánder Solzhenitsin regresó del exilio en 1994 eligió hacerlo por Vladivostok, desde donde luego inició una largo viaje en tren hasta Moscú. El recuerdo del escritor, fallecido en el 2008, ha vuelto a ese puerto del Pacífico en forma de monumento. Pero la iniciativa de las autoridades no ha sido del gusto de todos.
No han sido pocos los que en las redes sociales han criticado que levanten una estatua a Solzhenitsin sin consultar con los ciudadanos. Los críticos argumentan que habría muchos otros escritores que merecerían más un monumento en la ciudad, como Antón Chéjov, quien visitó Vladivostok en 1890 durante su famoso viaje a Sajalín. ¿Por qué han levantado un monumento a Solzhenitsin? Él no vino aquí a propósito. Simplemente pasó por nuestra ciudad. Como muchas otras personas, como Somerset Maugham o Richard Sorge”, explicaba la historiadora Nelli Miz, citada por el portal Newsru.com. La protesta se convirtió en real cuando alguien colgó en el cuello de bronce un cartel con la palabra Judas.
La alcaldía de la ciudad destaca en su página web la buena acogida de la escultura, inaugurada el 5 de septiembre, por parte de la familia del escritor, “que valora altamente el valor artístico del monumento”. Pero esta polémica no es una cuestión artística, sino ideológica. La prensa local ha identificado a la persona que colgó la palabra Judas en la estatua: Maxim Shinkarenko, un joven comunista de 28 años declarado partidario de Stalin, quien colgó un vídeo a YouTube en el que tilda al escritor de Archipiélago Gulag de “traidor, antisoviético y rusófobo”. En el vídeo, se queja de que él y otros továrishi pidieron el año pasado que se erigiera un monumento a Iósif Stalin para conmemorar el 70.º aniversario de la victoria en la Segunda Guerra Mundial, pero la petición fue rechazada.
Por lo visto, los responsables del Lejano Oriente ruso tienen distinta opinión que los de otras latitudes. La semana pasada se colocaron dos monumentos a Stalin en dos ciudades rusas a iniciativa del Partido Comunista, lo que ha vuelto a poner de manifiesto la profunda disputa que hay en Rusia por el legado del dictador soviético. Una encuesta del pasado diciembre del Centro Levada indicaba que más del 50% de la población rusa considera a Stalin una figura positiva.
El Partido Comunista de Penza (capital de la región del mismo nombre) trasladó un busto del dictador soviético desde sus oficinas hasta el centro de la ciudad, a pesar de las protestas de cientos de vecinos. El líder del partido liberal Yábloko, Serguéi Mitrojin, hizo una petición para que la Fiscalía abriese una investigación. “Si mañana deciden levantar una estatua a Pol Pot, Bokassa o Hitler, ¿se quedarán los fiscales pasivos también”, dijo el político. “Desde un punto de vista histórico, todos estos dictadores son criminales”. Desde el Ayuntamiento de la ciudad, una portavoz dijo a la agencia TASS que el lugar donde se instaló el busto era una zona privada y que no parecía que violase la ley.
El Partido Comunista de la República de Marí El anunció la inauguración de una estatua de Stalin en el pueblo de Shelanger. Con anterioridad también se han levantado monumentos del líder soviético en Lípetsk, Osetia del Norte y otras localidades. El de Lípetsk fue rociado con pintura rosa en la víspera de su inauguración, el pasado agosto. Memorial, la principal oenegé de derechos humanos rusa, ha calificado cualquier monumento a Stalin de “blasfemo”. Según Memorial, “los crímenes de Stalin no tienen análogo en la historia de nuestra nación”.
Los hijos y la viuda de Alexánder Solzhenitsin han escrito un carta abierta en el diario Rosískaya Gazeta dirigida al joven que atacó su monumento. “Seguimos dividiendo frívolamente a nuestros compatriotas entre ‘los nuestros’ y ‘los traidores’ porque como país no hemos condenado y no nos hemos arrepentido de los crímenes del régimen comunista contra su propio pueblo”, argumentan.
La inauguración de varios monumentos de Stalin desvela la profunda disputa sobre su legado