La cueva de Ali Babá
LA FIFA estará bajo sospecha hasta el día en que Joseph Blatter abandone el cargo con su equipo y se haga una auditoría en profundidad de la etapa en que este pérfido personaje ha estado al frente. En las últimas horas, la FIFA ha cesado a la mano derecha de Blatter, Jérôme Valcke, y no por gusto. El organismo ha emitido una escueta nota en la que se limita a decir que se han puesto en conocimiento de la FIFA ciertas alegaciones acerca del secretario general y ha solicitado a su comisión de ética que inicie una investigación. Mientras, ha sido destituido. Detrás de tan cautelosas palabras está la acusación del propietario de la sociedad encargada de la venta de entradas para partidos internacionales, según la cual desaparecieron 8.300 entradas para el Mundial de Brasil. Estas habrían sido vendidas por Valcke para su beneficio personal. Nada de ingeniería financiera, simplemente meter la mano en la caja.
En los últimos meses hemos visto cómo dos vicepresidentes de la FIFA –Jeffrey Webb y Eugenio Figueredo– han sido extraditados a Estados Unidos por un escándalo de sobornos en la venta de derechos de comercialización de torneos futbolísticos. En total, hay 15 imputados en el proceso iniciado contra este organismo por la Fiscalía de Estados Unidos. El escándalo estalló mientras era reelegido por otros cuatro años –lleva 17– al frente de la FIFA. Ante la magnitud de la trama, Blatter anunció con desgana que dimitiría –¡casi un año después!– en el congreso extraordinario de febrero.
Cada vez se acumulan más testimonios de actitudes impropias en el máximo organismo rector del fútbol. No son todavía cuarenta los facinerosos encausados por esta rediviva cueva de Ali Babá, pero poco falta. Es demasiado importante el fútbol para dejarlo en manos de tipos sin escrúpulos que se podrían llevar los cubiertos de plata si les invitáramos a comer a casa. Y a los que nunca deberíamos dejar de canguros de nuestros hijos.