Sin permiso para “una vida nueva”
Cientos de sirios esperan a que las autoridades les dejen salir de Estambul
Los sirios estamos aquí para evitar los peligros del mar, la muerte en las aguas, tenemos miedo. Nos acercamos al invierno y ya empieza a haber marejada”.
Central de autobuses de Estambul, barrio de Esenler, parte europea de la megalópolis. Son los reza- gados, los que han quedado en la estacada. Younes Sheikh Aley, de 50 años, espera con su familia a que cientos de sirios como él puedan emprender el viaje que los separa de Edirne. La ciudad turca en la punta de Tracia es casi fronteriza tanto con Bulgaria como con Grecia. No desean cruzar por mar porque el intento ya ha causado varias miles de muertes este año. “Por lo que vemos en televisión nos están recibiendo bien en Europa”, dice Younes, que era profesor de inglés en Afrin, su ciudad natal y kurda, en el norte de Siria.
En un flanco de la estación, los deseosos de marchar están en la explanada de una mezquita, que ofrece duchas, amén de descanso espiritual. La gran mayoría esperan pacientes bajo sombrillas, toldos o una enorme bandera turca. Otros en cuclillas, conversando. O durmiendo a pierna suelta bajo el sol, sobre la hierba, las mochilas siempre cerca. Las caras de circunstancias abundan y dan muestras de una consumada templanza. Solo se produce algún pequeño altercado cuando los funcionarios turcos intentan repartir comida o refrescos. Entonces, sobre todo los varones, rechazan las ofrendas: “No necesitamos comida. Lo que queremos es salir de aquí”, a lo que los repartidores replican que al menos dejen dar enseres a los niños.
“No nos dan permiso para una vida nueva”, dice una pancarta. También se han adelantado a sus cientos de compatriotas en Edirne –también bloqueados, y que han anunciado una huelga de hambre–, ya muchos de ellos se niegan a ser ali- mentados. “Angela Merkel, soy como tu hijo, no quiero morir ahogado”, proclama la pancarta de un niño frente a al cordón policial.
Aban Joman, un chico despierto de 13 años, procedente de Damasco, habla un turco sorprendentemente bueno para haber estado apenas un año en el centro de Anatolia. Como la gran mayoría de sus compatriotas no ve futuro aquí. Cree que todo irá mejor en Europa: “Allí tendremos trabajo y dinero cada mes. Estamos agradecidos a Turquía, pero deseamos una vida mejor que la de aquí”.
Unos dos millones de sirios se han refugiado en Turquía sin tener estatus de refugiados: sus identidades son registradas en papeles con membrete sin dejar clara su condición de solicitantes de asilo. No tienen permiso de residencia ni pueden trabajar, como bien sabe Aban, que desea llegar a ser un doctor en Suecia, donde tiene parientes. Y si lo hacen es de forma ilegal.
“No queremos ayuda. Queremos pasar la frontera y trabajar allá donde lleguemos”, dice Sherzad, de 30 años, que ha trabajado en Estambul en la industria turística. Como dice el restaurador de muebles Kasim Dabala, de 23 años: “No vamos a Europa para estar sentados”.
“No vamos a Europa para estar sentados”, afirma Kasim Dabala, restaurador de muebles de 23 años