La Vanguardia

Sin permiso para “una vida nueva”

Cientos de sirios esperan a que las autoridade­s les dejen salir de Estambul

- RICARDO GINÉS Estambul. Correspons­al

Los sirios estamos aquí para evitar los peligros del mar, la muerte en las aguas, tenemos miedo. Nos acercamos al invierno y ya empieza a haber marejada”.

Central de autobuses de Estambul, barrio de Esenler, parte europea de la megalópoli­s. Son los reza- gados, los que han quedado en la estacada. Younes Sheikh Aley, de 50 años, espera con su familia a que cientos de sirios como él puedan emprender el viaje que los separa de Edirne. La ciudad turca en la punta de Tracia es casi fronteriza tanto con Bulgaria como con Grecia. No desean cruzar por mar porque el intento ya ha causado varias miles de muertes este año. “Por lo que vemos en televisión nos están recibiendo bien en Europa”, dice Younes, que era profesor de inglés en Afrin, su ciudad natal y kurda, en el norte de Siria.

En un flanco de la estación, los deseosos de marchar están en la explanada de una mezquita, que ofrece duchas, amén de descanso espiritual. La gran mayoría esperan pacientes bajo sombrillas, toldos o una enorme bandera turca. Otros en cuclillas, conversand­o. O durmiendo a pierna suelta bajo el sol, sobre la hierba, las mochilas siempre cerca. Las caras de circunstan­cias abundan y dan muestras de una consumada templanza. Solo se produce algún pequeño altercado cuando los funcionari­os turcos intentan repartir comida o refrescos. Entonces, sobre todo los varones, rechazan las ofrendas: “No necesitamo­s comida. Lo que queremos es salir de aquí”, a lo que los repartidor­es replican que al menos dejen dar enseres a los niños.

“No nos dan permiso para una vida nueva”, dice una pancarta. También se han adelantado a sus cientos de compatriot­as en Edirne –también bloqueados, y que han anunciado una huelga de hambre–, ya muchos de ellos se niegan a ser ali- mentados. “Angela Merkel, soy como tu hijo, no quiero morir ahogado”, proclama la pancarta de un niño frente a al cordón policial.

Aban Joman, un chico despierto de 13 años, procedente de Damasco, habla un turco sorprenden­temente bueno para haber estado apenas un año en el centro de Anatolia. Como la gran mayoría de sus compatriot­as no ve futuro aquí. Cree que todo irá mejor en Europa: “Allí tendremos trabajo y dinero cada mes. Estamos agradecido­s a Turquía, pero deseamos una vida mejor que la de aquí”.

Unos dos millones de sirios se han refugiado en Turquía sin tener estatus de refugiados: sus identidade­s son registrada­s en papeles con membrete sin dejar clara su condición de solicitant­es de asilo. No tienen permiso de residencia ni pueden trabajar, como bien sabe Aban, que desea llegar a ser un doctor en Suecia, donde tiene parientes. Y si lo hacen es de forma ilegal.

“No queremos ayuda. Queremos pasar la frontera y trabajar allá donde lleguemos”, dice Sherzad, de 30 años, que ha trabajado en Estambul en la industria turística. Como dice el restaurado­r de muebles Kasim Dabala, de 23 años: “No vamos a Europa para estar sentados”.

“No vamos a Europa para estar sentados”, afirma Kasim Dabala, restaurado­r de muebles de 23 años

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