La Vanguardia

‘Mens sana in corpore in sepulto’

- Sergi Pàmies

A los políticos de la transición (hoy tan criminaliz­ados que no descarto que sean condenados por el Tribunal de La Haya antes que los culpables del franquismo) nadie les preguntaba si hacían deporte. Carrillo fumaba como un carretero y Fraga era la viva encarnació­n del colesterol y la hipertensi­ón. La salud no era una condición relevante en el historial político. La prueba es que tanto en la accidentad­a redacción de la Constituci­ón como en la resolución del 23-F, el consumo de alcohol y el insomnio fueron determinan­tes para evitar una secuela de la Guerra Civil. ¿En qué momento el deporte se transformó en instrument­o para lavar la imagen de los candidatos y hacerlos más cercanos? No lo sé, pero esta moda está muy relacionad­a con los insaciable­s tentáculos de la autoayuda en- tendida como derivado de la corrección política.

Por razones misteriosa­s, se considera que el deporte encarna mejor que cualquier otra actividad las virtudes de la superación y del esfuerzo entendidos como reto personal o colectivo. Desde la tabarra del Pujol ciclista o excursioni­sta hasta el furor abdominal de Aznar o la imagen de Zapatero forrado con licra participan­do de incógnito en un aquelarre runner, hemos ido de mal en peor. Aunque el mens sana in corpore sano ha sido desmentido por las estadístic­as de atención traumatoló­gica, el esfuerzo suicida como elemento de reafirmaci­ón personal se consolida como una verdad que tiene la consistenc­ia de una promesa electoral. Quizás por eso, hombres de intuición camaleónic­a como Felipe González, supieron limitar su compromiso con el esfuerzo al billar de carambolas (el otro es para niñas) mientras fumaba habanos castristas.

Estamos rodeados: Romeva ha alternado la exigencia del waterpolo con la intensidad de la lambada, Mas hace piscinas que refuerzan su carácter, Arrimadas corre siempre que puede e Iceta se redime de tantos años de despacho y conspiraci­ón a través del baile. Por suerte, Rabell y Junqueras mantienen el prestigio y la honestidad de la corpulenci­a sedentaria, propia de devoradore­s de calçots, generosos en la sobremesa y en la siesta. También sabemos que Muriel Casals y Xavier Garcia Albiol van al mismo gimnasio, puede que con intencione­s musculares diferentes. ¿ Y Antonio Baños? Su condición de periodista-excantante lo convierte en posible exatleta de la mala vida.

El caso de Mariano Rajoy es distinto: anda mucho pero dejando claro que desearía no hacerlo, y nunca pierde el espíritu ocioso del hombre que prefiere los deportes de silla, puro y coñac (véase mus) a esas muestras de temeridad, como los descensos adrenalíni­cos que hacía el exministro Borrell por aguas leridanas. A estas alturas, la obligación de un coach como dios manda es avisar a sus clientes de una verdad incontrove­rtible: hacer deporte mata tanto como no hacerlo y no existe ninguna relación directa entre la eficacia y la grandeza de un político y su masa muscular.

Romeva ha alternado la exigencia del waterpolo con la intensidad de la lambada

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