‘Mens sana in corpore in sepulto’
A los políticos de la transición (hoy tan criminalizados que no descarto que sean condenados por el Tribunal de La Haya antes que los culpables del franquismo) nadie les preguntaba si hacían deporte. Carrillo fumaba como un carretero y Fraga era la viva encarnación del colesterol y la hipertensión. La salud no era una condición relevante en el historial político. La prueba es que tanto en la accidentada redacción de la Constitución como en la resolución del 23-F, el consumo de alcohol y el insomnio fueron determinantes para evitar una secuela de la Guerra Civil. ¿En qué momento el deporte se transformó en instrumento para lavar la imagen de los candidatos y hacerlos más cercanos? No lo sé, pero esta moda está muy relacionada con los insaciables tentáculos de la autoayuda en- tendida como derivado de la corrección política.
Por razones misteriosas, se considera que el deporte encarna mejor que cualquier otra actividad las virtudes de la superación y del esfuerzo entendidos como reto personal o colectivo. Desde la tabarra del Pujol ciclista o excursionista hasta el furor abdominal de Aznar o la imagen de Zapatero forrado con licra participando de incógnito en un aquelarre runner, hemos ido de mal en peor. Aunque el mens sana in corpore sano ha sido desmentido por las estadísticas de atención traumatológica, el esfuerzo suicida como elemento de reafirmación personal se consolida como una verdad que tiene la consistencia de una promesa electoral. Quizás por eso, hombres de intuición camaleónica como Felipe González, supieron limitar su compromiso con el esfuerzo al billar de carambolas (el otro es para niñas) mientras fumaba habanos castristas.
Estamos rodeados: Romeva ha alternado la exigencia del waterpolo con la intensidad de la lambada, Mas hace piscinas que refuerzan su carácter, Arrimadas corre siempre que puede e Iceta se redime de tantos años de despacho y conspiración a través del baile. Por suerte, Rabell y Junqueras mantienen el prestigio y la honestidad de la corpulencia sedentaria, propia de devoradores de calçots, generosos en la sobremesa y en la siesta. También sabemos que Muriel Casals y Xavier Garcia Albiol van al mismo gimnasio, puede que con intenciones musculares diferentes. ¿ Y Antonio Baños? Su condición de periodista-excantante lo convierte en posible exatleta de la mala vida.
El caso de Mariano Rajoy es distinto: anda mucho pero dejando claro que desearía no hacerlo, y nunca pierde el espíritu ocioso del hombre que prefiere los deportes de silla, puro y coñac (véase mus) a esas muestras de temeridad, como los descensos adrenalínicos que hacía el exministro Borrell por aguas leridanas. A estas alturas, la obligación de un coach como dios manda es avisar a sus clientes de una verdad incontrovertible: hacer deporte mata tanto como no hacerlo y no existe ninguna relación directa entre la eficacia y la grandeza de un político y su masa muscular.
Romeva ha alternado la exigencia del waterpolo con la intensidad de la lambada