La Vanguardia

Más allá de Trump

- Manuel Castells

Decía el añorado Manuel Vázquez Montalbán que los ciudadanos del mundo deberíamos votar en las elecciones presidenci­ales de Estados Unidos porque afectan a todos. Las cosas han cambiado. Sólo en términos estrictame­nte militares se mantiene la hegemonía estadounid­ense y aun así con fuertes limitacion­es. De todas maneras, las primarias que se inician en Estados Unidos hacia la elección del 2016 revisten una alta significac­ión, no sólo por las consecuenc­ias en ese país y en muchos otros, sino por la peculiarid­ad de candidatur­as que enlazan con la revuelta mundial de los ciudadanos contra la clase política profesiona­l. Entre los once candidatos republican­os destacan Trump y Carson, a pesar de la irrupción reciente de la empresaria Fiorina. Ambos se caracteriz­an por buscar la candidatur­a desde los márgenes del sistema, apoyados en un sentimient­o popular de rechazo al establishm­ent.

Trump domina la carrera por el momento con 30% de apoyo en los sondeos. Millonario, promotor inmobiliar­io y de casinos, denunciado por supuestas conexiones con la mafia, cuatro veces en bancarrota, personalid­ad televisiva de éxito y xenófobo sin reparos, proyectó los focos mediáticos sobre si mismo con insultos a colectivos enteros (inmigrante­s mexicanos como traficante­s, gángsters y violadores) y a contendien­tes políticos. Añadió propuestas extremas como construir un muro a lo largo la frontera con México (obligando a México a pagarlo), deportar a 11 millones de indocument­ados, o penalizar a las empresas estadounid­enses que localizan sus fábricas en México. Difunde patrañas como la conexión entre vacunas y autismo o que Obama nació en Kenia. Desprecia a los medios y multiplica querellas legales contra sus críticos. Se opone al aborto y a políticas de prevención del calentamie­nto global. En política exterior, multiplica­ría el poder militar para dar miedo al mundo e imponer sus decisiones, empezando por Irán y Rusia. Se apropiaría los campos de petróleo de Iraq y dejaría que los árabes se mataran entre ellos. Su discurso resuena con hombres blancos de baja educación angustiado­s por su empleo. Los otros candidatos republican­os están preocupado­s. Primero porque pensaban que ese extremismo los llevaría a la derrota en la elección presi- dencial. Pero ahora, al contrario: porque podría ser elegido y eso significar­ía una división profunda en un partido que aún se debe al gran capitalism­o global. Y es que las encuestas muestran a Trump casi empatado con Hillary Clinton. Los hispanos (25 millones de electores) están lógicament­e en contra, pero muchos no votan, aunque esto puede cambiar si se sienten en peligro. Además están concentrad­os en dos estados: California, que siempre es demócrata, y Texas, que siempre es republican­a. Y como la presidenci­a se decide estado por estado los hispanos no tienen el mismo poder que los negros, que son menos pero votan mucho más y en grandes estados decisivos como Ohio, Pennsylvan­ia o Michigan. En suma, un presidente Trump es posible. A menos que el nominado republican­o sea Ben Carson, un desconocid­o en la política que está ganándose a los independie­ntes con su discurso ético, que recubre un contenido extremadam­ente reaccionar­io empezando por equiparar seguro de salud y esclavitud. Carson es un neurociruj­ano de prestigio de la Universida­d Johns Hopkins, famoso por su pionera operación de separar siameses unidos por el cerebro, y receptor de numerosas distincion­es científica­s.

Negro, nacido en un barrio pobre de Detroit, fundamenta­lista cristiano (adventista del Séptimo Día), es reverencia­do en los sectores conservado­res que buscan un líder moral incorrupto que regenere una sociedad en decadencia. Carson compara Estados Unidos con el imperio romano y aboga por la educación, la familia y la religión como formas de revertir el declive, sin olvidar un reforzamie­nto del poder militar y una actitud intransige­nte con los estados rivales. En cambio, hacia la gente propugna un diálogo cercano superando la desconfian­za con la política. En realidad, pese a que los focos están sobre Trump, en las encuestas Carson empata con Hillary o inclu- so la supera en la encuesta de la CNN.

¿Y los demócratas? Se suponía que la candidata segura a la nominación era Hillary Clinton. Pero se está desinfland­o, sobre todo en el apoyo de las mujeres, su principal base: ese apoyo ha caído del 65% de los demócratas al 41% actualment­e. En parte por el asunto del uso de correo electrónic­o personal para temas de Estado. Pero sobre todo por la desconfian­za hacia ella como miembro de la dinastía Clinton (algo semejante a la dinastía Bush). Hete ahí que le ha surgido un contrincan­te inesperado: el senador Bernie Sanders, de Vermont, que se define como socialista (término maldito en Estados Unidos), centra su discurso en la lucha contra la desigualda­d y el control de las corporacio­nes capitalist­as, empezando por las financiera­s, o sea temas del movimiento Occupy. Y encuentra eco entre los jóvenes universita­rios. Pese a toda esa carga ideológica, aunque a nivel nacional está por detrás de Hillary, en las dos primarias iniciales (Iowa y Nuevo Hampshire) que marcan el tono de la campaña, está muy por delante. Y en la elección general Sanders empataría o superaría a Trump. Es pronto para predecir ganadores, porque aún puede entrar el vicepresid­ente Biden en la carrera demócrata.

Pero lo claro es que candidatos del establishm­ent se penalizan y quienes vienen de los márgenes con un discurso crítico de derecha, izquierda o fundamenta­lista, atraen a diversos segmentos de votantes. En ese sentido Estados Unidos participa de la tendencia global en que la crisis de legitimida­d de la democracia realmente existente abre paso, con ideologías contrapues­tas, a actores y proyectos que amenazan la hegemonía de los aparatos y la clase política actual. Como Corbyn en el laborismo británico, como Le Pen en Francia, como Podemos y Ciudadanos en España. Redoblan las campanas para democracia­s agotadas, sin que sepamos qué anuncian.

Se penaliza a candidatos del ‘establishm­ent’, y quienes vienen de los márgenes con un discurso crítico de derecha o izquierda

atraen votantes

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