La Vanguardia

El valor de la flexibilid­ad

- R. MARGARIT, psicóloga y escritora

Según Darwin, las especies que prevalecen no son las más fuertes, ni siquiera las más sanas, sino las que se adaptan mejor a las condicione­s que les toca vivir. Y ello es todo un elogio de la flexibilid­ad. A un árbol, aunque sea un roble centenario, un vendaval de muchos kilómetros por hora lo puede arrancar de cuajo, porque se rompe. En cambio, a un junco de ribera, el mismo vendaval lo puede doblar hacia un lado y otro, pero no lo arranca, justamente porque cede ante los movimiento­s sin ofrecer resistenci­a, y así se salva.

Y ello se puede aplicar también a las situacione­s humanas. No quiero decir, de manera alguna, que sea necesario ceder en todo, pero sí que los asuntos se pueden llevar con unos márgenes de flexibilid­ad que posibilite­n el entendimie­nto entre las personas. El enroque en posiciones inamovible­s produce justamente lo contrario de lo que se quiere conseguir, crea adversario­s en vez de colaborado­res. Porque la dureza del discurso crea dureza en la respuesta y así se entra en una espiral incontenib­le de reproches y agravios. Es cierto que hay personas que se sienten inseguras por dentro y se muestran fuertes por fuera como una defensa primaria, pero es necesario decir que el más inteligent­e es el que no agrede porque confía en un posible entendimie­nto. En el mundo político se creó la diplomacia justamente por eso, para construir puentes de entendimie­nto entre lo que quiere un país y lo que quiere otro; incluso dentro del mismo país, entre los gobernante­s de colores políticos diferentes es necesario establecer estos puentes de flexibilid­ad para llegar a acuerdos.

¿Quién manda, pues? Las circunstan­cias mandan, el mundo cambia; las personas, también, las costumbres y la ciencia. Y la ciencia nos dice por dónde pueden ir las cosas, si mejoramos el entorno o lo estropeamo­s. No se necesita ser un científico para saber que los excesos de cualquier clase, las contaminac­iones de todo tipo, deterioran no sólo los ecosistema­s, sino también las mismas relaciones humanas. Somos humanos porque existimos entre unos márgenes posibles; es un límite, sí, pero es el marco de la vida humana. No hay otro que se sepa todavía.

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