El valor de la flexibilidad
Según Darwin, las especies que prevalecen no son las más fuertes, ni siquiera las más sanas, sino las que se adaptan mejor a las condiciones que les toca vivir. Y ello es todo un elogio de la flexibilidad. A un árbol, aunque sea un roble centenario, un vendaval de muchos kilómetros por hora lo puede arrancar de cuajo, porque se rompe. En cambio, a un junco de ribera, el mismo vendaval lo puede doblar hacia un lado y otro, pero no lo arranca, justamente porque cede ante los movimientos sin ofrecer resistencia, y así se salva.
Y ello se puede aplicar también a las situaciones humanas. No quiero decir, de manera alguna, que sea necesario ceder en todo, pero sí que los asuntos se pueden llevar con unos márgenes de flexibilidad que posibiliten el entendimiento entre las personas. El enroque en posiciones inamovibles produce justamente lo contrario de lo que se quiere conseguir, crea adversarios en vez de colaboradores. Porque la dureza del discurso crea dureza en la respuesta y así se entra en una espiral incontenible de reproches y agravios. Es cierto que hay personas que se sienten inseguras por dentro y se muestran fuertes por fuera como una defensa primaria, pero es necesario decir que el más inteligente es el que no agrede porque confía en un posible entendimiento. En el mundo político se creó la diplomacia justamente por eso, para construir puentes de entendimiento entre lo que quiere un país y lo que quiere otro; incluso dentro del mismo país, entre los gobernantes de colores políticos diferentes es necesario establecer estos puentes de flexibilidad para llegar a acuerdos.
¿Quién manda, pues? Las circunstancias mandan, el mundo cambia; las personas, también, las costumbres y la ciencia. Y la ciencia nos dice por dónde pueden ir las cosas, si mejoramos el entorno o lo estropeamos. No se necesita ser un científico para saber que los excesos de cualquier clase, las contaminaciones de todo tipo, deterioran no sólo los ecosistemas, sino también las mismas relaciones humanas. Somos humanos porque existimos entre unos márgenes posibles; es un límite, sí, pero es el marco de la vida humana. No hay otro que se sepa todavía.