La peonza del tiempo
El paso del tiempo gasta bromas crueles. El exalcalde de Vitoria y actual vicesecretario de acción sectorial del Partido Popular, Javier Maroto, se casó ayer con su novio en Gasteiz. Tras varias semanas de dudas y especulaciones, el presidente del Gobierno asistió a la boda acompañado por un número nada desdeñable de dirigentes del partido. Es algo que no debería importarnos mucho, salvo a los novios, pero la asistencia de Mariano Rajoy y de los líderes populares tenía un interés especial por la posición del partido en relación con el matrimonio entre personas del mismo sexo.
Recordemos: el PP no sólo votó en contra de la ley autorizando el matrimonio homosexual. Se opuso a ella encarnizadamente, con toda su artillería. Una vez aprobada, presentó un recurso al Tribunal Constitucional por considerar que las bodas entre personas del mismo sexo “desnaturalizan el matrimonio”. Ahora, por obra y ensañamiento del tiempo, ese diablillo guasón que todo lo enreda y trastoca, sus dirigentes se han enfrentado a la decisión incómoda de si asistir o no a la boda de uno de ellos con su pareja del mismo sexo.
Finalmente han asistido, y me alegro mucho. Habrían podido declinar la invitación y presentarlo como una muestra de coherencia política, con el argumento de que han pasado los años y el presidente del Gobierno no se opone a una realidad social innegable como es hoy el matrimonio homosexual en España y en muchos países que han ido siguiendo el ejemplo español, pero que sigue pensando lo que pensaba y por eso prefirió no asistir. Pero han optado por ir y lanzar un mensaje de flexibilidad ideológica y de capacidad de adaptación a los tiempos, y es un gesto que les honra.
Javier Maroto declaró hace unos días que lo que le gustaría es que una boda co- mo la que él iba a celebrar dejase de ser noticia en nuestro país, y yo coincido con él. Lo que me interesa no es la boda en sí, que ciertamente hubiera sido deseable que no atrajera más atención que cualquier otra, sino el refinado sadismo del paso del tiempo, que raramente nos da lo que anhelamos sino lo que a él le parece y que nos obliga a asumirlo con resignación aunque nos parezca descabellado. Lo que un día es un tabú para nosotros puede acabar siendo con el paso de los años moneda corriente o incluso convertirse en un mal menor, un clavo ardiendo al que no tenemos más remedio que agarrarnos. Como escribió Shakespeare: “La peonza del tiempo se toma sus venganzas”.
Cambiemos de ejemplo. Hace treinta y tantos años, en la transición, muchos dirigentes de Alianza Popular, que era como se llamaba entonces el Partido Popular, estaban muy descontentos con el proyecto de Constitución que se estaba consensuando. Tanto es así que cuando se sometió a votación, en las Cortes constituyentes de 1978, sólo ocho de los dieciséis diputados del partido votaron a favor, tres se abstuvieron y cinco votaron en contra. Una vez aprobada en las Cortes por una abrumadora mayoría, la Constitución fue sometida a referéndum, y aunque el partido recomendó el sí, no faltaron voces dentro del mismo que apoyaron la abstención.
Se ha dicho a menudo que el entonces joven militante de Alianza Popular y futuro presidente del Gobierno José María Aznar defendía el voto en contra o la abstención en el referéndum. Él lo ha negado en alguna ocasión. Como prueba de su postura, se suelen citar, concretamente, unos artículos publicados en el periódico La Nueva Rioja. Como hoy estas cosas están a un par de pantallas de distancia, los leo. Para comenzar, veo que esos artículos fueron publicados una vez aprobada la Constitución, en el año 1979, de modo que difícilmente podían oponerse. Son artículos contra el terrorismo etarra y contra las concesiones a la izquierda en aras del consenso, y el autor no oculta sus ideas contrarias al naciente Estado de las autonomías. Alertan contra los peligros de la abstención en las elecciones de 1979 y contienen críticas a la ambigüedad de la Constitución y frases comprensivas para los que se abstuvieron en el referéndum, pero nada asegura que esa fuera la posición de José María Aznar, aunque fuera la de una buena parte de su partido.
No quiero que el lector piense que el paso del tiempo se ensaña únicamente con el Partido Popular. Las hemerotecas son complicadas para todo el mundo. Si alguien se lo propone, siempre encontrará algo que preferiríamos no haber dicho o hecho. Pero uno no puede dejar de preguntarse qué ocurrirá dentro de treinta años, qué dirán los que hoy se pronuncian de forma tan rotunda sobre ciertas cuestiones de actualidad, o sus sucesores. Por ejemplo, sobre lo que tú y yo estamos pensando, amigo lector.
En fin, mis mejores deseos a Javier Maroto y su marido. Que su nuevo estado les colme de venturas.
Qué dirán dentro de treinta años los que se pronuncian hoy de forma tan rotunda sobre cuestiones de actualidad