Inverosímil
En todo este asunto de la tauromaquia debe de haber aspectos que se nos escapan. Si razonamos desde lo que sabemos, los hechos resultan completamente inverosímiles. Veamos: salvo los nacidos en Tordesillas, convenimos ricos, pobres y mediopensionistas que lancear un toro y clavarle un hierro en el espinazo hasta que caiga muerto es una salvajada. El animal presta su nobleza para un juego –se habla de tradición cultural secular– en el que una turba de individuos armados y fuera de sí acaban asesinándole. Cualquier alma sensible sabe que esto no es más que una exhibición vergonzosa de los instintos más primitivos del género humano. Ergo, estamos en contra de la crueldad por simple diversión, ¿o no?
El maltrato a los animales está mal visto, y ya era hora. Lo de torturar al toro tiene de goyesco lo que el Ecce Homo de Borja tiene de arte: ahí no hay belleza. Convenimos que daba miedo la brutalidad empleada el martes en Tordesillas contra el astado de 640 kilos que llevaba por nombre Rompesuelas. Pero poco se ha dicho en Catalunya sobre la otra tauromaquia, la de las Terres de l’Ebre. Dos días después de la barbarie del Toro de la Vega, helaba la sangre que los Mossos d’Esquadra airearan, sin ningún asomo de pudor, su nuevo protocolo para blindar los correbous.
Se trata de unas instrucciones para actuar contra quienes intenten boicotear esta fiesta popular. La cosa tiene su miga, puesto que se anima a denunciarles, por la vía administrativa o penal. Dicen los Mossos que todo está pensado para evitar que los animalistas sean agredidos en el fragor de la batalla. Si no hemos visto a ningún taurófilo horrorizado ante la idea es porque el protocolo se pactó con las peñas taurinas del Ebre.
Los correbous pueden gustar o no. Pero sería estimulante que los aficionados a esa “expresión cultural” hicieran una crítica del gusto. Pero, hombre, hombre, reconozcan que resulta un pasatiempo detestable poner dos bolas de fuego en los cuernos de un toro (de los que la bestia, medio cegada, intenta deshacerse a cabezazos contra el suelo), patearle y atizarle con palos a ver si así se enfurece y nos hace correr un poco.
No se da muerte al animal, claro, pero parece evidente que se le maltrata. ¿Que a alguien le divierte? Pues qué le vamos a hacer, anomalías “culturales” las hay en todas partes, en Tarragona, en Castilla o en Tombuctú, lo que no quita que desde aquí dediquemos tres hurras a los taurófobos. Que por muchos años toquen las narices a los taurófilos. Hurra, hurra, hurra.
Habrá a quien le compense todo ese espectáculo. A los políticos... Se conoce que la abolición de los correbous en Catalunya supondría un coste electoral impagable. Ya lo vimos hace cinco años, cuando se aprobó en el Parlament el veto a las corridas de toros y se protegía a la vez a los correbous. Mucho deben valer en las urnas los votos del sur como para que se ignore a su gente durante todo el año pero se les conceda en verano el (mal) gusto de unas fiestas locales con toro de la ganadería catalana. Inverosímil.
Si se está en contra de torturar a los toros por diversión, ¿por qué siguen blindándose en Catalunya los ‘correbous’?