La Vanguardia

“Una emoción enfermó a mi hija y otra la ayudó a curarse”

Tengo 45 años, pero me siento mejor que a los 20; luchar junto a mi hija Sofía me hace crecer sin envejecer. Nací en Córdoba y vivo en Sitges. Estoy casada con Marisa y tenemos dos hijas maravillos­as. Creo que hay más de lo que vemos y nos explican. En po

- LLUÍS AMIGUET

Conocí a mi mujer, Marisa, hace 19 años, y –tras siete de relación– decidimos casarnos y formar una familia. ¿Por qué decidieron que fuera usted la madre? Madres somos las dos, pero elegimos que yo fuera la biológica, porque Marisa es diez años mayor que yo y, además, tiene responsabi­lidades empresaria­les y viaja mucho.

¿Cómo escogieron al padre? Mi cuñado se ofreció como donante, pero preferimos que nos lo brindara la clínica sin llegar a conocerlo nunca. Y aún creemos que fue la mejor decisión.

¿Por qué? No sientes lo que ignoras y, si nuestras hijas no conocen a su padre biológico, tampoco lo echarán en falta. Intentamos una inseminaci­ón tres veces sin éxito y, después, una in vitro, con la que a la primera conseguimo­s tres embriones: me implanté uno y congelamos los otros dos. Y, por fin, nació María... Enhorabuen­a. ...Guitart, porque también estábamos de acuerdo en que llevara el apellido de Marisa. Hoy María es una niña estupenda, que ahora cumplirá los trece años.

...Estupendo. Tanto, que Marisa y yo decidimos tener otro hijo con uno –no quisimos mellizos– de los otros dos embriones. Pero esta vez el parto no fue nada fácil. Tuve pérdidas y sufrí mucho hasta que nació Sofía.

¿Por qué fue tan complicado? Y aún faltaba el susto serio. Lo tuve cuando la cardióloga diagnostic­ó a Sofía una tetralogía de Fallot, una cardiopatí­a congénita, que, en su caso, se manifestó en desplazami­ento de la aorta y comunicaci­ón –un agujerito, le digo yo a la niña– entre los dos ventrículo­s.

¿De quién la heredó? ¿Del padre? Suponemos que sí, porque yo no tengo ningún antecedent­e familiar, pero ante los problemas de mi vida yo nunca he buscado culpables, sino soluciones.

¿Las encontró? La doctora quiso esperar tres meses para operar y nosotras decidimos no esperar con los brazos cruzados. Yo había leído mucho sobre terapia emocional y quise ayudar con ella a mi hija sin dejar de seguir, además, todas las instruccio­nes médicas. Se lo consulté a la doctora de Sant Joan de Déu y a ella le pareció bien.

¿En qué consistió su terapia? Las cardiopatí­as están relacionad­as con el

sentimient­oangustia del embarazode rechazo.y mis Deduje comentario­sque toda ne- la gativos habían sido somatizado­s por Sofía durante su gestación en respuesta a todo ese rechazo. Recuerde, además, que había estado congelada durante ocho años.

Pero entonces era sólo un embrión...

Era un ser vivo. Creo que, en cualquier caso, esa emoción había acabado por afectarle hasta manifestar­se en su grave cardiopatí­a.

¿No será que se siente usted culpable?

De lo que estaba segura era de que haría todo lo posible y lo imposible para salvarle la vida a mi hija. Su otra madre y yo nos turnábamos para hablarle con todo nuestro cariño día y noche: “Te queremos, Sofía, eres una niña muy deseada y muy querida, eres la niña más sana y fuerte del mundo”. Además, la visualizáb­amos como una niña sana.

...

Sólo dos meses después, pudimos comprobar que su cuadro había mejorado enormement­e y que ya no había que operarla.

Tal vez el diagnóstic­o no había sido exacto o quizá hubo otros factores...

En cualquier caso, seguimos dándole y expresándo­le nuestro amor continuame­nte. Sofía fue mejorando, pero, un año después, tuvo un desvanecim­iento, le diagnostic­aron síndrome de Jarcho-Levin: le faltaban cuatro costillas derechas y tres izquierdas.

¿Sofía sufría?

Respiraba mal, pero nunca la tratamos como a una niña enferma sino como a una personita, nuestra hija, junto a la que afrontaría­mos sus problemas. Y se lo demostrába­mos. Seguíamos con la terapia emocional: quererla a mansalva y decírselo a todas horas. Por fin, la operaron –no había otra opción– y le corrigiero­n la arteria subclavia y le pusieron un parche en el orificio interventr­icular, que ya se había ido estrechand­o por sí solo.

¿Cómo está ahora Sofía?

En las últimas pruebas, la doctora le dijo cariñosa: “Sofía, no sé qué te está haciendo la bruja de tu mamá, pero que lo siga haciendo”. A sus tres añitos, es alegre y parlanchin­a y lleva una vida normal. Y yo la veo mejorar cada día, pero seguimos con la terapia emocional para que no le afecte el Levin.

Tiene unas mamás muy luchadoras.

La actitud por sí sola no acaba con los problemas, pero es el principio de la solución. Creo que las emociones nos influyen y no sólo en nuestra psique, sino también de forma directa en nuestro cuerpo.

Las suyas no puede ser más positivas.

Con Sofía he aprendido y he leído muchísimo: hemos crecido juntas frente a la enfermedad. Por eso escribí El parche mágico, para contar nuestra historia. Escribirlo fue un reto. Yo no pude ir a la universida­d, porque en casa éramos siete hermanos de familia humilde en Córdoba. Ahora quiero aprender y enseñar a escribir mejor junto a mi hija.

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INMA SAINZ DE BARANDA

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