La Vanguardia

WEST HOTEL

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La estación Hudson Yards irrumpe como una seta lunar.

Todo está tan nuevo y limpio, incluso los murales. Este paisaje del oeste urbano resulta casi igual de bucólico que el rural de Callicoon, municipio del estado de Nueva York, al pie de los Catskills, a la vera del río Delaware.

Después de Labor Day también se producen los reencuentr­os. Dos madres –Alice y Lucy– coinciden en el primer entrenamie­nto de los Eagles, el equipo de beisbol de sus hijos.

En julio, por una de esas casualidad­es, se tropezaron en el lugar más inesperado: Callicoon. Hace un par de décadas, Alice se compró una casa en ese pueblo. Le cuenta ahora, con más calma, que las propiedade­s iban cotizadas, pero la amenaza del fracking –perforació­n petrolífer­a asociada a terremotos y a contaminac­ión del acuífero– les hizo perder valor. Ahora, a la vista de que el estado prohíbe ese sistema y la caída del precio del combustibl­e, el sector inmobiliar­io se está recuperand­o. De pronto le pregunta: –¿Os alojasteis en el West? La otra se lo piensa: “Sí”. –¿Había alguien más esa noche en el hotel? La otra se lo piensa: “No”. –El dueño mató a una camarera.

Lori murió, de un disparo, en el bar del hotel West, en el 2008. Al amo, Joe Naughton, el mismo que le dio las llaves a Lucy y que no aceptó el pago con tarjeta, lo condenaron a seis meses. Se consideró un accidente, aunque malas lenguas dicen que influyo el que su hija fuera juez del condado.

El West está en venta.

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