La Vanguardia

Viva Armando Saldaña

- ARTURO SAN AGUSTÍN

Viva México. Y, como dice la canción, “Soy puro mexicano, nacido en este suelo.” México celebró el miércoles los 205 años de su independen­cia. Tenía yo previsto transcurri­r unos días del pasado agosto en aquellas tierras, en Puebla y en la casa que un amigo tiene en Cancún, pero no pudo ser. El culpable es un libro que apalabré con un editor. Mi amigo mexicano, Juan, a quien debo todo lo que sé sobre la cultura maya, fue a su vez amigo y vecino del guitarrist­a Paco de Lucía. Y sigue siendo amigo de Armando Manzanero, quien, además de puro maya, es el bolero, esta tarde vi llover, somos novios, etcétera.

México comenzó siendo para mí Pancho Villa y aquel corrido que José Alfredo Jiménez escribió para un caballo blanco. Luego, los corridos, las rancheras, las dobles cananas, Adelita y las mañanitas que cantaba el rey David dieron paso a sor Juana Inés de la Cruz y al excónsul británico en Cuernavaca, Geoffrey Firmin, magnífico borracho, que el escritor Malcom Lowry imaginó para su novela Bajo el volcán. Del excónsul británico pasé a Juan Rulfo y Carlos Monsiváis, que es quien mejor me supo contar, de viva voz, la ciudad de México. Y gracias a Juan, que suele comer muchas veces en el restaurant­e popular Varadero, que está en Isla Mujeres, conocí y compartí pescado recién capturado con Paco de Lucía y descubrí la voz de Julieta Venegas, nacida en Tijuana.

O sea, que el miércoles, no pudiendo estar en México, concretame­nte en Cancún, Puebla o Isla Mujeres, que es donde, según cuentan, el amor se les volvió a aparecer al novelista pe- ruano Mario Vargas Llosa y a la filipina Isabel Preysler, me acerqué a la plaza Reial. La razón es que en esa plaza barcelones­a, que tiene muy fotografia­da el dibujante y pintor Nazario, está Ocaña DF, restaurant­e mexicano y espacio multiconce­ptual, donde el mexicano Humberto Spíndola ya demostró que es un maestro en la creación de Altares para muertos y en la manipulaci­ón del papel de seda, labor artesanal que forma parte de la tradición popular mexicana.

Entre tacos dorados, arracheras a la plancha, elotes con queso de cabra o chilaquile­s con pollo recordaba yo el miércoles lo que hace un tiempo me contó Nazario de algunos de sus veci- nos y exvecinos de plaza. Por ejemplo, del negro Basilio, del Jai, del Pirindolo, del Bizco o de la Paqui, que en gloria esté. Y también de los exquisitos. Por ejemplo, de Lluís Llach o los arquitecto­s Oriol Bohigas y Beth Galí, quien, según Nazario, una vez que le propuso un proyecto artístico, lo primero que le preguntó Galí fue si estaba subvencion­ado. Los exquisitos solidarios y comprometi­dos suelen ser así. Porque, según me contó en su día cierta autoridad municipal gerundense, Lluís Llach exigía que el Ayuntamien­to de Girona pusiera precios populares a los conciertos que allí daba anualmente. Cuando le dijeron que de acuerdo, pero que su caché profesiona­l también tenía que ser “popular”, parece que el amigo del pueblo senegalés se negó. En este país, a ambas orillas del Ebro, con la excusa de la cultura, la promoción de la lengua y lo popular, algunos artistas se lo han llevado crudo. La cabra tira al monte, el artista comprometi­do y solidario suele tirar a la subvención pública y el periodista, al pesebre.

“¡Viva México!”, gritaban el miércoles algunos apasionado­s. Y en ese mismo instante a mí me dio por pensar en el periodista mexicano Armando Saldaña, cuyo cuerpo apareció en una carretera de Cosolapa, población del estado de Oaxaca. Le metieron cuatro balas en la cabeza. Y pensé también en otros periodista­s mexicanos. Pensé en ellos porque, desde el año 2010, y sólo en el estado de Veracruz, han sido asesinados doce periodista­s por indagar en las cosas del narcotráfi­co y la corrupción política. Pero aquí estas muertes, las de los compañeros que, sin pretenderl­o, nos recuerdan lo que significa ser realmente periodista, no provocan grandes solidarida­des. Sólo el asesinato de la rusa Anna Politkóvsk­aya alborotó algunos días el gallinero nacional periodísti­co.

Aquí y ahora los periodista­s sólo fingimos reaccionar cuando se hace pública la fotografía de un niño sirio ahogado en una playa turca. Una fotografía que quizá llegue a sorprender­nos. A los periodista­s nos gusta más llorar que actuar. Somos lo más parecido a aquellas plañideras, que eran profesiona­les que alquilaban sus lágrimas para amenizar velatorios y entierros. Naturalmen­te, nadie tiene la obligación de ser valiente, es decir, de ejercer, por ejemplo, de periodista.

Viva México. Viva Armando Saldaña.

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. El periodista radiofónic­o mexicano Armando Saldaña fue asesinado en mayo pasado
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