La Vanguardia

Las mayorías y el 27-S

- José Antonio Zarzalejos

Pese a constituir una contradicc­ión en sus propios términos, el president de la Generalita­t ha logrado que todos asuman el carácter plebiscita­rio de las elecciones del próximo domingo. Incluso Rajoy ha entrado en la dinámica del sí y el no a la independen­cia y no hay candidato que no hable de ella sin mención alguna a otros temas de interés ciudadano aunque el CIS sigue constatand­o que lo que más preocupa a los catalanes es el desempleo y los problemas económicos. Así las cosas, ¿por qué trampea Artur Mas?, ¿por qué no asume con todas las consecuenc­ias ese carácter plebiscita­rio del 27-S y establece la línea del éxito o del fracaso en la mayoría absoluta de votos populares en vez de en la de escaños? Quizá porque sabe que perdería el envite como acreditan todas las encuestas, incluso sumando a Junts pel Sí –que es mucho sumar– los votos de la lista de la CUP que, pese a su radicalism­o, se fijará en los sufragios y ha anunciado que no investirá a Artur Mas.

Digo que el president de la Generalita­t trampea. Efectivame­nte: el coste de cada diputado es muy dispar según qué circunscri­pción. En Barcelona es de 48.000 sufragios; en Tarragona y Girona, de 30.000 y en Lleida, de 20.000. Es evidente la infrarrepr­esentación de Barcelona que es la provincia con menor penetració­n independen­tista. Mas está jugando con un ventajismo que deslegitim­a sus pasos posteriore­s si son los que se pretenden en su hoja de ruta y una razonable negociació­n. Es verdad que España registra en su historia un ejemplo de elecciones plebiscita­rias: las municipale­s del 12 de abril de 1931 que acabaron con el régimen de la Restauraci­ón y trajeron la II República. Se elegían 80.000 ediles. Más de 40.000 electos fueron de adscripció­n monárquica; poco más de 36.000, republican­a, pero 41 de las capitales de provincias votaron por las candidatur­as rupturista­s y hubo una mayoría de voto popular republican­o.

Aquellos comicios se parecieron bastante a un plebiscito.

Lo más grave, sin embargo, es la incoherenc­ia de Artur Mas. Tengo ante mí, mientras redacto estas líneas, la página 16 del diario El País de 25 de septiembre del 2010. Ha llovido mucho, desde luego, pero no tanto como para que al president de la Generalita­t se le haya podido olvidar. El titular a cuatro columnas y entrecomil­lado era del siguiente tenor literal: “El derecho a decidir lo tendrían que apoyar más del 60% de los catalanes”. En el cuerpo de la entrevista, el presindent es todavía más explícito: “El futuro de Cataluña para ir bien, para que sea un futuro claro, tendría que ir a mayorías superiores a un 60%”. La hemeroteca juega estas malas pasadas –o buenas, según se vea– que retratan a los políticos y sus incoherenc­ias. Porque si Artur Mas estimaba hace cinco años que para que Catalunya tuviera un futuro claro eran necesarias mayorías “superiores al 60%”, ¿qué es lo que ha cambiado para que ahora no estén indicadas esas mayorías como entonces?

Se aducirá que el 27-S no es un referéndum. Cierto. Un referéndum es un plebiscito, un sí o un no. Y como lo es ¿por qué Junts pel Sí lo asume como tal pero lo interpreta en sus resultados como unas elecciones ordinarias? El planteamie­nto carece de lógica y, de mantenerse como parece, afectará muy seriamente a la legitimida­d –concepto enlazado con la legalidad pero que lo supera– de la política catalana próxima si las listas independen­tistas obtienen una victoria por mayoría absoluta de escaños pero no en voto popular. Los líderes secesionis­tas tienen meridiano que este es el punto débil, entre otros, de su planteamie­nto del 27-S, tan débil como subrayaron ante Mas, Romeva y Junqueras los correspons­ales extranjero­s acreditado­s en España.

El 27-S, de dar a los independen­tistas los resultados que apetecen en escaños y no en votos, resultará internacio­nalmente ineficaz, como lo será la segunda falla de su planteamie­nto que es la permanenci­a en la Unión Europea para el caso –una hipótesis muy lejana– de una posible independen­cia declarada unilateral­mente. Estos dos aspectos del planteamie­nto independen­tista condiciona­n todo el proceso de una manera prácticame­nte absoluta, con independen­cia de las medidas que el Estado, a través del Estado, del TC o la justicia ordinaria, puedan adoptar.

Por esa razón, si la negociació­n que debería abrirse después de los comicios queda abortada por recíprocas tozudeces, o no prospera en unos términos ponderados y leales, no maximalist­as, tendríamos que ir a una ley de Claridad a la canadiense interpreta­da esta como lo hizo Rafael Jorba en este periódico (“A la canadiense” de 15/X/2014): autorizaci­ón del Estado, pregunta clara, participac­ión determinad­a sobre censo y mayoría reforzada. Por ejemplo, de ese 60% al que hace cinco años se abonaba Artur Mas.

Mas propugnaba en el 2010 una mayoría del 60% para que Catalunya tuviera un futuro claro

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