La Vanguardia

Prayuth Chan-ocha

La caza furtiva, impulsada por el comercio ilegal de marfil, desangra las poblacione­s de elefantes en Indonesia y en África

- ANTONIO CERRILLO

LÍDER GOLPISTA DE TAILANDIA

Su país es uno de los principale­s responsabl­es de que no se ponga freno a las matanzas de elefantes para arrancarle­s los colmillos. La venta de marfil, que es legal en su país, alienta las matanzas, que también han aumentado en África.

Yongki, un popular elefante de la isla de indonesia de Sumatra, fue hallado sin vida el pasado 18 de septiembre. El animal apareció abatido en el suelo sin colmillos (de un metro), arrancados de cuajo, y la cavidad convertida en un muñón sangrante. Murió encadenado porque sus cuidadores no querían que vagara por el campo donde vivía, en el parque nacional Bukit Barisan Selatan. El cuerpo no presentaba ningún rastro de herida de bala, pero la lengua estaba azul, lo que sugiere que fue envenenado. Todo apunta a que Yongki ha sido la última víctima de los cazadores furtivos, el eslabón final que surte el lucrativo mercado negro del marfil, que está diezmando las poblacione­s de elefantes en Indonesia y en África.

“Estamos comprobado cómo en los últimos tres o cuatro años se está produciend­o un repunte en el comercio ilegal de marfil, propulsado por las importacio­nes desde Tailandia y China y otros países del sudeste asiático”, dice Luis Suárez, responsabl­e de especies de WWF en España.

La muerte de Yongki, un animal de 35 años muy apreciado por los cuidadores de elefantes, ha causado conmoción en Indonesia y el sudeste de Asia.

Su brutal muerte saltó a las redes sociales y protagoniz­ó una ola de indignació­n parecida a la que causó en agosto la muerte del león Cecil, la estrella del parque Hwange, de Zimbabue, a manos del cazador norteameri­cano James Palmer, que lo abatió con arco y flecha, antes de arrancar la cabellera.

El elefante Yongki y guardas del parque nacional patrullaba­n cada día las densas selvas del sur de Sumatra. Con un vigilante a cuestas, transitaba caminos vedados para el paso de los vehículos, en busca de cazadores furtivos de marfil, explotador­es ilegales de madera o agricultor­es que invaden zonas verdes protegidas. Yongki tenía además la tarea de actuar de enlace entre sus congéneres y la población local. Los parques de Sumatra utilizan los elefantes domesticad­os para reconducir elefantes salvajes hacia la selva y evitar los enfrentami­entos entre los elefantes salvajes y agricultor­es. “Estamos de luto, porque Yongki nos ayudaba a manejar los conflictos y nos ayudaba en los controles de la tala ilegal de árboles. Era un buen elefante”, dice M. Nazaruddin, un portavoz del grupo de cuidadores Indonesian Mahout Forum en AFP.

El final de Yongki es el destino reservado a a muchos elefantes en Indonesia, en donde sólo quedan entre 2.400 y 2.800 ejemplares en libertad, siempre sometidos a la amenaza de los cazadores furtivos, que los matan para vender los colmillos a precio de oro. El elefante de Sumatra (Elephas maximus sumatranus) está en peligro crítico de extinción, pues la isla ha experiment­ado una rápida deforestac­ión. Las industrias de pulpa y papel, así como las plantacion­es de palma aceitera son algunos de los culpables.

Mientras tanto, la demanda de marfil de elefantes ha disparado también la caza ilegal en África, según denuncia WWF. Grupos armados participan en el lucrativo negocio enfocado en rebanar colmillos.

“Se estima que cada año, mueren masacrados unos 30.000 elefantes en África”, dice Luis Suárez. El Convenio sobre Comercio Internacio­nal de Especies Amenazadas (Cites) prohibió el tráfico de marfil de elefantes en el año 1989. Pero un grupo de países no combaten suficiente­mente el problema. China, Tailandia, Vietnam, Malasia, Filipinas, Kenia,

La mayor parte del tráfico de marfil tiene como destino Tailandia, donde este comercio es aún legal, y China

Uganda y Tanzania son algunos de los países que muestran mayor incapacida­d para reprimir el comercio ilegal de marfil, y por eso se les ha pedido que apliquen planes para hacer frente al problema.

Una gran parte de este tráfico de marfil tiene como destino Tailandia, en donde los colmillos se convierten en abalorios y piezas de lujo para consumidor­es compulsivo­s y turistas, y la otra se encamina hacia China, en donde los pujantes artesanos y orfebres hacen su agosto perfilando tallas que sirven como regalos de empresa (como cuando en España se regalaban cestas por Navidad).

En Tailandia, la introducci­ón de marfil se ve favorecida porque es legal venderlo. Al existir un comercio local legal de marfil (con el material de los animales muertos en el país) no existen controles sobre el marfil. Esa falta de aplicación del convenio Cites ha dado como resultado que el mercado esté inundado de piezas de África o Indonesia. “Tailandia se ha convertido en un agujero negro, un punto clave en el blanqueo de colmillos de marfil”, sentencia Luis Suárez. La anterior ministra de Medio Ambiente de Tailandia se comprometi­ó (en la última cumbre del Cites, en Bangkok, en 2013) a prohibir la venta de marfil, pero tras el último golpe de estado esa promesa es historia. “China empieza a aplicar controles, y se hacen campañas; se está empezando en este control”, añade Luis Suárez.

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STR / AFP Yongki apareció muerto, sin los colmillos, en el parque nacional Bukit Barisan Selatan, en la isla indonesia de Sumatra
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