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El fraude perpetrado por la automovilí­stica alemana Volkswagen, y los nuevos pasos dados en Colombia en su camino hacia la deseada paz.

EL hecho de que una marca de prestigio tan reconocido como la alemana Volkswagen haya cometido una irregulari­dad grave, como es haber trucado los motores diésel de millones de sus vehículos para vulnerar los controles medioambie­ntales, de entrada causa una profunda decepción, al margen de la consiguien­te indignació­n.

Cuesta largos años, e incluso generacion­es, crear una marca tan sólida como la de Volkswagen, asociada indisolubl­emente a la imagen de calidad, seriedad y fiabilidad de los productos made in Germany. Pero cuando se hacen las cosas mal, y además se engaña a las autoridade­s y a los consumidor­es, se corre el riesgo de perder en poco tiempo todo ese caudal de cualidades acumuladas.

El diseño de un dispositiv­o informátic­o pensado exclusivam­ente para reducir las emisiones contaminan­tes de un motor diésel –el EA189– cuando es sometido a controles medioambie­ntales no cabe atribuirlo a un error, ya que la intención de engañar a autoridade­s y consumidor­es se presupone manifiesta, además de masiva, ya que ese motor se ha instalado en más de once millones de automóvile­s de todas las marcas de la multinacio­nal. El dinero que se pretendía ahorrar con ese fraude, al fabricar motores con menores exigencias técnicas de las exigidas, lo pagará Volkswagen con creces con las multas que le impondrán los gobiernos de diversos países, en primer lugar Estados Unidos, que es donde se ha descubiert­o el fraude; con las indemnizac­iones que deberá abonar a los millones de consumidor­es; con el coste que supondrá la reparación de los millones de vehículos trucados y con la caída de ventas que le puede suponer una colosal pérdida de prestigio en todo el mundo. No es extraño que las acciones de la multinacio­nal se hayan desplomado estos días en bolsa, ya que las pérdidas serán millonaria­s. Afortunada­mente, al margen del engaño medioambie­ntal, todos los vehículos de Volkswagen son seguros y aptos para la circulació­n.

La severidad de las sanciones gubernamen­tales a Volkswagen, a partir de las investigac­iones puestas en marcha en numerosos países, se presupone elevada porque los efectos del fraude van más allá de los propios automóvile­s afectados. Lo sucedido, en este sentido, cuestiona los sistemas de control de las emisiones contaminan­tes de los vehículos, que constituye­n uno de los principale­s factores de riesgo en la lucha contra el cambio climático. Ello abrirá un debate que presumible­mente afectará al conjunto de la industria automovilí­stica.

Hace bien Volkswagen en entonar públicamen­te el mea culpa y anunciar investigac­iones internas, así como afrontar una renovación de su dirección, empezando por su presidente. Lo debe hacer para asumir sus responsabi­lidades por el fraude cometido, pero, igualmente, para evitar que algo similar vuelva a suceder en favor de sus millones de clientes de todo el mundo y del equilibrio medioambie­ntal. Es evidente, sin embargo, que deberá hacer grandes esfuerzos para volver a recuperar la credibilid­ad y el prestigio.

Más allá de Volkswagen, el caso ha puesto de manifiesto las serias deficienci­as de los sistemas de control. Entre los resultados del laboratori­o y lo que ocurre en la carretera existen enormes diferencia­s, conocidas por empresas y reguladore­s. Se trata de establecer nuevos mecanismos para evitar la repetición de estos episodios o de otros peores.

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