MATAR O HUIR CON 14 AÑOS
Familias de refugiados ayudan a víctimas de la violencia procedentes de RCA: ex niños soldado y huérfanos
La violencia en la República Centroafricana marca de por vida a los más jóvenes, que deben escoger entre empuñar las armas o huir.
“Desde que asesinaron a mi padre quería combatir y vengar su muerte”, susurra cabizbajo Mouctar Hissein, un ex niño soldado de 16 años que a los 14 se unió a los rebeldes Seleka, en la convulsa República Centroafricana (RCA), por rabia y como estrategia de supervivencia. Poco después de estallar los combates, tras el golpe de Estado de marzo de 2013, Mouctar llegó una tarde a su casa, cerca de la capital, Bangui, y tuvo que enfrentarse a una terrible escena: su padre yacía sin vida en el suelo. Esperó unos días pero ninguno de sus seis hermanos ni su madre aparecieron. Y todavía no sabe nada de ellos. Ahora vive en Sido, en Chad, al otro lado de la frontera, donde una mujer refugiada lo ha acogido.
“Me quedé solo, sin nadie de mi familia, y un día, en la calle, topé con un batallón de los Seleka. Levanté los brazos y dije: ‘Yo también soy musulmán, quiero unirme a vosotros’. ¿Por qué lo hice? Por miedo y por odio hacia los que habían asesinado a mi padre, supongo que los anti-Balaka”. Los Seleka, musulmanes, tomaron el poder en 2013 y se inició una etapa de extrema violencia en RCA. Los cristianos se organizaron en las milicias anti-Balaka. Unicef propició el pasado mayo un acuerdo entre una decena de grupos armados para que iniciaran la liberación de los alrededor de 10.000 menores utilizados como niños soldado obligados a realizar todo tipo de trabajos e, incluso, forzados sexualmente.
Mouctar, sentado en una suerte de porche y rodeado de una decena de vecinos, entre ellos Ngllertya Abel Soumbakoma, la autoridad tradicional de un distrito de Sido, contesta en árabe, con mucho recelo, las preguntas que le formula el traductor, Loum Tehilabana Diguera. “Piensa que soy policía”, apunta Loum.
“Estuve un año con los Seleka, hacía todo lo que me pedían, limpiaba y combatía. Había muchos niños, de todas la edades, de diez, once, doce años...También mayores que yo. En la guerra, si se pone alguien delante, tienes que disparar, cuando aparecían enemigos, disparaba, lo hice muchas veces. No sé si maté a nadie”, relata con gotas de sudor en la frente, un día de principios de septiembre muy caluroso y con una humedad sofocante. Al otro lado de la calle, hay mucho ajetreo. Los comerciantes atienden sus puestos de carne de buey y de cordero, de hortalizas, de mandioca y de pasta de cacahuete. Una pizarra colocada encima de un charco lleno de basura anuncia que en el local L’Espoir des Jeunes (la esperanza de los jóvenes) transmitirán los próximos partidos de las ligas europeas: “Barça vs Atlético de Madrid; Real Madrid vs Español y Manchester vs Liverpol”, reza el cartel. En este rincón de Chad, destino de miles de familias de RCA en busca de un lugar donde subsistir en paz, el fútbol también es apasionado tema de conversación .
“Estuve un año con los Seleka a unos 150 kilómetros de Bangui, pero me sentía muy cansado y pude venir a Sido con un convoy de militares de Chad. Aquí, una mujer refugiada con cinco hijos nos ha acogido a mí y a otro chico que también llegó sin sus padres”, ex-