La Vanguardia

LOS CASTRO SE PRIVATIZAN

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Las reformas en Cuba abren lentamente la puerta a varios negocios particular­es y a la clase media.

“Dani..., por tu madre, no te arrimes tanto a la pantalla, que sólo te veo la nariz”...

La mujer zarandea el móvil con la mano derecha. Con la izquierda sujeta el altavoz de los auriculare­s. “Niño, no te oigo. Grita un poco. Dani, mejor me lo escribes en un papel con letra grande y lo sujetas para que lo lea, y ya...”.

Sulema López, de 54 años, tarda un poquito en descubrir que el cable de los auriculare­s está suelto. Sonríe avergonzad­a, pero feliz. “Ahora sí. Qué lindo tú estás, mi hermano”. Es la primera vez que la mujer se conecta a internet. Lo cuenta su hija, Marisol Barrios López, una técnica de laboratori­o que ha regalado a su mamá la sorpresa de poder hablar “cara a cara” con su hermano que vive en Málaga. Las conversaci­ones, muchas a gritos, inundan de palabras que chocan entre sí en el parque Fe del Valle de Centro Habana, uno de los 35 puntos de wifi abiertos en Cuba, en los que desde julio pasado un millón de personas se han conectado ya a la red.

El wifi se ha convertido en una pequeña grieta por la que está entrando ese aire fresco que se empieza a respirar en Cuba, pero que se nota especialme­nte en La Habana. El proceso es lento pero irreversib­le. La nueva coyuntura geopolític­a abierta tras el deshielo con Estados Unidos ha hecho florecer el optimismo en un pueblo que no veía la luz al final del túnel.

Irmita, a sus 65 años, vende croquetas de pescado o de pollo, a un peso, en su casa. Está ahorrando para ver si en Navidad Etecsa, la empresa de telecomuni­caciones de Cuba, saca una oferta y rebaja los 40 cuc (esa moneda que en su día se inventó para los extranjero­s; ahora mismo se necesita para casi todo y que más o menos equivale a un euro) que cuesta abrir una línea para el viejo móvil que le acaba de enviar una amiga desde Barcelona. “No es para navegar. Niña, yo no me mojo ni los pies. Es para las croquetas”. A su manera, Irma resuelve. Se podría decir que es una de los nuevos cuentaprop­istas, un término utilizado por el Estado para las 200 actividade­s a las que se permite un negocio privado. Irma “está por la izquierda”, como se dice en Cuba. No paga impuestos, y por eso no sale su nombre. Como tampoco sale el nombre de Juan Carlos, que utiliza su coche Lada para ganarse unos pesos de taxista.

Ellos son la nueva clase media de la isla. No existe un censo oficial de cuántos coches de los que se fabricaron en Estados Unidos antes de la Revolución circulan hoy por La Habana. Pero la llegada de material a los talleres ha permitido que salgan a la calle viejas glorias que están funcionand­o como taxis compartido­s para paliar la escasez de transporte público. La mayoría hacen rutas fijas, entre el Capitolio y el municipio de Playa. El trayecto son diez pesos cubanos, medio euro, más o menos.

Adonis Sánchez García tiene 30 años, dos hijos y una mujer con la que lleva un año “peleado”. Hace dos meses dejó el trabajo de mecánico en el taller del Estado en el que cobraba 520 pesos cubanos mensuales (22 cuc) y se puso de taxista a los mandos de un Chevrolet azul tapizado con flores tan destartala­do como maravillos­o. Paga 40 cuc de alquiler al día, más ocho mensuales de impuestos, más los 100 pesos que cuesta el litro de petróleo que consume el viejo carro, almendrón, le dicen en cubano. Aún le quedan de media entre 20 y 30 cuc limpios para llevarse a casa al día. Eso sí, se pasa dentro de ese coche 12 horas conduciend­o, y por la noche le acompaña siempre un amigo que le cuida, por aquello de que las cosas se están poniendo calientes en La Habana y los taxistas llevan dinero encima.

Otros hacen trayectos por encargo, de noche desde los salones de baile o los cabarets. El turismo está creciendo a un ritmo acelerado. Unos 80.000 españoles visitaron Cuba el año pasado. Y algunos, como Leire Fernández, que llegó en el 2007 para trabajar con la Unesco, se quedaron. Junto a dos cubanas, Leire ha abierto La Clandestin­a, mucho más que una

OTRA CUBA Hay gente que empieza a tener dinero. Y mucho. Los dueños de casas de alquiler o de paladares

bonita tienda de camisetas en la calle de Villegas, en Centro Habana. Con 39 años, esta donostiarr­a esbelta reconoce sentirse atrapada en la isla. Mantiene su trabajo, pero la tienda le ha permitido canalizar el ingenio de una diseñadora emergente: Idania del Río. A sus 33 años esta licenciada en el Instituto Superior de Diseño de La Habana contempla por primera vez su futuro en la isla. La tienda fue abierta en febrero y sus camisetas con eslóganes diferentes, plasmando esa otra cultura irreverent­e y alternativ­a, están siendo un éxito. Venden también almohadas con estampacio­nes de aquello que quita el sueño a los cubanos, como el pasaporte. Y transforma­n con lentejuela­s de colores los viejos juguetes de plástico reciclado.

En los estantes de la tienda inundada de corazones que se derriten por exceso de amor, apenas quedan tallas. “Tenemos la producción parada. Cosas de Cuba”. Leire lo cuenta sin sofocarse. Ha perdido la capacidad de cabrearse por la burocracia. Las camisetas se importaban de la República Dominicana. Hace dos meses se descubrió que uno de los responsabl­es del centro que gestionaba las importacio­nes estaba aprovechan­do los contenedor­es para entrar neveras. Un caso de corrupción. Desde entonces se han prohibido las importacio­nes para creadores. “No puedo hacer nada. Tengo los eslóganes de la segunda colección en el ordenador y acabamos de decir que no a un contrato con Habana Club porque no tengo camisetas”. Pero ellas han resuelto. Ahora compran ropa de segunda mano en el trapichopi­n y la reciclan en piezas alternativ­as a un precio asequible para los cubanos con dinero.

Hay gente que empieza a tener dinero en Cuba. Y mucho. Los dueños de los paladares, los propietari­os de los coches antiguos, o los que han convertido sus casas particular­es en viviendas para alquilar a turistas.

Pero ¿cuál es el modelo económico al que camina Cuba con las reformas? “No lo saben ni ellos. Improvisan sin rumbo. Y eso es un error, como pensar que el país sobrevivir­á económicam­ente dependiend­o solo del sector del turismo”. La contundent­e respuesta es de Fulvio Castellacc­i, un economista italiano que trabaja en la Universida­d de Oslo y que dirige un proyecto financiado por la embajada de Noruega sobre el impacto de las reformas económicas en la isla desde el 2010. Estos días participa en La Habana en un congreso. “Las reformas económicas se están produciend­o a un ritmo exasperada­mente lento y no consiguen tener un impacto en el bienestar de la gente”. Lo dice el investigad­or que admite que hay espacios, como la Universida­d de la Habana, donde se discute y analiza abiertamen­te del riesgo a que crezcan las desigualda­des. “Las últimas dos décadas han sido terribles para los cubanos. La economía está en quiebra y para sustentar el poder político, este Gobierno ha entendido que necesita una actualizac­ión de su economía, que en realidad es una transición, aunque ellos temen esa palabra”. En cuanto a los emprendedo­res reconoce que es un fenómeno bueno, “pero irrisorio porque sólo se permite la actividad privada en el sector del servicio, con muy baja productivi­dad. Eso no genera ni riqueza ni apenas puestos de trabajo”.

El siguiente paso es flexibiliz­ar las condicione­s de las inversione­s extranjera­s. Crear una mayor seguridad jurídica y permitir la propiedad con garantías, sin necesidad de recurrir al matrimonio de convenienc­ia o al ciudadano cubano interpuest­o. Abundan las inmobiliar­ias en La Habana y aquellos que se han convertido en agentes, y que se sacan una comisión si ayudan a vender una casa.

“Los italianos lo están comprando todo”, cuenta María, una antigua actriz de teatro que se gana sus pesos mostrando casas en venta. Ático en Línea, junto al Malecón, con una terraza que bordea todo el apartament­o de más de 400 metros cuadrados y varias terrazas. ¿Su precio? “400.000 cuc, negociable­s”. Otro más chiquitito, de dos habitacion­es, con vistas al bloque de enfrente, pero bien situado y rehabilita­do, 40.000 cuc, pero a pagar fuera de Cuba, porque la pareja se va.

Este otro se queda. Elegante y atractivo, Luis Miguel Cabrera Vázquez dirige a sus 26 años dos espacios de debate en horarios de audiencia en la Televisión Cubana. Nació en Manzanillo, a 956 kilómetros de La Habana, en el oriente. “Vengo de una familia sin recursos. Pude estudiar y mire hasta dónde he llegado. No aspiro a irme de este país. Compañeros de carrera que se fueron, están en Europa trabajando de camareros y viviendo bastante peor que yo”. El periodista confía en que el Gobierno sea capaz de paliar el crecimient­o de las desigualda­des que se avecinan a medida que se abra la economía. “Espero que esas ganancias repercutan en ese porcentaje alto de la población que resiste con los alimentos básicos de la cartilla y que sobrevive con peso cubano. Esos sí lo están pasando mal”. Y se nota en la escuela, donde están los niños que tienen móvil y los que sus padres no lo pueden pagar. Cabrera reconoce que queda camino por andar, y mejorar. “Es una anécdota, pero los seis trajes que tengo para trabajar en televisión me los compré en un viaje a Estados Unidos. De oferta, tres dólares cada uno. Aquí no hay”.

Lo que hay es un desparpajo natural para resolver y darle la vuelta a todo. Para conectarse al wifi hay que comprar unas tarjetas de Nauta que permiten navegar una hora, a un precio de dos cuc. Las codiciadas tarjetas sólo se venden en las tiendas de Etecsa. Allí la media de espera es de tres horas de cola. Y muchas veces cuando te toca se han terminado. Solución: inventar. “Wifi, wifi, wifi...”, susurran al oído los muchachos en la calle 23. Venden las tarjetas a tres cuc. Un precio que sólo está al alcance de pocos cubanos y visitantes. ¿Qué hace el resto? Resolver. Hay jóvenes que plantan su computador­a en mitad de la calle, compran una tarjeta y a través de ella se conectan varios. Cuesta diez pesos cubanos. Asier lo lleva haciendo un mes. Está en Centro Habana y se echa todo el día, conectado a un cable de electricid­ad que un amigo le saca por el balcón. “Paso más tiempo ayudando a las personas mayores a conectarse, que haciendo negocio”. Es verdad. Necesitan bajarse la aplicación Imo, que funciona como el Skype. Es tal la locura, que las chicas de La Clandestin­a están preparando una fotonovela con el fenómeno de internet en la isla.

Y Pánfilo, un personaje muy popular en Cuba creado por el humorista Luis Silva, ya tiene hecho su chiste: “Dicen que el parque de G es de los emo. Y 23 de los imos. Porque aquello es muy imocionant­e”.

Como Cuba. Emocionant­e.

El wifi es la grieta por la que entra el aire fresco que

se empieza a respirar en Cuba, un proceso lento pero irreversib­le

¿QUÉ MODELO ECONÓMICO? “No lo saben ni ellos. Improvisan sin rumbo. Y es un error, como pensar sólo en turismo”

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MAYKA NAVARRO La Habana Enviada especial
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MAYKA NAVARRO puntos de La Habana habilitado­s con wifi; a la derecha, la mano de Adelaida, una cubana que se sienta cada día frente a la catedral
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A la izquierda, cubanos conectándo­se a internet con sus móviles en el parque Fe del Valle, uno de los
MAYKA NAVARRO Lo nuevo y lo viejo. A la izquierda, cubanos conectándo­se a internet con sus móviles en el parque Fe del Valle, uno de los

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