El principio del fin
A los obsesos nos tocará discutir cómo se puso en marcha el proceso que acabó modificando la arquitectura institucional del país. En este análisis, largo y esperemos que positivo, la última campaña electoral tal vez se explicara cómo una píldora intensificadora de la dinámica política, social y cultural que ha sido dominante a lo largo de los últimos años. Con la excepción más bien nostálgica del encuentro JunquerasMargallo (el día que acabó la persistente incomparecencia gubernamental española), se deberá contar que el debate interno se ha tensado y empobrecido, se ha desbocado la autocomplacencia, se ha acentuado al mismo tiempo la demagogia y un populismo que costará quitarnos de encima, todavía ha ido a más la movilización de una parte del pueblo y ha apretado el acelerador el intento de inocular el anacrónico miedo al cambio que unos explican como el gatillazo definitivo y otros como un interminable polvo cósmico. Y habremos llegado al día de hoy. Y desde este instante podríamos empezar por decir que ni todo está por hacer ni todo es posible porque estamos atados al pasado del que provenimos, que la ley es garantía de convivencia en el presente pero que el futuro sólo valdrá la pena si es democrático y es justo y lo es para todos. Y dicho esto, esperando por favor que empiece el principio del fin del larguísimo proceso –esta quizás sí sea la esperanza compartida por la inmensa mayoría de catalanes–, ojalá, pronto, tú, yo y el otro nos podamos vestir como buenamente nos plazca.
El futuro sólo valdrá la pena si es democrático y es justo y lo es para todos