Narrativa
La suerte está echada. Hoy saldremos de unas dudas, pero sus respuestas generaran otras porque, como pasa en cualquier trama narrativa, la obra que protagonizamos también la conforman planteamiento, nudo y desenlace. Y a pesar del error de muchos ciudadanos de buena fe que creen estar tocando el final, lo cierto es que hasta mañana no pasaremos de la primera a la segunda función.
Por supuesto que la solución está más cerca que ayer y menos que mañana, como se escribía en el reverso de la medalla del amor, pero para llegar al último capítulo y descifrar los equívocos creados todavía nos queda por vivir el complejo momento surgido de las urnas. Y sea el que sea, no será fácil. Se necesitará de mucha más y más alta política de la que se ha reclamado y se nos ha escatimado.
Quizás por eso dejamos atrás una campaña radicalizada entre el apocalipsis y la arcadia feliz, sin espacio para el realismo. Una campaña que no ha respondido claramente al quid de la cuestión y que tiene que ver con la cotidianidad de los ciudadanos. Cómo se administrará lo que nos viene por delante. Cómo se sortearán los muchos finales de mes que para unos serían de agonía y para otros de felicidad. Más allá de motivarle, nadie le ha preguntado al personal qué cantidad de sacrificio propio está dispuesto a hacer ni qué castigo aceptaría cumplir en cualquiera de ambos estadios porque la trama narrativa tiene funciones diferentes a las del argumento. Y este se ha ido diluyendo.
Nadie le ha preguntado al personal cuánto sacrificio está dispuesto a hacer