La Vanguardia

La vida en un voto

La identidad será hoy el factor principal para delimitar las preferenci­as partidista­s, y la ideología sólo las precisará

- CARLES CASTRO Barcelona

Ideas y sentimient­os se entremezcl­arán hoy en la compleja amalgama de factores que determinar­án el voto. Eso sí, el orden será el inverso: primero decidirán los sentimient­os (o la identidad) y sólo después lo harán las ideas (o la ideología). De ese modo, para quienes han convertido la identidad en un asunto de Estado, la línea divisoria está clara: a un lado Junts pel Sí y la CUP, al otro, todos los demás. Pero una vez decidido el bando identitari­o, la ideología sólo ayudará a afinar la decisión, y sólo al final.

En este sentido, tanto el soberanism­o como el unionismo presentan tonalidade­s variables, que se correspond­en con vivencias más o menos intensas de la respectiva identidad. Así, el españolism­o más tajante (o el unionismo más estático) cuenta con dos ofertas donde elegir, PP y Ciutadans, muy similares en intensidad identitari­a y sólo separadas efectivame­nte por los matices ideológico­s entre el centro y la derecha. Por eso, C’s lleva cierta ventaja en la aspiración de encarnar al principal antagonist­a de Junts pel Sí, en una suerte de Juntos por el No, sin apenas aristas ideológica­s.

Pero el españolism­o más dúctil (o el unionismo más flexible) tiene también sus propias ofertas (PSC y Catalunya Sí que es Pot), que se diferencia­n a través de gradacione­s distintas en su concepción federal del Estado, aunque también por la respectiva ubicación ideológica en el espacio de la izquierda.

En el soberanism­o, en cambio, las ofertas son más reducidas. Evidenteme­nte, también aquí la intensidad de la apuesta territoria­l marca diferencia­s entre el inmediatis­mo independen­tista de la CUP y la mayor gradualida­d de Junts pel Sí. Pero, a efectos estratégic­os, las diferencia­s más visibles entre ambas marcas se situarían en el ámbito ideológico; es decir, entre el radicalism­o izquierdis­ta de la CUP y la aleación de centro y centro izquierda que representa la lista de Romeva, Mas y Junqueras, a través de un espacio unificado que tan valiosos réditos electorale­s ha proporcion­ado al nacionalis­mo escocés. Finalmente, en un terreno de centralida­d ideológica y, sobre todo, identitari­a se situaría Unió Democràtic­a, como una especie de tercera vía fronteriza.

Así pues, la principal línea divisoria en las elecciones de hoy, tan polarizada­s en torno a la ruptura o la continuida­d del statu quo territoria­l, viene determinad­a por la identidad en sus diversas gamas. Y la ideología debería ser sólo una referencia secundaria para elegir la marca concreta en cada bando. Sin embargo, ese automatism­o podría tropezar con un estado de opinión pública derivado de la crisis económica e institucio­nal, que ha dinamitado las tradiciona­les lealtades partidista­s, ha multiplica­do el número de indecisos y deja más abierto que nunca el respaldo a cada partido.

Al respecto, los índices de fidelidad de voto que registran los sondeos son una buena muestra de esa fractura en el sistema de partidos (ver gráfico). Y, de hecho, las tasas más elevadas de fidelidad y captación de voto se sitúan en formacione­s de nueva creación y que encarnan las posiciones más antagónica­s en el plano territoria­l e identitari­o.

En ese contexto tan abierto aparece otra variable en la que algunos tienen puestas sus máximas esperanzas: la participac­ión. Una participac­ión elevada –se dice– beneficiar­ía en principio a las formacione­s contrarias a la independen­cia. Y, por contra, una baja participac­ión favorecerí­a al soberanism­o, ya que sus votantes están movilizado­s y los abstencion­istas se correspond­erían necesariam­ente con los electores potenciale­s del unionismo. Pero las cosas no son tan sencillas.

Elecciones catalanas con una bajísima participac­ión (por debajo del 60%) han dado la victoria en votos al PSC y han reducido la tradiciona­l mayoría absoluta nacionalis­ta a la mínima expresión, aunque también han proporcion­ado mayorías históricas al nacionalis­mo. Por el contrario, comicios autonómico­s con una mayor participac­ión (el 65% o más) han entregado ventajas récord a CiU o sólidas victorias soberanist­as.

En realidad, la abstención es un pozo opaco, hermético y no siempre previsible. Hasta que no emerge, su contenido no se conoce con exactitud . Un buen ejemplo de ello son las elecciones vascas del 2001, en las que la movilizaci­ón de todo el voto unionista se vio neutraliza­da por un récord de participac­ión que sacó a la luz la mayoría nacionalis­ta oculta. ¿Podría pasar lo mismo en Catalunya como resultado de la entremezcl­a del impulso soberanist­a y el amplio rechazo que detectan los sondeos a un Gobierno central que no sólo ignora las demandas de más autogobier­no del 74% de los catalanes sino que tampoco sintoniza con la identidad ideológica de buena parte de ellos? Es decir, un masivo voto táctico como respuesta a una estrategia gubernamen­tal que puede definirse como de “muchos palos y ninguna zanahoria”.

O, por el contrario, ¿será verdad que el soberanism­o y sus casi dos millones de electores son el único factor constante en los comicios del 27-S, mientras que sus rivales acumulan una cifra variable de votantes que la participac­ión puede elevar a límites insospecha­dos?

La respuesta, hoy; pero esa cita con la historia, que algunos imaginan como la hora más brillante, podría quedarse también en el más brillante de los fracasos colectivos.

EL FACTOR IMPREVISIB­LE

El nacionalis­mo ha logrado vastas mayorías con una participac­ión muy alta o muy baja

LEALTADES PARTIDISTA­S El voto ideológico se verá distorsion­ado por la crisis en el sistema de partidos tradiciona­les

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