La vida en un voto
La identidad será hoy el factor principal para delimitar las preferencias partidistas, y la ideología sólo las precisará
Ideas y sentimientos se entremezclarán hoy en la compleja amalgama de factores que determinarán el voto. Eso sí, el orden será el inverso: primero decidirán los sentimientos (o la identidad) y sólo después lo harán las ideas (o la ideología). De ese modo, para quienes han convertido la identidad en un asunto de Estado, la línea divisoria está clara: a un lado Junts pel Sí y la CUP, al otro, todos los demás. Pero una vez decidido el bando identitario, la ideología sólo ayudará a afinar la decisión, y sólo al final.
En este sentido, tanto el soberanismo como el unionismo presentan tonalidades variables, que se corresponden con vivencias más o menos intensas de la respectiva identidad. Así, el españolismo más tajante (o el unionismo más estático) cuenta con dos ofertas donde elegir, PP y Ciutadans, muy similares en intensidad identitaria y sólo separadas efectivamente por los matices ideológicos entre el centro y la derecha. Por eso, C’s lleva cierta ventaja en la aspiración de encarnar al principal antagonista de Junts pel Sí, en una suerte de Juntos por el No, sin apenas aristas ideológicas.
Pero el españolismo más dúctil (o el unionismo más flexible) tiene también sus propias ofertas (PSC y Catalunya Sí que es Pot), que se diferencian a través de gradaciones distintas en su concepción federal del Estado, aunque también por la respectiva ubicación ideológica en el espacio de la izquierda.
En el soberanismo, en cambio, las ofertas son más reducidas. Evidentemente, también aquí la intensidad de la apuesta territorial marca diferencias entre el inmediatismo independentista de la CUP y la mayor gradualidad de Junts pel Sí. Pero, a efectos estratégicos, las diferencias más visibles entre ambas marcas se situarían en el ámbito ideológico; es decir, entre el radicalismo izquierdista de la CUP y la aleación de centro y centro izquierda que representa la lista de Romeva, Mas y Junqueras, a través de un espacio unificado que tan valiosos réditos electorales ha proporcionado al nacionalismo escocés. Finalmente, en un terreno de centralidad ideológica y, sobre todo, identitaria se situaría Unió Democràtica, como una especie de tercera vía fronteriza.
Así pues, la principal línea divisoria en las elecciones de hoy, tan polarizadas en torno a la ruptura o la continuidad del statu quo territorial, viene determinada por la identidad en sus diversas gamas. Y la ideología debería ser sólo una referencia secundaria para elegir la marca concreta en cada bando. Sin embargo, ese automatismo podría tropezar con un estado de opinión pública derivado de la crisis económica e institucional, que ha dinamitado las tradicionales lealtades partidistas, ha multiplicado el número de indecisos y deja más abierto que nunca el respaldo a cada partido.
Al respecto, los índices de fidelidad de voto que registran los sondeos son una buena muestra de esa fractura en el sistema de partidos (ver gráfico). Y, de hecho, las tasas más elevadas de fidelidad y captación de voto se sitúan en formaciones de nueva creación y que encarnan las posiciones más antagónicas en el plano territorial e identitario.
En ese contexto tan abierto aparece otra variable en la que algunos tienen puestas sus máximas esperanzas: la participación. Una participación elevada –se dice– beneficiaría en principio a las formaciones contrarias a la independencia. Y, por contra, una baja participación favorecería al soberanismo, ya que sus votantes están movilizados y los abstencionistas se corresponderían necesariamente con los electores potenciales del unionismo. Pero las cosas no son tan sencillas.
Elecciones catalanas con una bajísima participación (por debajo del 60%) han dado la victoria en votos al PSC y han reducido la tradicional mayoría absoluta nacionalista a la mínima expresión, aunque también han proporcionado mayorías históricas al nacionalismo. Por el contrario, comicios autonómicos con una mayor participación (el 65% o más) han entregado ventajas récord a CiU o sólidas victorias soberanistas.
En realidad, la abstención es un pozo opaco, hermético y no siempre previsible. Hasta que no emerge, su contenido no se conoce con exactitud . Un buen ejemplo de ello son las elecciones vascas del 2001, en las que la movilización de todo el voto unionista se vio neutralizada por un récord de participación que sacó a la luz la mayoría nacionalista oculta. ¿Podría pasar lo mismo en Catalunya como resultado de la entremezcla del impulso soberanista y el amplio rechazo que detectan los sondeos a un Gobierno central que no sólo ignora las demandas de más autogobierno del 74% de los catalanes sino que tampoco sintoniza con la identidad ideológica de buena parte de ellos? Es decir, un masivo voto táctico como respuesta a una estrategia gubernamental que puede definirse como de “muchos palos y ninguna zanahoria”.
O, por el contrario, ¿será verdad que el soberanismo y sus casi dos millones de electores son el único factor constante en los comicios del 27-S, mientras que sus rivales acumulan una cifra variable de votantes que la participación puede elevar a límites insospechados?
La respuesta, hoy; pero esa cita con la historia, que algunos imaginan como la hora más brillante, podría quedarse también en el más brillante de los fracasos colectivos.
EL FACTOR IMPREVISIBLE
El nacionalismo ha logrado vastas mayorías con una participación muy alta o muy baja
LEALTADES PARTIDISTAS El voto ideológico se verá distorsionado por la crisis en el sistema de partidos tradicionales