Ahora que España me caía bien...
Ya es mala suerte: media Catalunya votará hoy irse de España y otra media permanecer. Y digo mala suerte porque comparto las risas de Tracy, amiga neoyorquina que vive aquí: –¡Si tenéis un país estupendo! No será tan estupendo, digo yo, cuando tantos catalanes prefieren dar un portazo, ilusionados con un Estado free of charge, sin coste alguno. No he oído en esta campaña a un soberanista admitir un único, por Dios, un único inconveniente de la secesión, aunque sea por realismo. Churchill dice aquí el “sangre, sudor y lágrimas” y le envían a la mierda por facha y por emplear el “discurso del miedo”.
Tampoco es de extrañar. Media Catalunya parece desear que entren los tanques por la Diagonal para reafirmarse en la idea de que España es un país chusquero y atrasado que les priva de la felicidad colectiva.
A mí, rebasados los 50, España empezaba a caerme simpática. He tenido, eso sí, la fortuna de que nunca, ni en la fonda Paquito El Chocolatero, ni en el colegio mayor Belagua, ni en el campo del Betis –bueno, en el Bernabeu sí–
Ya es lástima que cierta Catalunya se crea unos tanques que nunca llegarán: España no es eso
me han menospreciado por ser y hablar catalán. Rompe el relato, pero es así (y no tengo media hostia).
Salvo algunos episodios lamentables del PP, diría que “puntuales” en la jerga al uso, ni creo que la España democrática se haya especializado en putearnos –nadie es tan burro de matar la “gallina de los huevos de oro”–, ni en acabar con nuestra lengua –que se escribe y se habla más que nunca– ni en pactar año tras año con CiU a cambio de nada.
Media Catalunya quiere irse. Pues nada, la democracia son votos y leyes, y, aunque algunos lo duden, los españoles no tenemos vocación de tanquistas del Volga. Se logrará un compromiso, como sucedió con una transición ejemplar para salir del franquismo. De la misma forma serena que se terminó con ETA, aún y los GAL (ojo, con ministros enchironados). España aguantó lo que no está escrito, gracias a la valentía de unos cuantos vascos –pocos pero grandes, los nacionalistas miraban a otro lado– y la serenidad del Estado, más democrático que Alemania o Francia con su terrorismo.
No está de más recordar los JJ.OO. de 1992, perpetrados por España en contra del pujolismo hegemónico, que siempre vio en Barcelona un estorbo para “fer país”. O la reacción serena del pueblo español tras los atentados de Atocha. ¿Hubo represalias contra la comunidad musulmana? Ni una.
Ya es mala pata que cierta Catalunya vea unos tanques que nunca llegarán. Lo siento, el franquismo –al que Catalunya no fue ajena– terminó, hay democracia y son muchos los españoles dispuestos a darnos el pasaporte.
Me voy a sincerar a expensas del choteo: por primera vez en mi vida, la bandera española, sacada entre risitas en la plaza Sant Jaume, me pareció un símbolo de libertad.
¡Quién me lo hubiera dicho!