La Vanguardia

No quiero que me quieran

- Cristina Sánchez Miret C. SÁNCHEZ MIRET, socióloga

Hace días, pero esta semana más, que las declaracio­nes de amor a Catalunya y los catalanes se repiten; yo diría que con insistenci­a desesperad­a y no sé si enfermiza. No todos los casos son iguales, pero no deja de ser curioso, dado que el clima de los últimos tiempos ha sido más proclive a los ataques contra los catalanes, el catalanism­o y Catalunya. Las palabras de amor no siempre son buenas y amables, cuando menos en su fondo, porque no tienen el mismo significad­o en boca de unos u otros.

Tenemos bastante experienci­a de cómo se ha pervertido la idea del amor en nuestra sociedad para que como mínimo, si somos lo bastante inteligent­es y prestamos un poco de atención, nos lo miremos con precaución y, cuando menos, no perdamos la razón sin analizar el carácter de la declaració­n y lo que se esconde detrás de una palabra que suena tan bien y nos llena el corazón.

Sé que cuesta –por el aprendizaj­e recibido y la propaganda romántica– desconfiar y rechazar el amor, pero este sentimient­o está muy sobrevalor­ado aunque tendría que ser, si fuera de verdad, lo que moviera el mundo. No quiero vivir sin amor, pero no quiero que bajo la estimación o con su excusa se disfrace la voluntad y el deseo de control y de sometimien­to. Ser mujer –y también socióloga– me da una ventaja que no querría tener, porque está impregnada de la amarga experienci­a de muchas mujeres aunque no sea esta una realidad sólo nuestra.

Hay demasiadas historias –se cuentan por miles– de mujeres que han sido maltratada­s o muertas a manos de parejas o exparejas en nombre, precisamen­te, del amor.

Son demasiadas las ocasiones que ante la ausencia de argumentos en una disensión, sea por el motivo que sea, se acaba declarando, muchas veces a la desesperad­a “pero es que yo te quiero”, como si eso tuviera que acabar con la discusión o con cualquiera de las razones expuestas y, por lo tanto, doblegar al otro y hacerlo desistir de sus aspiracion­es, voluntades o proyectos.

No quiero que me quieran, quiero que me respeten. Y si después además me aman, mejor. No puede haber amor sin respeto. Que respeten lo que quiero, lo que deseo y lo que defiendo, en mi vida privada y en mi vida política; si lo hago, claro, democrátic­amente y sin violencia, y no hay que decir que con todo el respeto al resto de posiciones que sean igualmente democrátic­as y respetuosa­s.

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