No quiero que me quieran
Hace días, pero esta semana más, que las declaraciones de amor a Catalunya y los catalanes se repiten; yo diría que con insistencia desesperada y no sé si enfermiza. No todos los casos son iguales, pero no deja de ser curioso, dado que el clima de los últimos tiempos ha sido más proclive a los ataques contra los catalanes, el catalanismo y Catalunya. Las palabras de amor no siempre son buenas y amables, cuando menos en su fondo, porque no tienen el mismo significado en boca de unos u otros.
Tenemos bastante experiencia de cómo se ha pervertido la idea del amor en nuestra sociedad para que como mínimo, si somos lo bastante inteligentes y prestamos un poco de atención, nos lo miremos con precaución y, cuando menos, no perdamos la razón sin analizar el carácter de la declaración y lo que se esconde detrás de una palabra que suena tan bien y nos llena el corazón.
Sé que cuesta –por el aprendizaje recibido y la propaganda romántica– desconfiar y rechazar el amor, pero este sentimiento está muy sobrevalorado aunque tendría que ser, si fuera de verdad, lo que moviera el mundo. No quiero vivir sin amor, pero no quiero que bajo la estimación o con su excusa se disfrace la voluntad y el deseo de control y de sometimiento. Ser mujer –y también socióloga– me da una ventaja que no querría tener, porque está impregnada de la amarga experiencia de muchas mujeres aunque no sea esta una realidad sólo nuestra.
Hay demasiadas historias –se cuentan por miles– de mujeres que han sido maltratadas o muertas a manos de parejas o exparejas en nombre, precisamente, del amor.
Son demasiadas las ocasiones que ante la ausencia de argumentos en una disensión, sea por el motivo que sea, se acaba declarando, muchas veces a la desesperada “pero es que yo te quiero”, como si eso tuviera que acabar con la discusión o con cualquiera de las razones expuestas y, por lo tanto, doblegar al otro y hacerlo desistir de sus aspiraciones, voluntades o proyectos.
No quiero que me quieran, quiero que me respeten. Y si después además me aman, mejor. No puede haber amor sin respeto. Que respeten lo que quiero, lo que deseo y lo que defiendo, en mi vida privada y en mi vida política; si lo hago, claro, democráticamente y sin violencia, y no hay que decir que con todo el respeto al resto de posiciones que sean igualmente democráticas y respetuosas.