La Vanguardia

Cruzar el Rubicón

- Daniel Fernández D. FERNÁNDEZ, editor

El Rubicone es un río italiano que desemboca en el Adriático y que, en puridad, ni siquiera sabemos con certeza que sea el Rubicón de la antigüedad romana. En cualquier caso, si el lector es curioso y viajero, se encontrará un río que sólo merece tal nombre en el tramo medio y final de su curso, porque la verdad es que es un río pequeño y atorrentad­o. Es lo que tienen muchos de los grandes lugares históricos, que si uno se empeña en visitarlos pueden quedar reducidos a una escala irremediab­lemente humana. Y sin embargo, y por más que él y sus tropas lo vadeasen con toda facilidad una noche de enero del año 49 antes de Cristo, lo que ya debería darnos pistas de su poco caudal, el Rubicón es para la historia el río de Julio César, la frontera entre la República de Roma y la Galia Cisalpina, el límite que César no podía sobrepasar con sus hombres armados sin violar la legalidad republican­a y convertirs­e en un traidor y un proscrito. Según la versión de Suetonio, César dudó antes de cruzar el Rubicón. Y aun antes de hacerlo dejó una frase para la leyenda: Alea jacta est ,en la versión que yo aprendí en el colegio, “la suerte está echada”. Una visión un tanto fatalista de la decisión de César, porque Plutarco nos dice que Julio citó unos versos en griego de Menandro, que vendrían a significar “¡Que se lancen los dados!”. Polión, que suponemos fue testigo del paso del río, sirve para hacer buena la narración de Plutarco –aunque haya tenido menor fama– y aún nos ayuda a completar los versos de Menandro, que podrían ser “¡Que rueden los dados! / Esperemos ahora la suerte”. Por supuesto, todo esto sigue siendo motivo de discusión y de traducción, pues casi siempre desbrozamo­s versiones de versiones y citas de citas y copias de copias cuando intentamos bucear entre los viejos clásicos. Sea como sea, la versión de Suetonio nos ofrece un Julio ya césar, imperial, moral, hecho de determinac­ión y duda, mientras que Plutarco parece retratarno­s a un snob que, en griego, se lo juega todo a una carta, como diríamos en nuestros días. Uno es un líder visionario y atormentad­o por la trascenden­cia de sus actos. Otro es un aventurero que se lanza a una guerra civil casi con alegría. Probableme­nte, algo de ambos estaba en aquel gobernador de la Galia Cisalpina que se soñaba y quería llamado a la gloria. Julio cruzo el Rubicón con sus hombres de la Legio XIII Gemina, la legión gemela que él mismo había creado, infantería de asalto y caballería ligera, y marchó sobre Roma y el Senado. Y contra Pompeyo Magno, por supuesto. Aún tardaría César en ser el césar, pero ese momento de cruzar el Rubicón, que ningún general podía atravesar con sus tropas, rompe la República, inicia la segunda guerra civil republican­a (antes Sila había tenido el dudoso honor de ser el primer general romano en marchar armado sobre Roma) y acaba por crear un nuevo orden, que en su nacimiento se llevará la vida del mismo César por delante.

Los exégetas y admiradore­s de César –admirable en verdad por muchas cosas– nos harán recuento de sus hazañas y de la perfidia de Catón el Joven y del propio Pompeyo. Y hasta nos explicarán que la guerra civil entre populares y optimates estaba casi declarada hacía tiempo. Querían juzgar a César y condenarlo, acabar con él. El Senado conspiraba contra el gran hombre. Y sólo la plebe, la fuerza de la plebe y su tribuno, Marco Antonio, lo habían salvado hasta entonces. La guerra, nos dirán, era inevitable. Y de ella surgió al fin una Roma tal vez menos libre, pero desde luego más próspera.

“O César o nada”, quiere la tradición que gritasen sus legionario­s cuando César cruzó el Rubicón. Luego, César Borgia (nacido Borja) grabó la frase latina en su espada, Aut Caesar aut nihil, y ha quedado como modelo y tópico de la ambición personal y de echarlo todo en juego en una apuesta. No me digan que toda esta agua pasada, Rubicón abajo, no les suena en este domingo de septiembre en el que hay elecciones en Catalunya. Artur Mas, desde luego, no es Julio César, porque sería inimaginab­le un César parapetado en la cuarta fila y arengando a sus hombres mientras dejaba la vanguardia y tal vez la iniciativa a otros. Pero tiene la mandíbula y posiblemen­te la determinac­ión y el mesianismo de un César. Y hoy, tras una jornada de reflexión que debe ser como César acampado en Rávena, antes de llegar al Rubicón, con todo su ejército y sus dudas, estaremos votando a favor de o en contra de y también a pesar de y con dudas de… Nunca fue tan necesaria la jornada de reflexión, la pausa, el meditar las consecuenc­ias como hoy. Pero, con todo, y con perdón del Estado de derecho e incluso de la tan invocada y poco respetada democracia, permitan que les diga que ni la votación ni los resultados de hoy, siendo importantí­simos, son al final tan importante­s. Porque, vamos a decirlo claro, si el independen­tismo gana en escaños pero no en votos, pues ha perdido el supuesto plebiscito. Porque en los plebiscito­s se cuentan votos individual­es, no escaños. Y si con los escaños consigue renovar la presidenci­a y formar gobierno, entonces Artur Mas estará, de verdad, ante su particular y definitivo Rubicón. Si proclama la independen­cia habrá ido más allá de los límites, allá donde los catalanes nunca hemos estado. En mitad del río.

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JAVIER AGUILAR

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