Un domingo familiar
Cuenta un chiste que, al preguntarle a un centenario cuál es el secreto de su longevidad, este contesta: “No discutir nunca”. Enseguida le replican: “No será por eso por lo que vive usted tanto”. Y él responde: “Pues no será por eso”.
Ahora que todo el mundo prevé el futuro, haré lo mismo. Hoy bajaré a comprar la prensa y, tal vez, cuando pase por delante de la iglesia, veré a alguien orando por la unidad de España. Mi hermano y su familia vendrán a casa antes de votar. Comentaremos que, en vez de basarse en las series norteamericanas, la política se ha contagiado de las tertulias, de producción más barata, en las que la opinión tiene mayor cabida que la información. Se han utilizado palabras sugerentes y reforzadoras para unos, grandilocuentes para los demás. Ocurre lo mismo que cuando confrontas el sí con el no, el blanco y el negro, el todo o nada: no depende de lo que te digan, sino de quién te lo diga. Los argumentos de los tuyos te reafirman en tu postura. Las advertencias de los otros, también. El Gobierno español los pone a todos de acuerdo, en su contra.
Como sigo empadronada en Mallorca, lo que me preocupa es: en caso de independencia catalana, ¿qué pasa con el descuento de residente? ¿Las llamadas serán internacionales? Hablo con mis padres cada domingo, viven allí, discutimos a menudo sobre política y ya sabemos que estos temas son infinitos. En casa nunca se ha dicho eso de: “Y punto, fin de la discusión”. La conferencia puede salir muy cara. Tendremos que hacerlo por Skype.
Por la tarde, acompañaré a una amiga al colegio electoral. A sus treinta y pico, votó por primera vez en las pasadas municipales, me llamó por la noche como si cantara bingo: “¡He ganado!”. No votará porque se haya reconvertido a la causa política, ni porque le preocupe el futuro de Catalunya, sino porque uno de los candidatos es amigo nuestro. Y bromea: “¿También saldrá su cara en la papeleta?”.
En los últimos diez años, habré cubierto unas ocho noches electorales. Casi todas empezaban en la sede del PSC o en el hotel Majestic –que era la de CiU –, y acababan en el Snooker, donde periodistas y jefes de prensa se recuperaban de la campaña con una copa. No hablábamos de política, sino de las anécdotas, y por eso siempre estábamos de acuerdo. Hoy será distinto. Cenaré con una gente con la que he llegado a discutir a grito pelado, y luego he quedado para celebrar o lamentar el resultado en un bar.
Discutir es agotador, pero también estimulante, si se hace por temas puntuales y tu adversario no pasa a caerte mal sólo por el hecho de que no opináis lo mismo. Discutir lo mueve y remueve todo. Cuando discutes, te pones a la altura del otro. Hay que saber cuándo cambiar de tema. No he perdido amigos por el camino ni afectos familiares. Discutir desgasta, sí. Pero cuando tienes algo que alegar, quién quiere vivir cien años sin hacerlo.
Hay que saber cuándo cambiar de tema; no he perdido amigos por el camino ni afectos familiares