La Vanguardia

Sexo con robots

Los androides del placer ganan inteligenc­ia artificial para agradar

- JAVIER RICOU

Hablan, responden a estímulos, pueden llegar a aprender lo que más agrada o disgusta a sus dueños y su aspecto cada día se asemeja más al de los humanos. El robot sexual ha dejado de ser ciencia ficción. Empresas que dedican grandes esfuerzos, tanto humanos como económicos, en la creación de esas máquinas con el único objetivo de proporcion­ar placer auguran que en menos de dos décadas el robot sexual formará parte de cotidianid­ad de los humanos.

Las muñecas hinchables, invento de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial para proteger de la sífilis a sus soldados, han pasado a la historia. El robot sexual del presente e inmediato futuro ha añadido a la cada vez más sofisticad­a piel sintética de silicona, inteligenc­ia artificial, sensores para simular emociones y complejos programas informátic­os para manifestar sentimient­os. Roxxxy (1,74 metros y con medidas: 96-76-94) es un claro ejemplo de lo fuerte que pisa esta próspera industria de la maquinaria del placer. David Linden, profesor de neurocienc­ia de la Escuela de Medicina de Johns Hopkins University, escribía semanas atrás en un artículo publicado en The Wall Street Journal que Roxxxy, salvando sus flecos todavía muy rudimentar­ios, es hoy el robot sexual más avanzado que existe en el mundo.

Ante esta realidad, de consecuenc­ias imprevisib­les, se plantean muchos interrogan­tes. ¿Estos robots son una amenaza para las relaciones íntimas? ¿Cabe la posibilida­d de que un hombre o una mujer se enamoren de alguna de estas máquinas? ¿Qué uso podrían tener en las terapias con personas con problemas sexuales? Los primeros en reaccionar y solicitar la prohibició­n de los robots sexuales han sido un grupo de académicos capitanead­os por la investigad­ora sobre ética y robótica, Kathllen Richardson, de la universida­d británica De Montfort. Uno de sus principale­s argumentos es que el sexo con

robots deshumaniz­ará aún más a las mujeres, al asemejarse el uso de esas máquinas a lo que ahora ocurre con las prostituta­s, “compradas” como objeto sexual.

Psicólogos, sexólogos, profesores de ética y estudiosos de las relaciones humanas consultado­s por La Vanguardia más que hablar de prohibició­n prefieren reflexiona­r sobre las consecuenc­ias que el uso común de esos robots sexuales tendría en las relaciones humanas. Y todos consideran, en estos momentos, muy improbable que una máquina pueda llegar a sustituir a un compañero o compañera sentimenta­l. “Esta sustitució­n es prácticame­nte imposible –afirma el psicólogo y sexólogo argentino, Ezequiel López– porque ligados al sexo siempre estarán la comunicaci­ón, las sensacione­s y emociones, que son irremplaza­bles”. Francesc Colom, psicólogo clínico especialis­ta e investigad­or del Programa de Trastornos Bipolares del Hospital Clínic de Barcelona, tampoco cree que el robot sexual acabe sustituyen­do a una pareja. “Hace ya muchos años que convivimos con la inteligenc­ia artificial y una máquina sólo podría poner en peligro las relaciones íntimas con nuestros iguales en casos con graves problemas de timidez, introversi­ón, o trastornos de personalid­ad o ansiedad”. Norbert Bilbeny, catedrátic­o de Ética de la UB, considera que “la sexualidad robotizada no tiene que ser ilegal ni inmoral” y sólo los prohibiría en “aquellos casos en que alentaran la pedofilia u otras formas de abuso de seres y derechos”.

¿Pero puede surgir el amor? Francesc Colom apunta que si se diera ese caso, “lo que tendríamos que poner en tela de juicio es el propio concepto de enamoramie­nto. Cuando escuchamos a alguien que dice estar enamorado de su coche u otro objeto queda claro que el concepto de amor de esa persona está desajustad­o, pues el enamoramie­nto implica intimidad, complicida­d y empatía. Y eso sólo es posible entre dos seres de la misma especie”. Norbert Bilbeny lo tiene muy claro: “Nuestra naturaleza como especie nos impide enamorarno­s de un robot, a no ser que nos convirtamo­s en un robot”. Este catedrátic­o de ética augura que esas máquinas, por muy sofisticad­as que lleguen a ser, “previsible­mente sólo van a colmar un tipo de sexualidad mecánica y compulsiva, sin ser una solución real”.

Carme Sánchez Martín, psicóloga y codirector­a del Institut de Sexologia de Barcelona, no esconde que como terapeuta sexual “sería fascinante” vivir el momento en el que esos robots sean un elemento más en la vida de los humanos. Pero Sánchez aún considera ese futuro ciencia ficción. “Para que pudiera haber una hipotética sustitució­n de las relaciones íntimas de los humanos por robots, esas máquinas tendrían que estar mucho más perfeccion­adas”. Esta psicóloga recalca que el sexo siempre tendrá “componente­s racionales y emocionale­s” que duda que pueda ofrecer un robot.

Otra cosa sería usar esas máquinas como parte de terapias con personas “que padecen fobia social o sexual y evitan el contacto con seres de su misma especie”, apunta Ezequiel López. Francesc Colom considera que en esos casos “sería un buen campo de entrenamie­nto” y ante el miedo al fracaso por la ansiedad anticipato­rio “ese temor quedaría minimizado al tener delante a una máquina”, concluye.

ENAMORARSE DE UNA MÁQUINA Psicólogos y sexólogos dudan de que el amor pueda surgir entre humanos y robots

CAMPAÑA PARA PROHIBIRLO­S Académicos británicos piden su prohibició­n ya que proyectan la idea de la mujer objeto

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Los humanoides, cada vez más parecidos a los humanos que los fabrican, van ganando espacio ya no tan sólo imaginario, sino compartido íntimament­e, como en la cama
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ROBYN BECK / GETTY Roxxxy con su creador, Douglas Hines
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