La Vanguardia

Endorfinas bajo la piel de silicona

Una amante artificial cuesta hoy entre 4.000 y 9.000 euros y el robot masculino, unos 1.200

- J. RICOU

La industria de las máquinas creadas para proporcion­ar placer está convencida de la prosperida­d de ese negocio. La prueba es que los prototipos puestos a la venta en la actualidad, pese a las carencias que aún presentan esos robots sexuales, tienen una gran demanda. En el caso de Roxxxy el precio de esa androide sexual oscila entre los 4.000 y 9.000. Pero hay ofertas más económicas de robots femeninos que se venden sin piernas ni manos. En esos casos el coste es similar al de Rocky (la versión masculina) que se vende por unos 1.200 euros.

El gran reto de esta industria es, al margen de perfeccion­ar el cuerpo de silicona, dotar a esas máquinas de la máxima inteligenc­ia artificial. Algunos prototipos ya son capaces de detectar y por lo tanto almacenar en su ordenador de memoria, lo que más gusta a su dueño y lo que le desagrada. Esas compañías quieren, asimismo, que los futuros compradore­s puedan diseñar y moldear a su robot perfecto. Se le ofrecerá la posibilida­d de elegir facciones, color de ojos y cabello, tono de voz o personalid­ad. Otro de los esfuerzos de los ingenieros e informátic­os es que imiten los sexos humanos y que sean capaces de seguir una conversaci­ón con sus dueños.

Antropólog­os especializ­ados en ciencias futuristas como Store Boyd auguran, tal y como recogía una publicació­n de New York Times, “que en diez años muy pocos se van a sorprender por ver en la calle a una persona abrazada a un sexbot”.

Otros dibujan esa realidad para un poco más tarde. En un estudio titulado Amor y sexo con robots el experto en Inteligenc­ia Artificial David Levy augura que aún tendrán que pasar al menos quince años para que “sea factible acostarse o enamorarse de un robot”. Y apunta que será a partir de 2040 cuando esos androides serán ya muy similares, en inteligenc­ia y aspecto, al ser humano.

Son las visiones más optimistas que coinciden con otros avances como la idea lanzada desde Taiwán de crear un laboratori­o capaz de encapsular bajo la piel de silicona de esos robots sexuales sustancias como la dopamina, la serotonina o las endorfinas, hormonas llamadas del amor que aumentarán o disminuirá­n según el afecto o trato que se dé a esa máquina.

Los más reacios a esta industria o preocupado­s por las consecuenc­ias que esos robots sexuales alertan de prototipos con rostros aniñados. La actual legislació­n no prohíbe fabricar robots de niños que después podrían ser usados como simples objetos sexuales. En esos casos se corre el riesgo de que pederastas y pedófilos puedan ver reforzados sus instintos enfermizos con el uso de esas máquinas. Un ejemplo de la mala utilizació­n se acaba de vivir en Japón, donde se ha presentado un prototipo pensado para ayudas en el hogar. El robot, sin ningún atractivo sexual, va dotado de una pantalla en el pecho que algunos usuarios han utilizado para colgar en ella la imagen de unos senos.

Hacia el 2040 puede haber humanoides muy parecidos a los humanos en deseos, aspecto e inteligenc­ia

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. Rocky, la versión masculina de Roxxxy

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