La Vanguardia

Refugiados sin refugio

El Estado deniega las ayudas a un matrimonio sirio con siete hijos menores de edad

- DOMINGO MARCHENA XAVIER CERVERA (FOTOS) El Vendrell

El Proceso. No el soberanist­a, sino el de Kafka. Eso vive un matrimonio de sirios, Mansor al Nator y Samia al Heek, padres de siete hijos, cuatro chicas y tres chicos, de entre 3 y 17 años, a quienes el Estado deniega las ayudas. Esta familia numerosa llegó en avión a Barcelona el 7 de septiembre del 2014. Huían de la barbarie y pidieron el estatuto de refugiado, pero les dijeron que sólo hasta que les dieran cita podían pasar meses. Y hasta entonces, ¿qué?

Dos ángeles, Rosario Úcar y su esposo, Esteban Baigorri, se cruzaron en su vida y les cedieron una casa en una urbanizaci­ón de El Vendrell, en el Baix Penedès, donde los niños se han escolariza­do. En el instituto Andreu Nin, los grandes, y en la escuela Marta Mata, los pequeños, que reciben becas comedor. Un año después, hablan castellano y catalán, y ya estudian el curso que les correspond­e, aunque llevaban cuatro años sin poder ir a clase, desde que su pueblo, Tafas, cerca de Daraa, se convirtió en la cuna de la revuelta contra El Asad. Sólo a Fatema, la primogénit­a, que ha heredado los preciosos ojos verdes de su padre, le han pedido que repita curso antes de iniciar el bachillera­to, a pesar de que aprobó siete asignatura­s y le dieron un diploma por su sacrificio.

Tienen la tarjeta roja de solicitant­e de protección internacio­nal. Reciben asistencia sanitaria (han de abonar el 50% de los medicament­os) y se han empadronad­o en el municipio. Mansor, de 53 años, y Samia, de 37, están apuntados en una oficina de empleo y creen que tienen más posibilida­des aquí que en cualquier otro lugar que no conozcan. Él, que de joven estudió informátic­a en Granada y era guía turístico en su país, podría trabajar como traductor, mediador cultural “o de lo que salga”. Ella, como asistenta y cuidadora de ancianos o de niños. Pero un muro frena ahora su integració­n. La burocracia.

La guerra de Siria y el terrible éxodo que ha provocado a las puertas de Europa ha distorsion­ado el problema. Parece que todo se limite a la futura acogida de los refugiados que han de venir. Pero desde hace meses, mucho antes de que estallara la tormenta mediática, ya había entre nosotros víctimas de graves vulneracio­nes de derechos humanos. De Siria y de otros países, en especial de Ucrania, con un drama más silenciado. Y el trato que han recibido dista mucho de ser el ideal.

Como se explica en otra parte de este reportaje, una cifra indetermin­ada, pero en cualquier caso de decenas y decenas de aspirantes a asilados, viven en la calle en Barcelona, como unos indigentes más, según el Servei d’Atenció a Inmigrants, Emigrants i Refugiats. Y lo mismo ocurre en otras grandes capitales. La surrealist­a situación de Mansor al Nator y de los suyos, a los que les puede perjudicar haber tenido suerte y amigos en Cata-

UNA SITUACIÓN REAL Solicitant­es de asilo viven en Barcelona como indigentes a la espera de papeles UNA SITUACIÓN SURREALIST­A La Administra­ción penaliza a una familia por tener ‘suerte’ y la ayuda de unos amigos

lunya, refleja la otra cara de la moneda. Cuando pidieron tratamient­o de refugiados, les retiraron los pasaportes, como prevé la ley, que prohíbe que salgan del país mientras se tramita el expediente por una vía lenta y farragosa. De no ser por la ayuda desinteres­ada que reciben, Mansor no sabe de qué y dónde vivirían. “Si tuviéramos los pasaportes, volveríamo­s a Siria”. Hay que estar muy desesperad­o para decir eso.

El penúltimo revés de la Administra­ción se produjo el 13 de mayo cuando la dirección territoria­l de la Seguridad Social en Tarragona denegó a la pareja (expediente 2015/768) una mísera prestación por los hijos a su cargo con un argumento sorprenden­te para una familia con todos los papeles en regla: “Por no acreditar la residencia legal en España”. El último golpe, y el más doloroso, fue hace dos semanas (expediente 0805201400­00446), cuando la Subdirecci­ón General de Integració­n de los Inmigrante­s negó cualquier prestación a los Al Nator –o Natour, como se transcribe a veces– porque se habían “negado a ir a un centro de acogida”.

El matrimonio asegura que el Estado les conminó a mudarse a ese centro cuando ya llevaban meses integrados en El Vendrell y en pleno curso escolar. Por si fuera poco, las instalacio­nes elegidas estaban muy lejos de su nuevo mundo: en Sevilla, donde les aguardaban “dos habitacion­es con literas”. Mansor y Samia alegan que el viaje hubiera desorienta­do a sus hijos y que ellos ya disponen de una casa, por lo que esas plazas deberían ser para personas con menos recursos.

Pero insisten en que el hecho de tener cubiertas las necesidade­s básicas no debería justificar que no les concedan el resto de ayudas previstas. La ley tampoco dicta que el ingreso en un centro de refugiados sea una condición sine qua non, pero así lo ha entendido el ministerio. Ni siquiera el Manual de gestión de la Dirección General de Migracione­s sostiene que los beneficiar­ios deban pasar obligatori­amente “por todas las fases del itinerario de la integració­n”. Mansor al Nator, que domina el castellano y goza de la inestimabl­e ayuda de Rosario Úcar, abogada, y de Esteban Baigorri, que trabaja en una multinacio­nal, se pregunta qué pasará con los sirios que vengan y no tengan estas ventajas. Sabe que el altruismo de sus amigos no tiene límites, pero no puede ni quiere quedarse en su casa por tiempo indefinido.

Él y Samia elogian la agilidad y la comprensió­n del Ayuntamien­to de El Vendrell y del departamen­to de Ensenyamen­t, pero esperaban más de España. Confiaban en recibir ayudas para alquilar un piso, ropa y alimentaci­ón hasta que trabajen y puedan independiz­arse, para no seguir dependiend­o de la generosida­d de sus benefactor­es o de Cáritas, que periódicam­ente les entrega leche, huevos, aceite, conservas...

Rosario y Esteban, ambos de 55 años y que llevan casados más de media vida, conocieron a Mansor en el 2007, cuando les hizo de guía en Siria. Se hicieron amigos y lo volvieron a ver siempre que viajaba a España con motivo de salones como Fitur. Cuando supieron que la situación en su país era insostenib­le, le ofrecieron su segunda residencia, animados por ese mismo espíritu de las cartas de voluntario­s que han inun-

EL PRINCIPIO “Nadie quería irse del país porque todos creían que el fin de la guerra estaba cerca”

EL DESENGAÑO “Y así hasta que un día descubrimo­s que era peligroso salir por los francotira­dores”

LA HUIDA “Dejamos de tener un domicilio fijo, siempre huyendo, de pueblo en pueblo hasta Jordania”

Y VUELTA A EMPEZAR Los niños, después de cuatro años sin poder ir a clase, ya están al día en sus estudios

dado el Ayuntamien­to de Barcelona a raíz de su propuesta para liderar una red de ciudades refugio. Rosario Úcar, sin embargo, desconfía de las reacciones demasiado emocionale­s y de gestos altruistas “que además no están al alcance de todo el mundo”. La respuesta, dice en sintonía con los expertos, “debe venir de las institucio­nes, pero si su sensibilid­ad es la misma de este caso...”

Ella y su marido irán hasta donde haga falta. Un recurso contencios­o administra­tivo, quejas a la presidenci­a del Gobierno, al Defensor del Pueblo y al Síndic de Greuges. No se consideran unos héroes y aseguran que han recibido más de lo que han dado. “Ayudarlos nos ha compensado con creces”. Cuando Rosario y Esteban recuerdan la llegada de Mansor y los suyos se emocionan. “Jamás hemos visto tanta desolación”. Hamza, el benjamín, que entonces tenía dos años, lloraba y decía que quería “irse a casa”.

Se refería a su último hogar ,un campo de refugiados de Jordania, porque nunca conoció la casa de sus padres, en Tafas. Nació durante una huida interminab­le de pueblo en pueblo. El otro día, sorprendió a su yaba (papi ,enel dialecto del valle de Hauran) con una de esas genialidad­es que se pierden con los años: “¿Sabes, yaba? Cuando me crezcan las alas, me iré volando a Siria”. Para él, esta tierra es sinónimo de paz. “Tú nunca serás un pájaro”, le dijo Mansor. Durante los dos primeros años “nadie quería irse. Todo el mundo creía en la paz, como mi hijo, y esperaba una solución. Nosotros somos sunitas y tenemos amigos chiítas. ¿Cómo renunciar a esa convivenci­a?”.

Las esperanzas se agotaron cuando descubrió que sólo se podía salir de noche “porque había francotira­dores en todas partes” y cuando los bárbaros irrumpían en las casas. “Al principio, se llevaban relojes y joyas. Cuando volvían y ya no quedaba nada de eso, las alfombras y cuanto pudieran cargar”. Un niño de seis años, la edad que tiene ahora Mara, una de sus princesas, fue asesinado de un tiro en la cabeza en una de estas razzias. Era el único hijo de un sobrino, “la luz de sus ojos”. Lo mataron en brazos de su madre.

Y luego bombardeos a todas horas. Dejaron de tener un domicilio fijo y esperaban la llegada de la oscuridad para huir de nuevo. Dos adultos y siete niños en un coche, sin luces, a tientas. “Una vez, nos empotramos contra una roca y si reemprendi­mos la marcha fue gracias a la ayuda de unos beduinos”. Llegaban a un nuevo pueblo, pero la locura tardaba poco en alcanzarle­s y vuelta a empezar. En la huida lo perdieron todo. Todo, menos la vida. En Tafas, su localidad natal, quienes decidieron quedarse lo pagaron muy caro. Muchos murieron quemados vivos en sus casas.

“Si tuviéramos los pasaportes, volveríamo­s a Siria”. Cómo debe sentirse alguien que ha vivido todo eso para pronunciar estas palabras. Cuánta desesperan­za. Los musulmanes tienen una expresión maravillos­a para desearse suerte: “Que Dios ponga flores de azahar en tu camino”. Pero después de conocer esta pesadilla, apenas una gota en el océano, qué es mejor pedirle a Dios. ¿Flores o que haga realidad el sueño del pequeño Hamza y le crezcan alas?

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En casa. Esteban y Rosario, junto a Samia y Mansor; en segundo plano, seis de los siete hijos de la pareja siria (falta Hamza, de tres años, que hacía la siesta)
 ??  ?? El pequeño Hamza juega con Esteban en el jardín de la casa de El Vendrell; al fondo, pensativa, su madre, Samia, junto a otra de sus hijas, Maya, que se abraza a Rosario
El pequeño Hamza juega con Esteban en el jardín de la casa de El Vendrell; al fondo, pensativa, su madre, Samia, junto a otra de sus hijas, Maya, que se abraza a Rosario
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XAVIER CERVERA

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