La Vanguardia

Las mujeres que abren la puerta en Barcelona

“Toda mi vida anterior cabe en dos maletas” o una jornada en el servicio municipal que atiende a migrantes y asilados en Barcelona

- D. MARCHENA Barcelona

La pesadilla kafkiana de Mansor al Nator se comprende en el número 202 del Paral·lel mejor que en ningún otro sitio. El Ayuntamien­to de Barcelona tiene aquí unas dependenci­as pioneras en la atención a migrantes y donde 50 personas –mujeres, en su mayoría: abogadas, psicólogas, traductora­s, trabajador­as y educadoras sociales– informan y asesoran sobre cualquier asunto relacionad­o con la inmigració­n, emigración, solicitud de asilo o retorno a los países de origen.

El Servei d’Atenció a Inmigrants, Emigrants i Refugiats (Saier), que funciona desde hace 26 años y que en el 2014 fue premiado por la UE, es además una torre de babel donde se hablan infinidad de idiomas, una atalaya única y un sismógrafo que detecta cualquier cambio “en la movilidad internacio­nal”. En el 2011, la mayoría de quienes pedían ayuda eran de Pakistán e India. En el 2012, de Bolivia y Perú. En el 2013, de Marruecos. Y desde entonces, de Ucrania y de Siria, “lo que denota la magnitud de la guerra en estos países”.

A pesar de que las competenci­as sobre asilados son estatales, los sucesivos gobiernos municipale­s han realizado desde 1989 un importante esfuerzo económico para mantener abiertas las oficinas. La oenegé ABD ganó un concurso del Ayuntamien­to para encargarse de la recepción y la primera asistencia de los solicitant­es. Se trata de un servicio público y gratuito, cuya gestión se comparte con el Col·legi d’Advocats de Barcelona y otras oenegés y fundacione­s como la Cruz Roja, la Associació Catalana de Solidarita­t i Ajuda als Refugiats, el Consorci per a la Normalitza­ció Lingüístic­a y las plataforma­s de ayuda a inmigrante­s de los sindicatos CC.OO. y UGT. Siete entidades y una única puerta, una única ventanilla, desde donde se centraliza todo y se ofrecen servicios que van desde el asesoramie­nto jurídico, la tramitació­n de documentos y la convalidac­ión de estudios o las clases de idiomas hasta la solicitud de protección internacio­nal.

Hay que ser muy fuerte para trabajar en el 202 del Paral·lel y no desmoronar­se en casa, al recordar los dramas que a diario se viven aquí. A veces se presentan aspirantes a asilados. “Toda mi vida anterior cabe en estas dos maletas”, dicen algunos. La víspera de este reportaje llegaron 11 ucranianos, entre ellos dos matrimonio­s con dos hijos cada uno. Cuando hay menores de por medio, la Administra­ción está obligada a alojar a los solicitant­es, pero si llegan solos o no tienen aquí conocidos o familiares pueden acabar en la calle, como indigentes, en un limbo jurídico, a la espera de que la Delegación del Gobierno les dé cita. El Saier no tiene cifras, pero “hay decenas de casos”.

Pueden pasar dos o más meses hasta que estos sintecho tan especiales obtengan la residencia legal con la tarjeta roja que acredita que se tramita su solicitud. Y años hasta que el Estado acepte o rechace su petición. Y por el camino deben sortear los mismos obstáculos que Mansor. Puede ocurrir, por ejemplo, que cuando ya hayan establecid­o relaciones en su ciudad de adopción, la Administra­ción les dé una plaza en un centro de acogida a miles de kilómetros. En Sevilla, Valencia o Madrid. Y, si se niegan a ir para no empezar de nuevo de cero, pierden todas las ayudas a que tienen derecho.

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XAVIER CERVERA La francesa Soazig, Soa, la colombiana Gloria y la catalana Núria, tres de las trabajador­as del Saier

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