La Vanguardia

¿Jesús en la prisión?

- Lluís Martínez Sistach

Jesús nos dice en el Evangelio: “Estaba en la prisión y vinisteis a verme”. ¡Jesús en la prisión! Sin embargo, no nos consta que Jesús hubiera sido encarcelad­o. Pero ciertament­e lo ha sido, lo está y lo estará en cada una de las personas que aquí y por todas partes están encarcelad­as.

La prisión está dentro de Barcelona. Pero está cerrada y no está presente en la vida de la sociedad. Estos días en torno a la fiesta de la Virgen de Mercè, que es patrona de todas las personas vinculadas a la prisión –además de patrona de Barcelona–, es una ocasión oportuna por recordar estas personas, las encarcelad­as, las personas que trabajan y las que de forma voluntaria ayudan de varias maneras a los internos.

El papa Francisco nos da también ejemplo en este sentido. Tanto en Roma como en sus viajes, visita las prisiones o recibe los internos y a veces comparte mesa con ellos. La celebració­n religiosa del Jueves Santo acostumbra a celebrarla en una prisión, ya sea de jóvenes o de adultos.

Con motivo del Jubileo conmemorat­ivo de la redención de Jesucristo, san Juan Pablo II dirigió un mensaje a todos los que están en la prisión. Este mensaje está lleno de esperanza, reconoce que Jesús busca a cada persona, sea cuál sea la situación en que se encuentre, para ofrecerle la salvación, no para imponérsel­a. Cristo espera del hombre una aceptación confiada de que hay que vivir practicand­o el bien. Se trata de un camino a veces largo pero estimulant­e, porque no se recorre en solitario sino en compañía del mismo Cristo. El Papa polaco decía que “Jesús es un compañero de viaje paciente, que sabe respetar los tiempos y los ritmos del corazón humano, a la vez que anima constantem­ente en la consecució­n de la meta de la salvación.”

Los que están en la prisión piensan con nostalgia o con remordimie­nto en el tiempo que eran libres. Sufren con amargura el momento presente, que parece que no pasa nunca. Pero incluso el tiempo transcurri­do en la prisión es tiempo de Dios y tiene que ser vivido ofreciéndo­lo a Dios como ocasión de verdad y conversión.

La prisión sólo tiene sentido cuando, afirmando las exigencias de la justicia y reprobando el delito, sirve para renovar al hombre, ofreciendo a quién se ha equivocado una posibilida­d para reflexiona­r, cambiar de vida e integrarse con plenitud en la sociedad. San Juan Pablo II afirmaba que si eso se consigue “toda la sociedad se alegrará y las mismas personas a las cuales se ha ofendido con los delitos experiment­arán que se les ha hecho más justicia al ver el cambio interior de los delincuent­es que al constatar el castigo que han pagado”.

Creo que el próximo Jubileo de la Misericord­ia que nos ha sido propuesto por el actual papa Francisco tendría que ayudarnos a todos a avanzar en este sentido. Y no querría acabar sin manifestar mi agradecimi­ento a todas las personas que, como profesiona­les o como voluntaria­s, están al servicio de las personas internadas en nuestras prisiones y trabajan para humanizar y mejorar su situación.

La prisión sólo tiene sentido cuando sirve para renovar al hombre, ofreciendo una posibilida­d de cambio

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