¿Jesús en la prisión?
Jesús nos dice en el Evangelio: “Estaba en la prisión y vinisteis a verme”. ¡Jesús en la prisión! Sin embargo, no nos consta que Jesús hubiera sido encarcelado. Pero ciertamente lo ha sido, lo está y lo estará en cada una de las personas que aquí y por todas partes están encarceladas.
La prisión está dentro de Barcelona. Pero está cerrada y no está presente en la vida de la sociedad. Estos días en torno a la fiesta de la Virgen de Mercè, que es patrona de todas las personas vinculadas a la prisión –además de patrona de Barcelona–, es una ocasión oportuna por recordar estas personas, las encarceladas, las personas que trabajan y las que de forma voluntaria ayudan de varias maneras a los internos.
El papa Francisco nos da también ejemplo en este sentido. Tanto en Roma como en sus viajes, visita las prisiones o recibe los internos y a veces comparte mesa con ellos. La celebración religiosa del Jueves Santo acostumbra a celebrarla en una prisión, ya sea de jóvenes o de adultos.
Con motivo del Jubileo conmemorativo de la redención de Jesucristo, san Juan Pablo II dirigió un mensaje a todos los que están en la prisión. Este mensaje está lleno de esperanza, reconoce que Jesús busca a cada persona, sea cuál sea la situación en que se encuentre, para ofrecerle la salvación, no para imponérsela. Cristo espera del hombre una aceptación confiada de que hay que vivir practicando el bien. Se trata de un camino a veces largo pero estimulante, porque no se recorre en solitario sino en compañía del mismo Cristo. El Papa polaco decía que “Jesús es un compañero de viaje paciente, que sabe respetar los tiempos y los ritmos del corazón humano, a la vez que anima constantemente en la consecución de la meta de la salvación.”
Los que están en la prisión piensan con nostalgia o con remordimiento en el tiempo que eran libres. Sufren con amargura el momento presente, que parece que no pasa nunca. Pero incluso el tiempo transcurrido en la prisión es tiempo de Dios y tiene que ser vivido ofreciéndolo a Dios como ocasión de verdad y conversión.
La prisión sólo tiene sentido cuando, afirmando las exigencias de la justicia y reprobando el delito, sirve para renovar al hombre, ofreciendo a quién se ha equivocado una posibilidad para reflexionar, cambiar de vida e integrarse con plenitud en la sociedad. San Juan Pablo II afirmaba que si eso se consigue “toda la sociedad se alegrará y las mismas personas a las cuales se ha ofendido con los delitos experimentarán que se les ha hecho más justicia al ver el cambio interior de los delincuentes que al constatar el castigo que han pagado”.
Creo que el próximo Jubileo de la Misericordia que nos ha sido propuesto por el actual papa Francisco tendría que ayudarnos a todos a avanzar en este sentido. Y no querría acabar sin manifestar mi agradecimiento a todas las personas que, como profesionales o como voluntarias, están al servicio de las personas internadas en nuestras prisiones y trabajan para humanizar y mejorar su situación.
La prisión sólo tiene sentido cuando sirve para renovar al hombre, ofreciendo una posibilidad de cambio