Peleas entre compatriotas
Una carrera pródiga en conflictos internos
Recientemente la revista especializada francesa Vélo realizó un ranking de las mejores ediciones del Mundial de ciclismo. Con el número uno situaron al que se llevó a cabo en Sallanches, en 1980, para muchos especialistas el más duro de todos los tiempos. Ganó Bernard Hinault, salieron 141 y sólo acabaron 15. El granadino Juan Fernández ganó el bronce... a casi cinco minutos del ganador.
Luego vienen el de Lugano en 1953 (ganó Coppi) y el de Chambéry en 1989 (triunfo de Lemond). Y en la cuarta posición figura el Mundial de Barcelona de 1973, una edición fabulosa en Montjuïc que acabó con el italiano Felice Gimondi primero, el belga Freddy Maertens, segundo, y el español Luis Ocaña, tercero. Llegaron al sprint final con Eddy Merckx, cuarto.
Ese día surgió una incompatibilidad total entre el joven Maertens (21) y el intocable Merckx. “Me ha mentido, me ha pedido que le preparara el sprint y luego no tenía fuerzas para rematar”, clamaba Martens. “Y yo podía haber ganado si no me desgasto”. Durante años los dos belgas prácticamente no se hablaban.
Las historias de mundiales con batallas entre compañeros de selección son incontables. La carrera es muy especial porque la fuerza del patrocinador que une a ciclistas de nacionalidades distintas en un mismo equipo puede a veces más que la bandera del país. Pero no siempre. Se recuerda que en el Mundial de 1993 el belga Johan Museeuw le pidió apoyo a su gregario (eran ambos del GB-MG) Andrei Tchmil. Y que el entonces ciudadano moldavo, antes ruso, luego ucraniano y actualmente nacionalizado belga, fue tajante: “Moldavia no es una provincia de Bélgica”.
Otras veces puede más el ansia de la medalla de oro y se olvidan los colores patrios. El Mundial es un título dificilísimo de conseguir que ha escapado a grandes campeones, como Miguel Indurain, batido por Lance Armstrong en ese mismo Mundial de 1993, en Oslo, y de nuevo plata en Duitama (Colombia, 1995), por detrás entonces de su compañero Abraham Olano, en un desenlace que aún alimenta las polémicas entre aficionados.
O el caso de 2013, sin ir más lejos, cuando Alejandro Valverde y Purito Rodríguez no se coordinaron en los últimos metros y vieron cómo el portugués Rui Costa les arrebataba el ansiado oro. La frialdad entre ambos en la ceremonia del podio en Florencia fue más concluyente que cualquier palabra altisonante.