Sismologías
ANTES, en el bachillerato, los libros distinguían entre la geografía física y la política. La primera se ocupaba de los ríos, los valles y las montañas; la segunda se dedicaba a la organización de los habitantes de los territorios. Tras el 27-S no se han mudado los accidentes geográficos, pero sí se han desplazado las intenciones organizativas de los ciudadanos. La fe movía antes montañas, pero, desde que el ser humano se ha vuelto más descreído, esta virtud teologal ha perdido fuerza telúrica. En cualquier caso, la fe todavía permite que la gente provoque ocasionalmente movimientos sísmicos de más o menos potencia, que se pueden notar en la política.
Cuesta precisar la magnitud exacta en la escala de Richter electoral, pero la clara victoria del soberanismo en las urnas, sin llegar a ser el terremoto que algunos preveían, supone una sacudida notable. Pensar que no se repetirán los seísmos o que no se advertirán temblores a corto plazo es desconocerlo todo de la geología. Lo inteligente sería actuar, como hacen aquellos países situados en el área de influencia de las grandes fallas, y tomar decisiones para minimizar los daños.
Casi la mitad de los catalanes han votado por fuerzas soberanistas. La sociedad catalana no está fracturada, pero sí dividida en dos. No es una falla, pero cada vez se parece más a una grieta. Desde el soberanismo se ha sabido crear un relato ilusionante que gana adeptos, sin que desde el Gobierno se haya sabido crear un contrarrelato. Y, sobre todo, no ha explorado una tercera vía que permitiera un encaje de Catalunya con España sin esperar a los sismógrafos.
Eduard Fontserè es el padre de la sismología catalana. Además de impulsar el Observatori Fabra, compiló los movimientos sísmicos catalanes a principios del siglo XX y llegó a la conclusión de que Catalunya tenía una sismicidad moderada. Pero ello no quiere decir que no sea posible un día registrar un terremoto.