La Vanguardia

Noche de luna naranja

- Joaquim Roglan

Una puesta en escena pensada y diseñada como un plató de televisión. En un hotel sobre la estación del AVE, quizá por aquello de acortar distancias entre Barcelona y Madrid. Una organizaci­ón de buena mercadotec­nia. Un ojo en los sondeos de TV3 y otro en los de la Sexta. Discreción absoluta de los líderes reunidos en una sala. Sin euforias precipitad­as cuando todo apuntaba a que Ciutadans sería la segunda fuerza más votada de Catalunya. Y ambiente de asepsia en las salas y pasillos ante unas elecciones que no se parecen en nada a todas las otras elecciones habidas en Catalunya y España.

En la calle y en el apartheid de fumadores, una militancia de entre treinta y menos de cincuenta años, generalmen­te bien arreglada, sin modernidad­es ni coletas a la vista. Gente tranquila de apariencia céntrica, centrada y centralist­a. En la primera valoración del equipo electoral, el reconocimi­ento de que eran una noche y una participac­ión históricas, y agradecimi­entos a la militancia. Sin resultados decisivos a la vista, se vaticinaba más del doble de votos y escaños, a ojo de buen cubero. Otro ojo en las listas independen­tistas y la seguridad de que el panorama de hoy será complejo, a pesar del éxito naranja. Y un militante se alegraba de los resultados obtenidos en el colegio electoral donde votó Junqueras. Durante la siguiente espera, muchos móviles, muchas redes sociales y a ver qué decía cada cual en la ceremonia de la incertidum­bre.

Avanzaba el escrutinio y comenzaron los aplausos y alegrías cada vez que Ciutadans sumaba un diputado y cada vez que Junts pel Sí restaba uno. A todo eso, los autodenomi­nados naranjitos iban camino de triplicar sus votos y escaños. Crecía la animación y sonaba algún silbido aislado cuando aparecían las banderas de la estrella con Mas y Junqueras en la pantalla de TV3. Con casi la totalidad de votos ya escrutados, los líderes y protagonis­tas de la jornada hacían esperar su aparición ante un público creciente y al borde de la euforia que gritaba un “No se puede” sardónico. Se palpaba que sus jefes meditaban cada palabra como próxima primera fuerza de la oposición y alternativ­a al independen­tismo.

Se animaba la concurrenc­ia con lemas como: “Yo soy español, español, español”, “Catalunya es España”, “Visca España y visca Catalunya” y “¿Esa TV3, de qué partido es?”. Casi la media noche de la luna llena y roja sería cuando apareció Inés Arrimadas entre gritos de “presidenta, presidenta”. Con su estilo de una generación de jóvenes sobradamen­te preparadas, pidió la dimisión de Artur Mas, llamó a la regeneraci­ón, exigió nuevas elecciones y prometió trabajar hasta para los independen­tistas. A su vera, Albert Rivera tomó el relevo para pasar balance de la victoria con cifras y datos, afirmó que su partido ha evitado la ruptura del país y predijo que se entra en “una nueva política gracias a la marea naranja”. Y comenzó la juerga nocturna. Pero los que sumaban escaños de listas independis­tas hipotética­mente unidas parecían una de aquellas familias que celebran el nacimiento de un niño y les preocupa que el abuelo esté seriamente enfermo.

Al borde de la euforia, un público creciente gritaba un “no se puede” sardónico

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