Obligados a reinventarse
Catalunya nunca fue buen territorio para el Partido Popular. Hubo un tiempo de excelente relación institucional, cuando los pactos de Pujol y Aznar de 1996, pero esa cordialidad no penetró en el cuerpo social. El PP jamás fue alternativa de gobierno de la Generalitat, a pesar de gobernar España durante doce años. En unas de las elecciones autonómicas recientes, las de 2010, consiguió situarse de tercera fuerza, con 18 escaños, pero a mucho más de medio millón de votos de distancia de CiU. En las siguientes, 2012, ganó un escaño y unos 90.000 votos, pero el ascenso de Esquerra lo descendió a la cuarta posición. No consiguió tampoco convencer al 13 por ciento del electorado.
Ahora lo intentó con todas sus fuerzas. Cambió de candidato y designó al hombre que gana elecciones en Badalona. Rajoy se volcó como no había hecho nunca. Por primera vez pisó la calle e hizo media docena de actos electorales. Se trajo a Sarkozy para un último intento de movilizar al voto indeciso. Confió en que la sociedad conservadora y españolista que vota poco en las urnas autonómicas acudiera a darle su respaldo en el trascendente 27-S. Y tampoco pudo ser. Mantiene bastante fidelidad de voto, pero ha mostrado incapacidad para lograr nuevas adhesiones. No es buena noticia para el Estado que su partido gobernante, el mayor de España, no tenga relevancia para convertirse en dique del soberanismo. Ese papel le fue arrebatado por Ciudadanos, tal como venían anticipando las encuestas, y quizá por Unió, que al final pescaba en las mismas aguas.
La verdad es que el PP tropezó con la tormenta perfecta. Todavía arrastra la imagen de identificación con la extrema derecha que desde hace años anotan las
encuestas. No tuvo tiempo para rentabilizar los indicios de recuperación económica. Su gobierno le hizo pagar un alto precio por las denuncias de inmovilismo ante un desafío tan importante como el de la independencia. En Catalunya fue la sucursal de ese inmovilismo y la cara próxima de la ausencia de propuestas sugestivas frente a la ruptura. Y, por si faltara algo, se le recordó constantemente la campaña de recogida de firmas contra el Estatut. Si, a pesar de todo, no fue el último de los partidos que consiguieron representación parlamentaria, tiene algún mérito. Pero tiene también una necesidad urgente de reinventarse, porque su resultado es un mal pasaporte para las elecciones generales de diciembre. Y en esas elecciones no sólo se jugará una victoria en las urnas, sino el tener un gobierno que, ante los desafíos que vienen, garantice fortaleza y estabilidad.
No es buena noticia para el partido gobernante del Estado que C’s sea el nuevo dique del soberanismo