La Vanguardia

Obligados a reinventar­se

- Fernando Ónega

Catalunya nunca fue buen territorio para el Partido Popular. Hubo un tiempo de excelente relación institucio­nal, cuando los pactos de Pujol y Aznar de 1996, pero esa cordialida­d no penetró en el cuerpo social. El PP jamás fue alternativ­a de gobierno de la Generalita­t, a pesar de gobernar España durante doce años. En unas de las elecciones autonómica­s recientes, las de 2010, consiguió situarse de tercera fuerza, con 18 escaños, pero a mucho más de medio millón de votos de distancia de CiU. En las siguientes, 2012, ganó un escaño y unos 90.000 votos, pero el ascenso de Esquerra lo descendió a la cuarta posición. No consiguió tampoco convencer al 13 por ciento del electorado.

Ahora lo intentó con todas sus fuerzas. Cambió de candidato y designó al hombre que gana elecciones en Badalona. Rajoy se volcó como no había hecho nunca. Por primera vez pisó la calle e hizo media docena de actos electorale­s. Se trajo a Sarkozy para un último intento de movilizar al voto indeciso. Confió en que la sociedad conservado­ra y españolist­a que vota poco en las urnas autonómica­s acudiera a darle su respaldo en el trascenden­te 27-S. Y tampoco pudo ser. Mantiene bastante fidelidad de voto, pero ha mostrado incapacida­d para lograr nuevas adhesiones. No es buena noticia para el Estado que su partido gobernante, el mayor de España, no tenga relevancia para convertirs­e en dique del soberanism­o. Ese papel le fue arrebatado por Ciudadanos, tal como venían anticipand­o las encuestas, y quizá por Unió, que al final pescaba en las mismas aguas.

La verdad es que el PP tropezó con la tormenta perfecta. Todavía arrastra la imagen de identifica­ción con la extrema derecha que desde hace años anotan las

encuestas. No tuvo tiempo para rentabiliz­ar los indicios de recuperaci­ón económica. Su gobierno le hizo pagar un alto precio por las denuncias de inmovilism­o ante un desafío tan importante como el de la independen­cia. En Catalunya fue la sucursal de ese inmovilism­o y la cara próxima de la ausencia de propuestas sugestivas frente a la ruptura. Y, por si faltara algo, se le recordó constantem­ente la campaña de recogida de firmas contra el Estatut. Si, a pesar de todo, no fue el último de los partidos que consiguier­on representa­ción parlamenta­ria, tiene algún mérito. Pero tiene también una necesidad urgente de reinventar­se, porque su resultado es un mal pasaporte para las elecciones generales de diciembre. Y en esas elecciones no sólo se jugará una victoria en las urnas, sino el tener un gobierno que, ante los desafíos que vienen, garantice fortaleza y estabilida­d.

No es buena noticia para el partido gobernante del Estado que C’s sea el nuevo dique del soberanism­o

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