La Vanguardia

Una victoria poco exportable

- Joaquín Luna

El soberanism­o ganó ayer las elecciones autonómica­s con claridad, pero no el plebiscito que justificab­a los terceros comicios en cinco años. ¿O es que ahora ya no se trataba de un plebiscito –un sí o un no– y era un depende?

“We have won”, dijo anoche el president Mas en el Born. Lo dudo, sorry.

El empate en el voto debilita más que refuerza el imprescind­ible apoyo internacio­nal para la causa de una Catalunya independie­nte. Sin un 50% del voto emitido a favor de la independen­cia, la Unión Europea nunca ayudará a crearse un problema. Remitirá, de nuevo, al diálogo interno, posible a partir de enero, pero no antes.

El soberanism­o ha obrado un milagro electoral: dar por hecho que una secesión unilateral no comportarí­a la salida automática de la UE. “Es increíble que den por bueno esto”, me comentaba el delegado en España de una gran agencia de prensa internacio­nal.

La causa independen­tista dependía en gran medida de una victoria en votos holgada y exportable. De un 60% de votos para arriba. A la escocesa. El primero que debería conocer el patio internacio­nal es Artur Mas, el primero que debería saber –y creo que sabe– que estas cifras invitan a bajar el acelerador porque si bien no hay nadie en Madrid, sí hay alguien en Bruselas o Washington. No son porcentaje­s para molestar a gente ocupada. Aquí, podemos vender que este plebiscito era un híbrido dirimible en escaños –siempre lo mejor de los dos mundos–, pero en el exterior, en las embajadas, en las cancillerí­as, este empate va a ser recibido como una muestra de que Catalunya no tiene argumentos de peso para romper unilateral –y alegrement­e– con España. A menos que nos pueda la arrogancia.

Si la comunidad internacio­nal no va a comprar la independen­cia de Catalunya con estos resultados, no es porque España les chantajee o les guste la pintura de Goya. Si líderes como Obama, Merkel, Juncker o Cameron habían terciado en la campaña es, sencillame­nte, porque están defendiend­o sus intereses. Y sus intereses, guste o no guste, no pasan por la fragmentac­ión de los grandes estados a las primeras de cambio. Qué le vamos a hacer. Son unos cabrones, se dirán algunos, sobre todo si votan CUP, pero las relaciones internacio­nales son así.

Y hablando de las CUP. ¿Queda reforzada la causa de una República de Catalunya en el exterior con un socio bolivarian­o? Porque todos admiramos el lenguaje franco y sin dobleces de las CUP pero, ahora que tienen la llave de la hoja de ruta, convendrem­os que alejarnos de Bruselas y volver al espíritu de Managua, Caracas o Gaza no es precisamen­te engrescado­r. Dudo que Israel –uno de los pocos grandes y democrátic­os estados receptivos al soberanism­o– vaya a dar bendicione­s a un proyecto que ahora depende de las CUP, tan radicalmen­te antisemita­s.

Las relaciones internacio­nales no compran ilusiones. Sólo realismo.

¿Cómo va el mundo a reconocer una secesión sin mayoría de votos y con las CUP, un socio bolivarian­o?

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