Punto y aparte
Confieso que es muy difícil escribir este artículo. Aparece el lunes 28 de septiembre, el día después de unas elecciones en Catalunya realmente trascendentales por todo lo que está en juego. Pero lo escribo el viernes 25, dos días antes de que se abran las urnas y, por tanto, sin conocer el resultado que han proyectado los votos emitidos. Sin embargo, algunas cosas son, a estas alturas, ya suficientemente claras como para que, sea cual sea el resultado, deban ser tenidas en cuenta de manera inexorable a partir de hoy mismo.
En primer lugar, la campaña deja tras de sí algunos aspectos que van a condicionar inequívocamente la lectura de los resultados. Por una parte, estas elecciones han planteado explícitamente, por primera vez en la historia de la democracia española, la posibilidad de la independencia de Catalunya y de que constituya un Estado propio separado del español. Así, por primera vez, puede conocerse, sin posibilidad de manipulación, el apoyo que tiene esta opción política, tan legítima como cualquier otra, entre la ciudadanía. Por otra parte, esta cuestión, que ha centrado todos los debates de campaña, ha permitido que los electores conozcan con claridad cuál es la posición de cada formación ante los escenarios de futuro posibles: así, tanto las formaciones partidarias de la independencia (Junts pel Sí y CUP) como las que no lo son (PP, C’s, UDC, PSC/PSOE y CSQEP) han explicitado con tanta nitidez sus objetivos y propósitos de futuro que ya no hay ningún voto que pueda considerarse ambiguo o equívoco. No son, por tanto, sólo las formaciones independentistas las que han otorgado a estas elecciones un carácter plebiscitario, sino todas las formaciones, puesto que cada una ha dejado bien claro cuál es su posición ante esta cuestión que, sin duda, va a condicionar el futuro de nuestro país.
En segundo lugar, es previsible que, ante el resultado de estas elecciones, no vuelva a reproducirse, como es habitual que suceda siempre, la incomprensible satisfacción de todas las fuerzas políticas que concurren. En otras ocasiones, es recurrente la imagen por la que todos se consideran ganadores. Sin embargo, tanto para los que están a favor de la independencia como para los que están en contra, estas elecciones debían medir el apoyo popular a una opción u otra, y, por tanto, el resultado ofrecerá un balance difícil de manipular de la mayoría surgida de las urnas y, con ella, la composición del Parlament que deberá pronunciarse, como no puede ser de otro modo, de acuerdo con el mandato de los votantes.
Hoy ya no sirve ninguna encuesta. Ya conocemos la expresión numérica inequívoca de los ciudadanos que quieren que Catalunya sea independiente y que constituya un Estado y de los que no, así como qué opción es mayoritaria en Catalunya o no, y cuál es el alcance de esta mayoría, en votos y en escaños. Atrás quedan ya todas las especulaciones en torno a las supuestas mayorías. Atrás quedan, también, las guerras de cifras en torno a las manifestaciones. Atrás quedan, finalmente, las apelaciones a una mayoría silenciosa o silenciada con la que algunos han puesto en duda el alcance de las movilizaciones que, desde el 2010, han acabado por modificar el panorama político de Catalunya. En democracia y libertad, las urnas son ley. Recordábamos hace quince días un principio fundamental de la filosofía del derecho, formulado por Tomás de Aquino hace ocho siglos, “politica ordinatur ad bonum commune civitatis”, de significado inequívoco: la política y las leyes deben subordinarse al bien común, que no es sino la expresión de la voluntad colectiva. Y, en tercer lugar, finalmente, no tiene cabida, ante el resultado de las elecciones libres y democráticas, ninguna salida de tono. No se puede ignorar el resultado de las urnas, como si este no se hubiera producido. No se puede deslegitimar la opción mayoritariamente expresada por los votantes, como si estos no hubieran podido pronunciarse en libertad y plena consciencia racional y política. No se puede invocar el espantajo de fractura social porque una opción mayoritaria, hasta ahora, pase a ser minoritaria y porque la hasta ahora minoritaria pase a ser mayoritaria: ni había fractura antes, ni la habrá ahora, estas son las normas básicas de la democracia, pues no se puede invocar las reglas del juego democrático sólo cuando confirman nuestra opción política.
Para acabar. Catalunya no está poblada de marcianos o alienígenas. Lo que ha sucedido y lo que pueda suceder cuenta con paralelismos en todos los países democráticos del planeta. John Stuart Mill, en Sobre la libertad, ya escribió que, cuando un pueblo prueba la libertad, es muy difícil, si no imposible, evitar que la ejerza hasta las
Hoy ya conocemos el número inequívoco de ciudadanos que quieren que Catalunya sea independiente y el de los que no
últimas consecuencias, su autodeterminación: “Tan pronto como los hombres han alcanzado la capacidad de ser guiados hacia su propia mejora por la convicción o la persuasión, la coacción [...] deja de ser admisible como un medio para alcanzar su propio bien”. Por su parte, John Locke adivinó que, si se les da a elegir, la mayoría de las personas prefieren un gobierno viejo o imperfecto a cualquier alternativa innovadora, pues no se consigue tan fácilmente que la gente abandone las viejas formas y constituciones. Hoy, para el caso de Catalunya y todo lo que en estas elecciones estaba en juego, ya sabremos si tenía razón Stuart Mill o Locke. Después de que hayan hablado las urnas, nadie podrá evitar que las leyes que emerjan de esta voluntad colectiva acaben por darle forma y reconocimiento.