La Vanguardia

Punto y aparte

- Xavier Antich

Confieso que es muy difícil escribir este artículo. Aparece el lunes 28 de septiembre, el día después de unas elecciones en Catalunya realmente trascenden­tales por todo lo que está en juego. Pero lo escribo el viernes 25, dos días antes de que se abran las urnas y, por tanto, sin conocer el resultado que han proyectado los votos emitidos. Sin embargo, algunas cosas son, a estas alturas, ya suficiente­mente claras como para que, sea cual sea el resultado, deban ser tenidas en cuenta de manera inexorable a partir de hoy mismo.

En primer lugar, la campaña deja tras de sí algunos aspectos que van a condiciona­r inequívoca­mente la lectura de los resultados. Por una parte, estas elecciones han planteado explícitam­ente, por primera vez en la historia de la democracia española, la posibilida­d de la independen­cia de Catalunya y de que constituya un Estado propio separado del español. Así, por primera vez, puede conocerse, sin posibilida­d de manipulaci­ón, el apoyo que tiene esta opción política, tan legítima como cualquier otra, entre la ciudadanía. Por otra parte, esta cuestión, que ha centrado todos los debates de campaña, ha permitido que los electores conozcan con claridad cuál es la posición de cada formación ante los escenarios de futuro posibles: así, tanto las formacione­s partidaria­s de la independen­cia (Junts pel Sí y CUP) como las que no lo son (PP, C’s, UDC, PSC/PSOE y CSQEP) han explicitad­o con tanta nitidez sus objetivos y propósitos de futuro que ya no hay ningún voto que pueda considerar­se ambiguo o equívoco. No son, por tanto, sólo las formacione­s independen­tistas las que han otorgado a estas elecciones un carácter plebiscita­rio, sino todas las formacione­s, puesto que cada una ha dejado bien claro cuál es su posición ante esta cuestión que, sin duda, va a condiciona­r el futuro de nuestro país.

En segundo lugar, es previsible que, ante el resultado de estas elecciones, no vuelva a reproducir­se, como es habitual que suceda siempre, la incomprens­ible satisfacci­ón de todas las fuerzas políticas que concurren. En otras ocasiones, es recurrente la imagen por la que todos se consideran ganadores. Sin embargo, tanto para los que están a favor de la independen­cia como para los que están en contra, estas elecciones debían medir el apoyo popular a una opción u otra, y, por tanto, el resultado ofrecerá un balance difícil de manipular de la mayoría surgida de las urnas y, con ella, la composició­n del Parlament que deberá pronunciar­se, como no puede ser de otro modo, de acuerdo con el mandato de los votantes.

Hoy ya no sirve ninguna encuesta. Ya conocemos la expresión numérica inequívoca de los ciudadanos que quieren que Catalunya sea independie­nte y que constituya un Estado y de los que no, así como qué opción es mayoritari­a en Catalunya o no, y cuál es el alcance de esta mayoría, en votos y en escaños. Atrás quedan ya todas las especulaci­ones en torno a las supuestas mayorías. Atrás quedan, también, las guerras de cifras en torno a las manifestac­iones. Atrás quedan, finalmente, las apelacione­s a una mayoría silenciosa o silenciada con la que algunos han puesto en duda el alcance de las movilizaci­ones que, desde el 2010, han acabado por modificar el panorama político de Catalunya. En democracia y libertad, las urnas son ley. Recordábam­os hace quince días un principio fundamenta­l de la filosofía del derecho, formulado por Tomás de Aquino hace ocho siglos, “politica ordinatur ad bonum commune civitatis”, de significad­o inequívoco: la política y las leyes deben subordinar­se al bien común, que no es sino la expresión de la voluntad colectiva. Y, en tercer lugar, finalmente, no tiene cabida, ante el resultado de las elecciones libres y democrátic­as, ninguna salida de tono. No se puede ignorar el resultado de las urnas, como si este no se hubiera producido. No se puede deslegitim­ar la opción mayoritari­amente expresada por los votantes, como si estos no hubieran podido pronunciar­se en libertad y plena conscienci­a racional y política. No se puede invocar el espantajo de fractura social porque una opción mayoritari­a, hasta ahora, pase a ser minoritari­a y porque la hasta ahora minoritari­a pase a ser mayoritari­a: ni había fractura antes, ni la habrá ahora, estas son las normas básicas de la democracia, pues no se puede invocar las reglas del juego democrátic­o sólo cuando confirman nuestra opción política.

Para acabar. Catalunya no está poblada de marcianos o alienígena­s. Lo que ha sucedido y lo que pueda suceder cuenta con paralelism­os en todos los países democrátic­os del planeta. John Stuart Mill, en Sobre la libertad, ya escribió que, cuando un pueblo prueba la libertad, es muy difícil, si no imposible, evitar que la ejerza hasta las

Hoy ya conocemos el número inequívoco de ciudadanos que quieren que Catalunya sea independie­nte y el de los que no

últimas consecuenc­ias, su autodeterm­inación: “Tan pronto como los hombres han alcanzado la capacidad de ser guiados hacia su propia mejora por la convicción o la persuasión, la coacción [...] deja de ser admisible como un medio para alcanzar su propio bien”. Por su parte, John Locke adivinó que, si se les da a elegir, la mayoría de las personas prefieren un gobierno viejo o imperfecto a cualquier alternativ­a innovadora, pues no se consigue tan fácilmente que la gente abandone las viejas formas y constituci­ones. Hoy, para el caso de Catalunya y todo lo que en estas elecciones estaba en juego, ya sabremos si tenía razón Stuart Mill o Locke. Después de que hayan hablado las urnas, nadie podrá evitar que las leyes que emerjan de esta voluntad colectiva acaben por darle forma y reconocimi­ento.

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