La Vanguardia

El alma catalana de Juan Ramón

Sevilla reivindica a la esposa del escritor con una exposición, un seminario y la publicació­n de su ‘Diario de juventud’

- ADOLFO S. RUIZ Sevilla

Recuperar la figura de Zenobia Camprubí para sacarla de un anonimato injusto. Este es el objetivo del Centro de Estudios Andaluces con la exposición sobre la figura y la obra de la esposa del poeta y premio Nobel onubense Juan Ramón Jiménez que acaba de inaugurar. Se trata de poner ante el foco de la opinión pública a una mujer adelantada a su tiempo, una de las primeras que tuvo carné de conducir en España, culta, feminista, escritora y apoyo fiel de Juan Ramón, pese a las inclemenci­as crecientes del carácter del poeta. La exposición se exhibe en el Museo de la Autonomía de Sevilla, ubicado en la que fuera finca de Blas Infante, y permanecer­á hasta 2016, año en el que se conmemora el 60.º aniversari­o de su muerte.

Se pretende hacer visible el legado de esta mujer nacida en Malgrat de Mar, hija de un ingeniero catalán, Raimundo Camprubí, y una mujer, Isabel Aymar, mitad italiana mitad estadounid­ense. La mayor de cuatro hermanos, estudiante en Columbia, miembro del club de Mujeres Feministas de Nueva York, alegre y dicharache­ra, poseedora de una risa contagiosa, autora de relatos y cuentos, asidua a actividade­s culturales y filantrópi­cas, fue el contrapunt­o imprescind­ible de un poeta adusto y ensimismad­o, “la barba negra, triste el gabán, la mirada aviesa, el rostro cetrino”, como lo define Manuel Vicent.

Tras su estancia en Estados Unidos, Zenobia Camprubí regresa a La Rábida y durante un tiempo recorre Andalucía. Se establece en Madrid en 1909 y presa de su espíritu liberal y moderno asiste a conferenci­as en la Residencia de Estudiante­s, es asidua del Lyceum Club junto a Victoria Kent y participa en las numerosas fiestas que daban los matrimonio­s americanos instalados en España. Una de ellas se celebra en un piso contiguo a la pensión donde vivía Juan Ramón que, a través de la pared, se queda prendado de la risa de Zenobia. Fue después de una conferenci­a en la Residencia de Estudiante­s, en 1911, cuando Juan Ramón volvió a escuchar esa risa y pudo conocer a su dueña. Decidió que Zenobia sería suya. Comenzó a acosarla con versos cada vez más puros, más encendidos, más directos. Ella “huyó” a Nueva York, pero Juan Ramón la siguió hasta allí. En 1916 contrajero­n matrimonio y a la vuelta a España, tras la luna de miel, dio a luz uno de sus mejores libros, Diario de un poeta recién casado.

Esa Zenobia imprescind­ible, sin la cual no se entendería a Juan Ramón Jiménez, quiso renunciar voluntaria­mente a una incipiente carrera literaria cuando se casó con el poeta “a una edad tardía” para aquel tiempo, 27 años, porque comprendió que “los frutos de mis veleidades literarias no garantizab­an ninguna vocación seria”. “Al casarme con la persona que desde los catorce años había encontrado la rica vena de su tesoro individual, me di cuenta, en el acto, de que el verdadero motivo de mi vida había de ser dedicarme a facilitar lo que era ya un hecho, y no volví a perder más tiempo en fomentar espejismos”, escribe la barcelones­a.

La exposición se complement­ará con la edición de Diario de juventud, una selección de textos de Zenobia, escritos entre 1905 y 1911, en Nueva York, selecciona­dos y traducidos por la comisaria Emilia Cortés.

A partir del exilio de la Guerra Civil, Zenobia volvió a retomar sus diarios, que comenzó en La Habana en 1937 y ya no abandonarí­a hasta pocos días antes de su muerte. Manuel Vicent explica que “da cuenta de sus quehaceres cotidianos, zurcir la ropa, recibir clases de cocina, ahorrar hasta el último centavo, salir

Zenobia Camprubí nació en Malgrat de Mar, hija de un ingeniero catalán, y se formó en Nueva York

de compras, visitar las cárceles, enseñar a leer y escribir a las presas mientras Juan Ramón se pasaba el día tirado en la cama”. De Cuba a Nueva York, de allí a Miami y finalmente a San Juan de Puerto Rico para que Juan Ramón se volviera a sentir a gusto escuchando el sonido del castellano. Una abnegación sin límites que terminó sofocando todas las tentacione­s de abandonar al poeta a su suerte. Un cáncer acabó con su vida el 28 de octubre de 1956, tres días después de conocer que le habían concedido el Nobel de Literatura a Juan Ramón.

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ARCHIVO Zenobia Camprubí, en una de las imágenes de la exposición

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