La Vanguardia

Incertidum­bres y crisofobia

- M. Dolores García

Dicen que el atleta más triste en un podio es el que queda segundo. El primero es feliz. El tercero también porque se ha colado entre los elegidos. Pero al segundo le queda el regusto amargo de acercarse a la gloria sin poder tocarla. En política, una cosa son los números y otra los estados de ánimo. Las expectativ­as creadas pueden amargar o endulzar una noche electoral. Antes de empezar la campaña, la cúpula de CDC firmaba una horquilla entre 64 y 66 diputados como un buen resultado. Menos de 60 era una catástrofe que habría llevado a Artur Mas a abandonar el barco. Los 63 habrían permitido una investidur­a tranquila del president y una gobernació­n ardua pero factible. Pero los 62 que han arrojado las urnas para Junts pel Sí (salvo sorpresas del voto por correo) complican el panorama.

Ni en Convergènc­ia ni en Esquerra se plantean otro escenario que no sea investir a Mas como presidente. Siempre hay que contar con las opciones imaginativ­as que puede engendrar la política catalana (por si acaso, hay quien recuerda que la segunda en la lista de convergent­es de Junts pel Sí es la vicepresid­enta Neus Munté), pero ahora mismo no están sobre la mesa. Perdura aún el buen rollo de la campaña entre CDC y ERC. Y el acuerdo es que Mas lidere el proceso como president.

En caso de superar la investidur­a, las dificultad­es no acaban ahí. Será complicado mantener un grupo parlamenta­rio disciplina­do teniendo en cuenta su heterogéne­a configurac­ión. Y también resultará incómodo para ERC mantenerse junto a Mas cuando la CUP o Catalunya Sí que es Pot exijan más gasto social o investigac­iones parlamenta­rias sobre corrupción.

De momento, el resultado del 27-S pone en cuestión que se repita la operación Junts pel Sí para las elecciones generales. El experiment­o ha sido muy útil para Convergènc­ia, que ha camuflado una probable caída de apoyo electoral, pero no tanto para ERC, que ha visto cómo la CUP se nutría de posibles votantes suyos. De hecho, si la CUP –como es probable– no se presenta a las elecciones generales de diciembre, Esquerra considera que esta vez le conviene concurrir por separado para atraerse a ese electorado huérfano.

Mientras en Barcelona todo son incertidum­bres, en Madrid impera lo previsible. Rajoy, que no pensaba salir ayer a comentar los resultados electorale­s, lo hizo finalmente para reiterar que se mantendrá en el inmovilism­o. El presidente parece aquejado de crisofobia, miedo al color naranja, ante el avance de Ciutadans. Así que dejó para Xavier García-Albiol el anuncio de que en algún momento habrá que cambiar la Constituci­ón, en un reparto de papeles entre duros y blandos que difícilmen­te puede provocar un cambio sustancial en el escenario catalán configurad­o tras las elecciones.

Este 27-S ha revolucion­ado el ecosistema político en Catalunya, más o menos inalterado desde la transición. La dicotomía Convergènc­ia/socialista­s ha dado paso a un mapa en el que todo gira en torno al movimiento independen­tista. Convergènc­ia ha abandonado el autonomism­o y lidera un polo por la secesión cuyo reverso es Ciutadans, erigido en líder de la oposición. Los ribetes derechaizq­uierda se han diluido por completo. La izquierda está fragmentad­a. Una parte incrustada en Junts pel Sí compartien­do bancada con los convergent­es y el resto repartida en formacione­s con distintas dosis de radicalida­d, pero forzadas siempre a definirse sobre la independen­cia. Ésa es la verdadera victoria del independen­tismo que en la Moncloa aún no han calibrado. La de los números siempre es más discutible.

El resultado del 27-S pone en cuestión que la operación Junts pel Sí se repita en las generales

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LLIBERT TEIXIDÓ Oriol Junqueras, líder de ERC, y el president Artur Mas
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