La Vanguardia

Alguien tendrá que ceder

- Fernando Ónega

La mayor ventaja de las elecciones catalanas es que han permitido contar cuántos independen­tistas y cuántos unionistas hay. El mayor inconvenie­nte es que, si había un conflicto, lo deja abierto y agravado, con Mas-Junqueras que se consideran legitimado­s para buscar la independen­cia, y unos administra­dores del Estado que niegan esa legitimida­d. Mal comienzo para el día después: así no habrá forma de entenderse. La batalla jurídica abrirá las hostilidad­es, mientras la CUP dejó sobre el aire de Catalunya la solución más radical: desobedien­cia a las leyes que consideren injustas. Desobedien­cia civil.

Con este panorama inmediato por delante, es natural que nadie sepa muy bien por dónde salir del marasmo. De entrada, quizá sería recomendab­le un ejercicio de modestia por parte de los actores principale­s. Por parte de Junts pel Sí, para aceptar con realismo que hoy son menos diputados que hace un mes, y eso tiene que significar algo. Por parte de Mas, personalme­nte, para asumir que CDC tiene hoy 30 diputados y va dejando jirones de poder parlamenta­rio en cada elección que convoca. Y por parte de Rajoy, para aceptar que su fórmula para resolver la cuestión catalana (leyes y aviso de desastre económico) no sólo no funciona, sino que condena a su partido a ser testimonia­l en Catalunya. E insisto: sería intrascend­ente si no fuese un partido de gobierno; pero es el partido que gobierna España.

Lo malo es que ayer hablaron todos y de modestia, poco. No quisiera ser negativo, pero veo las posiciones más distantes. Mas-Junqueras sigue diciendo a sus fieles que la independen­cia está al otro lado del Born. Rajoy, al subrayar que “cuatro de diez catalanes” votaron por España adjudica al “no” el voto de la abstención. Seguimos teniendo las puertas del entendimie­nto cerradas y un

horizonte de 18 meses o sabe Dios cuántos años de recursos, verdades manipulada­s y posiciones cada enrocadas. Un clima difícilmen­te respirable.

Este cronista sólo sabe repetir: que la media Catalunya que votó es soberanist­a y la otra media quiere seguir en España; que ya no es una división entre partidos; que es una división cuantifica­da en votos; que ni el gobierno del Estado puede ignorar a la Catalunya de la secesión, ni la mayoría del Parlament puede ignorar a la Catalunya españolist­a; y que alguien tiene que ceder algo, como se cede en todos los conflictos. Lo malo es que la tercera vía quedó fuera del Parlament. Unido eso a la indómita seguridad de posiciones, proclamemo­s que son malos tiempos para la lírica; para la lírica de negociar. Ni dentro de la ley, como quiere Rajoy, ni fuera de la ley, que, por ahora, es el único modo de construir el estado catalán.

Ni el Gobierno puede ignorar a la Catalunya de la secesión, ni la mayoría del Parlament a la Catalunya españolist­a

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