Rajoy, en sus trece
A Mariano Rajoy no le hacen mella ni las reclamaciones de tirios ni las de troyanos. De la misma manera que la crítica que ayer formuló a su estrategia en Catalunya José María Aznar se la tomará a beneficio de inventario, sucederá lo mismo con las urgencias de quienes le piden que altere los términos de su discurso y abra la puerta a una negociación con la Generalitat. En un momento de la legislatura que no podría concretar, la cuestión catalana se le escapó al presidente de las manos y ya no ha sido capaz de recuperarla. Para afrontarla, él, su Gobierno y el PP optaron entonces por una estrategia estatuaria. Y cuya virtualidad consiste en ver, esperar y resistir tratando de explotar las contradicciones del proceso soberanista que, aunque abundantes, Mas y sus aliados han ido superando.
Rajoy ha vuelto a observar que las elecciones plantean a los secesionistas graves desafíos internos. El cálculo gubernamental es muy básico pero perseverante: si los independentistas se echan al monte y en las próximas semanas no invisten a Artur Mas y se lanzan a materializar su hoja de ruta, el escenario político se tensará más de lo que está. Una tesitura de máxima tirantez entre Madrid y Barcelona, un secesionismo echado al monte con una declaración unilateral de independencia o con
la desobediencia civil o con la creación fulminante de estructuras de Estado con las correspondientes impugnaciones ante el Tribunal Constitucional, crearía un ambiente político crispado en el que su Ejecutivo sería una referencia protectora del orden y la ley justo en período preelectoral.
Con los resultados del 27-S Rajoy ha pensado que no le trae cuenta, pese al desplome de su partido, mover ficha sino perseverar en su discurso habitual porque
confía en que, a la postre, le será rentable fuera de Catalunya si, además, las dificultades internas en la lista unitaria y las de relación entre esta y la de la CUP terminan por neutralizar un proceso soberanista que alcanzó su punto culminante el domingo con unos resultados tan igualados entre los bloques del sí y del no que garantizan un futuro de conflictos y colisiones.
El presidente no desiste en su propósito de que un fracaso soberanista le redima de sus acciones y, sobre todo, omisiones. Rajoy ha sido siempre el político que mejor rentabiliza los errores ajenos eximiéndose del duro deber de labrar decisiones acertadas. Juega a la contra. Y al borde del final de la legislatura, sigue intentándolo como ayer quedó claro con su estólida declaración institucional. Confía en que, aun en el descuento de su mandato, el tiempo le dé la razón.
El líder del PP confía en que, aun en el descuento de su mandato, el tiempo le dé la razón