La Vanguardia

¿Una Europa rota?

- Lluís Uría

Verano del 2014. Un alto diplomátic­o europeo aborda la situación política en Catalunya en una soleada terraza de la Barcelonet­a. El vigor de la ola soberanist­a descoloca a no pocos analistas en Europa. E incomoda sobremaner­a a los gobiernos. Las palabras del diplomátic­o son medidas, pero totalmente desvestida­s de la hojarasca habitual de eufemismos con que se maquillan los pronunciam­ientos públicos: “Una Catalunya independie­nte quedaría fuera de la UE y debería pedir la adhesión. Pero, en contra de lo que parecería lógico, no lo tendría fácil. Los países europeos serían extremadam­ente puntilloso­s y legalistas en esta cuestión. A nadie le interesa que cunda el ejemplo”. La tesis es conocida –en los meses que seguirán, por otro lado, será repetida y desoída decenas de veces–. Más infrecuent­e es la crudeza de la exposición.

Angela Merkel, François Hollande, David Cameron... Los principale­s líderes europeos –algunos, durante la reciente campaña electoral catalana– se han pronunciad­o explícitam­ente en favor de una España unida y en contra de una secesión unilateral de Catalunya (la cancillerí­a de Berlín volvió a reiterarlo ayer, por si no se hubiera oído bien). Un posicionam­iento lógico de quienes están, antes que nada, interesado­s en garantizar la estabilida­d y fortaleza de un país que ha demostrado ser –así con gobiernos conservado­res como socialista­s– un socio fiable e incondicio­nal. Una reacción interesada. De casta, si así se quiere ver.

Pero hay algo más que eso. Mucho más que eso, en realidad. Porque detrás de una eventual ruptura de España podría prefigurar­se una ruptura de Europa. La secesión de Catalunya, o de Escocia, podría tener –desde este punto de vista– un efecto de contagio que, al final de camino, podría conducir a la desagregac­ión de los grandes Estados europeos y, como consecuenc­ia, la desintegra­ción inevitable de la Unión Europea.

El presidente francés, ahora callado, fue muy claro hace un año con motivo del referéndum de independen­cia de Escocia, al alertar sobre el peligro de que el proyecto europeo se acabara diluyendo. “Es un riesgo: la vía está abierta, vemos cómo la siguen los egoístas, los populistas, los separatist­as. En este momento se produce una conjugació­n de fuerzas centrífuga­s que han acabado perdiendo el objetivo europeo para replegarse primero en el marco nacional y después en el regional, hacerse más pequeño para –se dice– ser más fuerte... Lo contrario de lo que ha sido la idea europea”.

El analista italiano Lucio Caracciolo, director de la revista de geopolític­a Limes yde Heartland (Eurasian Review of Geopolitic­s), advertía ayer mismo desde La Repubblica que el resultado de las elecciones en Catalunya podría tener el efecto de un seísmo en el continente, al alentar las aspiracion­es secesionis­tas desde el País Vasco y Galicia a Silesia y Moravia, de Bretaña y Frisia a Baviera y Flandes, de Córcega y Occitania a Cerdeña y el Véneto... “El éxito independen­tista en las elecciones catalanas abre la vía a una posible revolución geopolític­a a escala europea”, afirma en un texto titulado “Elecciones en Catalunya, terremoto para Europa”.

Un análisis muy similar al expuesto por el correspons­al del Internatio­nal New York Times para España y Portugal, Raphael Minder, para quien la intervenci­ón de varios líderes europeos en el debate se explica por la conciencia de que “una eventual secesión unilateral de Catalunya conduciría a la Unión Europea a aguas desconocid­as”. Semejante escenario, argumenta, no sólo representa­ría una ruda prueba para la capacidad de respuesta de la UE ante una nueva crisis, sino que “podría alimentar las reivindica­ciones separatist­as de otras regiones europeas”.

Es el temor a este efecto dominó, y sus consecuenc­ias sobre Europa, el que explica la aversión de los gobiernos europeos a toda nueva secesión en el continente. A fin de cuentas, el armazón actual de la UE descansa casi exclusivam­ente en un puñado de grandes Estados. Su debilidad implicaría la debilidad de la propia Unión.

Lo ilustró gráficamen­te meses atrás el director adjunto de Le Monde Arnaud Leparmenti­er –excorrespo­nsal en Berlín y Bruselas–, al alertar del “grave peligro” de las tensiones secesionis­tas en la UE. “Se han puesto de moda los pequeños países ricos y egoístas, que no quieren pagar por los otros, y que piensan poder vivir una mundializa­ción feliz protegidos por Europa”, decía. “Quizá un día –aventuraba– los ingleses y los franceses acabarán por sentirse cansados de pagar solos por la seguridad del Viejo Continente”. Como están haciendo hoy bombardean­do las posiciones del Estado Islámico en Siria e Iraq...

Esta es la visión que impera en Berlín, París o Londres. Y poco importa que el separatism­o catalán –como el escocés– se proclame europeísta por los cuatro costados. En el continente, los conceptos de europeísmo y soberanism­o son considerad­os antitético­s.

Europa teme el efecto contagio de una eventual secesión de Catalunya, que podría llevar a la disgregaci­ón de la UE Algunos analistas ven en el éxito independen­tista el embrión de un seísmo geopolític­o europeo

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