¿Una Europa rota?
Verano del 2014. Un alto diplomático europeo aborda la situación política en Catalunya en una soleada terraza de la Barceloneta. El vigor de la ola soberanista descoloca a no pocos analistas en Europa. E incomoda sobremanera a los gobiernos. Las palabras del diplomático son medidas, pero totalmente desvestidas de la hojarasca habitual de eufemismos con que se maquillan los pronunciamientos públicos: “Una Catalunya independiente quedaría fuera de la UE y debería pedir la adhesión. Pero, en contra de lo que parecería lógico, no lo tendría fácil. Los países europeos serían extremadamente puntillosos y legalistas en esta cuestión. A nadie le interesa que cunda el ejemplo”. La tesis es conocida –en los meses que seguirán, por otro lado, será repetida y desoída decenas de veces–. Más infrecuente es la crudeza de la exposición.
Angela Merkel, François Hollande, David Cameron... Los principales líderes europeos –algunos, durante la reciente campaña electoral catalana– se han pronunciado explícitamente en favor de una España unida y en contra de una secesión unilateral de Catalunya (la cancillería de Berlín volvió a reiterarlo ayer, por si no se hubiera oído bien). Un posicionamiento lógico de quienes están, antes que nada, interesados en garantizar la estabilidad y fortaleza de un país que ha demostrado ser –así con gobiernos conservadores como socialistas– un socio fiable e incondicional. Una reacción interesada. De casta, si así se quiere ver.
Pero hay algo más que eso. Mucho más que eso, en realidad. Porque detrás de una eventual ruptura de España podría prefigurarse una ruptura de Europa. La secesión de Catalunya, o de Escocia, podría tener –desde este punto de vista– un efecto de contagio que, al final de camino, podría conducir a la desagregación de los grandes Estados europeos y, como consecuencia, la desintegración inevitable de la Unión Europea.
El presidente francés, ahora callado, fue muy claro hace un año con motivo del referéndum de independencia de Escocia, al alertar sobre el peligro de que el proyecto europeo se acabara diluyendo. “Es un riesgo: la vía está abierta, vemos cómo la siguen los egoístas, los populistas, los separatistas. En este momento se produce una conjugación de fuerzas centrífugas que han acabado perdiendo el objetivo europeo para replegarse primero en el marco nacional y después en el regional, hacerse más pequeño para –se dice– ser más fuerte... Lo contrario de lo que ha sido la idea europea”.
El analista italiano Lucio Caracciolo, director de la revista de geopolítica Limes yde Heartland (Eurasian Review of Geopolitics), advertía ayer mismo desde La Repubblica que el resultado de las elecciones en Catalunya podría tener el efecto de un seísmo en el continente, al alentar las aspiraciones secesionistas desde el País Vasco y Galicia a Silesia y Moravia, de Bretaña y Frisia a Baviera y Flandes, de Córcega y Occitania a Cerdeña y el Véneto... “El éxito independentista en las elecciones catalanas abre la vía a una posible revolución geopolítica a escala europea”, afirma en un texto titulado “Elecciones en Catalunya, terremoto para Europa”.
Un análisis muy similar al expuesto por el corresponsal del International New York Times para España y Portugal, Raphael Minder, para quien la intervención de varios líderes europeos en el debate se explica por la conciencia de que “una eventual secesión unilateral de Catalunya conduciría a la Unión Europea a aguas desconocidas”. Semejante escenario, argumenta, no sólo representaría una ruda prueba para la capacidad de respuesta de la UE ante una nueva crisis, sino que “podría alimentar las reivindicaciones separatistas de otras regiones europeas”.
Es el temor a este efecto dominó, y sus consecuencias sobre Europa, el que explica la aversión de los gobiernos europeos a toda nueva secesión en el continente. A fin de cuentas, el armazón actual de la UE descansa casi exclusivamente en un puñado de grandes Estados. Su debilidad implicaría la debilidad de la propia Unión.
Lo ilustró gráficamente meses atrás el director adjunto de Le Monde Arnaud Leparmentier –excorresponsal en Berlín y Bruselas–, al alertar del “grave peligro” de las tensiones secesionistas en la UE. “Se han puesto de moda los pequeños países ricos y egoístas, que no quieren pagar por los otros, y que piensan poder vivir una mundialización feliz protegidos por Europa”, decía. “Quizá un día –aventuraba– los ingleses y los franceses acabarán por sentirse cansados de pagar solos por la seguridad del Viejo Continente”. Como están haciendo hoy bombardeando las posiciones del Estado Islámico en Siria e Iraq...
Esta es la visión que impera en Berlín, París o Londres. Y poco importa que el separatismo catalán –como el escocés– se proclame europeísta por los cuatro costados. En el continente, los conceptos de europeísmo y soberanismo son considerados antitéticos.
Europa teme el efecto contagio de una eventual secesión de Catalunya, que podría llevar a la disgregación de la UE Algunos analistas ven en el éxito independentista el embrión de un seísmo geopolítico europeo