Masculinidad sin corsé
Los hombres ponen en duda su rol de género pero faltan modelos que seguir
Cuando una mujer negra se mira en el espejo ve a una mujer negra. Cuando una mujer blanca se mira en el espejo ve a una mujer. Cuando un hombre blanco de clase media se mira en el espejo ve a un ser humano. Es el sociólogo estadounidense Michael Kimmel, uno de los principales especialistas en el estudio de las masculi-nidades, el que hacía esta reflexión en un TED talk celebrado en mayo para debatir el tema del género y, sobre todo, para explicar que este debate vinculado a la igualdad también interesa a los hombres, por el bien de todos y el suyo.
Lo que Kimmel ponía sobre la mesa con su reflexión es que los privilegios son invisibles para quien los tiene, en este caso los privilegios de una sociedad aún patriarcal en la que el poder y el control del espacio público se sigue vinculando a lo masculino. Si las cosas –tras esta definición genérica– son así, ¿por qué debería interesar a los hombres reflexionar sobre los sexos, sobre sus roles, sobre la masculinidad? En primer lugar, porque la igualdad ha avanzado de la mano de las teorías feministas, las mujeres han cambiado –ya suena a viejo hablar de su entrada masiva en el mercado laboral o de su presencia mayoritaria en las universidades– y esto ha impactado en toda la sociedad y en ellos.
Las primeras reflexiones que pusieron en duda la masculinidad tradicional por parte de grupos de hombres afloraron en España en los ochenta, señala Joan Sanfélix, sociólogo experto en masculinidades, y ha avanzado pero sigue siendo una corriente minoritaria. “Hay hombres que admiten que están desorientados y deciden empezar a cambiar porque, si bien es verdad que la masculinidad tradicional (machista) ofrece privilegios, también tiene desventajas porque descuida la parte sentimental”. Los hombres, recuerda, nos hemos perdido muchas cosas.
Los expertos coinciden en que falta masa crítica para que el debate cuaje, apoyo institucional y referentes de nuevas masculinidades. Y de falta de apoyo institucional se quejan algunos de los miembros de la Asociación de Hombres por la Igualdad de Género (Ahige), una asociación que nació en el 2001 y que tiene representación en todo el territorio.
Àngels Carabí, profesora emérita de Literatura Norteamericana (UB) y directora en esta universidad del grupo de estudio sobre Nuevas Masculinidades, señala que en muchos países una buena parte de los hombres ya se opone a los valores culturales de la dominación y se busca establecer relaciones de género más equitativas. Pero muchos de estos hombres que quieren cambiar esta idea de masculinidad no saben cómo hacerlo. “Se necesitan –indica– nuevas formulaciones de hombría tanto para los jóvenes como para los varones de todas las edades”. De todas las edades porque no sólo se trata de que los más jóvenes se impliquen –este es uno de los aspectos principales–
MICHAEL KIMMEL “Los chicos jóvenes quieren una vida más equilibrada y hay que ayudarlos”
ÀNGELS CARABÍ
“Aquellos que quieren cambiar no saben cómo hacerlo, jóvenes y mayores”
JOAN SANFÉLIX
“Faltan modelos, no podemos imitar a la ‘superwoman’, una trampa para ellas”
en el cuidado de los hijos y del hogar, como va sucediendo, sino de reflexionar sobre el envejecimiento y la masculinidad.
Esta búsqueda de caminos, estas nuevas masculinidades en construcción, las reflejaba Sanfélix en el último post de su blog bajo el título De la Superwoman al Superman. Las trampas de las
nuevas masculinidades. Ha recibido, explica, muchos comentarios y críticas, pero asegura que está satisfecho con el debate. Como indica el título, señala que la
superwoman fue una de las peores ideas vinculadas a un supuesto empoderamiento femenino, ya que implica ser competitiva y exitosa en el trabajo, cuidar del hogar como tradicionalmente y ser cuidadora al mismo tiempo. También debe ser atractiva, inteligente pero no rebelde, ir a la mo- da, ser sexualmente activa –sin romper los tabúes– y unas cuantas cosas más. “El nuevo superman –dice– desafortunadamente podría estar siguiendo la misma lógica (...). Si queremos ser buenos padres, dedicar tiempo a nuestros hijos, desarrollar una relación placentera con la pareja, estar con las amistades, tener buen cuerpo, cuidar de la salud, ser buenos sexualmente, ser competitivos en el trabajo (...) probablemente acabemos como nuestras conciudadanas”. No se puede llegar a todo, dice después del debate suscitado, y el problema aquí es que se quiere seguir operando con un sistema económico patriarcal o, según quien lo analice, neoliberal. Trabajar trece horas y conciliar no es posible, y tampoco para los hombres que quieren hacerlo.
Este nuevo superman de momento no existe, pero sí que hay dos ámbitos principales en torno a los cuales se multiplica y cuaja el debate sobre la necesidad de acabar con la masculinidad hegemónica: son la paternidad y la violencia machista. La vía más clara, señala Carabí, que publica este octubre junto con Josep M. Armengol el libro Masculinidades
alternativas (Icaria), es el gran cambio en los modelos de padre: los hombres están entrando en la cultura del cuidado de los hijos y es el camino para seguir avanzando, y las reflexiones sobre la paternidad les interesan. Algunos no quieren perdérselo y esto lle-va a un replanteamiento más amplio.
El problema de la violencia machista, no sólo enquistado sino que se reproduce en parejas jóvenes, ha despertado la consciencia de algunos hombres sobre la necesidad de implicarse y, por tanto, de cambiar una cultura que vincula hombre y poder. Pero, como se señalaba, a estas reflexiones, a esta toma de conciencia, le falta aún masa crítica. Y también referentes.
No hay que hablar de una nueva masculinidad, sino de masculinidades en plural. Se trata de reformular el mundo y sus corsés y “deconstruir” los elementos negativos de la masculinidad hegemónica. Kimmel, fundador de la revista Men and Masculinities, que en España edita la Universitat de Barcelona, recuerda que las reflexiones del feminismo y su lucha durante muchos años ofrecen hoy a los hombres la posibilidad de ser libres. Los chicos jóvenes quieren una vida más equilibrada y más igualitaria y los hemos de “ayudar a vivir como quieren hacerlo”, indica. Y también a los que no son tan jóvenes. No es un debate de suma cero, sino un win to win.
Empieza a haber reflexiones en la literatura (véase la columna adjunta), en el cine y, claro está, en la vida misma, pero, como señala Sanfélix, en este proceso vital y complejo faltan los espejos, y no se trata de ser el “chico guay feminista”. Es una reflexión sobre la existencia y no sobre quién limpia, quién compra o quién cuelga un cuadro.