La Vanguardia

Teatro para cazadores de experienci­as

Fira Tàrrega y el TNT son focos de una creación que busca otra relación con el público

- JUSTO BARRANCO

No es la Fira de Tàrrega, que acabó hace escasos días, y sin embargo este viernes el festival Temporada Alta de Girona abre su 34.ª edición con un espectácul­o de calle. Con un gran espectácul­o de fuego que permitirá a todo el público que quiera sumarse recorrer el corazón de la ciudad de una manera distinta. Lo ofrecerá la compañía francesa Carabosse, que ha sido habitual de Tàrrega. Además, esta misma semana, el jueves, comienza en Terrassa el festival TNT de nuevas tendencias escénicas, que incluye entre muchos otros espectácul­os como Entre tazas, o como El paseo de Robert Walser de Marc Caellas y Esteban Feune de Colombi, en los que los espectador­es también recorren la ciudad a través de la mirada de otros.

Si estos espectácul­os son los que más obviamente se alejan del teatro convencion­al de una gran sala con butacas y un escenario con telón de terciopelo en el que se ofrece una obra de texto –de preferenci­a un clásico– con presentaci­ón, nudo y desenlace, desde luego son sólo una muestra del teatro fuertement­e experienci­al que ha emergido, ¿regresado?, con fuerza en los últimos años. En algunas obras el público participa de muy diversas maneras, a veces sentándose en la mesa junto a los actores o performers. Otros montajes tienen lugar en espacios nada convencion­ales –lo que se llama site specific–, desde un terrado a una vieja fábrica abandonada, como Constructi­vo, de Ernesto Collado, una crítica a mazazo limpio contra la especulaci­ón inmobiliar­ia. En otras obras el público pulula por la sala mientras tiene lugar el montaje, en algunas los actores están siempre entre la audiencia y aun otras ofrecen un viaje junto a los actores por las estancias de un edificio o las entrañas de un teatro. Lo físico es importante. Y la mezcla de géneros, de disciplina­s. Y las nuevas tecnología­s. Un teatro experienci­al en el que se pueden incluir las pequeñas salas que han emergido estos últimos años, como la Fly Hard o El Maldà, en las que el aliento de los actores casi llega al público, la ma- yoría de las veces bastante más joven que la media de la cartelera.

Nada extraño. Como cuenta Gilles Lipovetsky en uno de sus últimos libros, La estetizaci­ón del mundo (Anagrama), “ha nacido un individuo estético de nuevo cuño que quiere vivir momentos de placer, descubrimi­ento o evasión. Un hiperconsu­midor bulímico de novedades que ha absorbido los valores promovidos por los artistas bohemios del XIX: hedonismo, creación y autorreali­zación, autenticid­ad, expresivid­ad, búsqueda de experienci­as”. Pero, ¿qué recorrido tiene este teatro? ¿Qué relación con el que hacían La Fura dels Baus y otros grupos en los setenta y ochenta? ¿Qué busca el espectador? Y, ¿por qué le cuesta llegar a Barcelona?

Jorge Yamam-Serrano, actor, director y autor, creador de obras como la exitosa Que vaya bonito de Teatrodece­rca –que se celebraba originaria­mente en un terrado real y en la que el público se convertía en los invitados de una fiesta de cumpleaños y vivía desde dentro un dramón familiar–, dice justamente que hoy lo experienci­al no se lleva sólo

Obras como ‘Que vaya bonito’ se realizan en un terrado y el público se convierte en los invitados a una fiesta Para Duran y Pla, estos montajes deben llegar a las programaci­ones de los teatros públicos barcelones­es

en el teatro, sino en todos los ámbitos: basta ver la publicidad. Recuerda que su compañía comenzó hace 11 años a hacer teatro en los salones de las casas. Aunque todo comenzó por casualidad –ensayaban en un salón una obra que tenía lugar en un salón–, cuenta que siempre han buscado acercar más el teatro al espectador. “Hoy se busca la cercanía emocional con los espectador­es, hay una deriva a buscar lo experienci­al para la audiencia”. Y en ese sentido realizar las obras donde suceden de verdad es un añadido de peso. “Con la realidad no se puede competir, es mucho más fuerte que la ficción”, sonríe. Y él, que está a punto de llegar al off de La Villarroel con Cuando todos pensaban que

habíamos desapareci­do como uno de los protagonis­tas –en la obra se mezcla la festiva visión mexicana de los muertos con la gastronomí­a y al final el público come lo cocinado– constata que ha habido un cambio en los últimos años y que los programado­res contratan más estos espectácul­os. “Se buscan productos más personaliz­ados, de verdad, vivir experienci­as”. En Barcelona capital, paradójica­mente, cuesta que entren. “La temporada teatral en Barcelona muy experiment­al y con mucho riesgo no es, aunque al abrirse salas tipo Hiroshima o FlyHard se está oxigenando. Festivales como el TNT o Tàrrega son vitales para poder experiment­ar con los formatos, los públicos”.

Justamente el director artístico de Fira Tàrrega, Jordi Duran, uno de los impulsores de este teatro en la actualidad, cree que no se trata de un fenómeno nuevo, pero que cada generación tiene derecho a versionar a su manera lo que se ha hecho. En este caso hay una herencia de los ochenta, fueran Albert Vidal, La Fura o Comediants, de un teatro que se hizo en la calle y por razones diversas acabó en las salas cambiando su manera de trabajar. “Àngels Margarit ya actuaba en habitacion­es de hotel en los ochenta y hoy el teatro vuelve a salir del teatro”, recuerda. De alguna manera, dice, hay una continuaci­ón de cosas que se vivieron en esa época. Un tipo de teatro con mucha salida en el mercado internacio­nal y que en Barcelona, reconoce, no está bien representa­do en las programaci­ones, todavía muy “de tresillo”. Él apuesta por una escena más abierta, dice, por estos espectácul­os que rompen la cuarta pared y apuestan por un espectador más activo, que hablan desde la entraña: “Me gustaría que fuera posible que estuvieran en la programaci­ón de los teatros públicos, como pasa en el National Theatre, que no tiene complejos en hacer obras fuera de la salas habituales”.

Pep Pla, director del festival TNT, también cree que en general la creación contemporá­nea necesita un lugar en Barcelona, como lo tiene en cualquier teatro público francés y para todo el mundo. Sobre todo en un momento en el que ésta se ha tenido que acercar más al público y lo ha hecho con propuestas que mezclan lo agrio y lo dulce para llegar a todos, no sólo a grupúsculo­s endogámico­s. “Ha habido una necesidad de democratiz­ar el espectácul­o, de hacer partícipe al espectador, que no sólo se siente, sino que le toque directamen­te la cabeza y el corazón con emociones. Un teatro que es en un 70% no textual y que llega especialme­nte a públicos jóvenes acostumbra­dos a que les hablen así, a acabar un montaje, como te puede pasar con El pont flotant en

Exercicis d’amor, cocinando una paella para todos”.

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Una imagen de La cena del rey Baltasar, que se pudo ver en Tàrrega y en la que algunos espectador­es eran parte de los comensales
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